Me despierto con un agudo dolor de cabeza y el estómago revuelto. Está oscuro y no alcanzo a ver nada.
Durante unos segundos no recuerdo que ha pasado. ¿Bebí demasiado en la fiesta? Entonces mi mente se aclara y los acontecimientos de la noche anterior se cuelan en mí como si de un ciclón se tratase. Me acuerdo del beso y entonces... «Jake». Dios, ¿qué le ha pasado a Jake?
Estoy tan aterrorizada que solo puedo quedarme ahí tumbada, temblando.
Estoy acostada en una cama con un buen colchón, uno muy bueno, seguramente. Estoy tapada con una manta, pero no noto que lleve ropa encima, solo siento la suavidad del algodón de las sábanas que rozan mi piel. Me toco y se confirman mis sospechas: estoy desnuda.
Mis temblores se intensifican.
Con una mano compruebo entre mis piernas. Para mi gran alivio todo parece igual. No hay humedad, ni dolor ni ninguna señal de que me hayan violado.
Al menos por ahora.
Me escuecen los ojos por las lágrimas, pero no rompo a llorar. Llorar no arreglaría mi situación actual. Necesito averiguar qué está pasando. ¿Quieren matarme? ¿Violarme? ¿Violarme y luego matarme? Si me han secuestrado para cobrar un rescate, ya puedo considerarme muerta. Desde que despidieron a mi padre por la crisis, apenas pueden pagar la hipoteca.
Con mucho esfuerzo logro contener mi histeria. No quiero empezar a gritar porque eso llamaría la atención. En lugar de eso sigo tumbada en la oscuridad, recordando todas esas historias espantosas que salen en las noticias. Pienso en Jake y en su cálida sonrisa. Pienso en mis padres y en lo abatidos que se quedarán cuando la policía les diga que he desaparecido. Pienso en todos mis planes y en que es posible que nunca vaya a ir a la universidad.
Y entonces empiezo a enfadarme. ¿Por qué me hacen esto? ¿Quiénes son? He asumido que son ellos en lugar de él porque recuerdo haber visto una oscura figura cernirse sobre el cuerpo de Jake. Debía haber alguien más para atraparme por detrás.
La furia me ayuda a controlar el pánico y entonces puedo pensar un poco. No puedo ver nada, pero sí puedo palpar.
Me muevo con sigilo y, con sumo cuidado, empiezo a estudiar mi alrededor.
Primero, confirmo que estoy en una cama. Una gran cama de esas king size. Hay almohadas y una manta, las sábanas son suaves y agradables al tacto. Parecen caras.
Sea por lo que sea, eso me asusta aún más: son criminales con dinero.
Gateo hasta el borde de la cama y me siento mientras agarro con fuerza la manta contra mi cuerpo. Toco el suelo con el pie descalzo. Está frío y es liso como si fuera madera.
Me enrollo la manta al cuerpo y me levanto dispuesta a seguir con la exploración.
En ese mismo instante escucho que la puerta se abre.
Entra una luz cálida. Y aunque no es muy brillante me ciega durante un momento. Parpadeo una cuantas veces para acostumbrarme a la luz.
Y entonces lo veo a él.
Es Julián.
Está parado junto a la puerta como un ángel oscuro. Tiene el pelo un poco rizado, le da un toque de suavidad a sus facciones perfectas. Tiene la mirada fija en mi rostro y los labios curvados en una leve sonrisa.
Es impresionante. Y aterrador.
Mi intuición era buena: este hombre es capaz de cualquier cosa.
—Hola, Nora —dice con suavidad mientras entra en la habitación.
Lanzo una mirada desesperada a mi alrededor, pero no veo nada que me sirva de arma.
Tengo la boca más seca que la mojama. Ni siquiera puedo reunir la saliva necesaria para hablar. Me quedo ahí mirando cómo me acecha; es como si fuese un tigre hambriento y yo su presa.
Pienso luchar cómo se atreva a tocarme.
Da un paso hacia mí y yo doy otro hacia atrás. Luego da otro y otro hasta que me topo con la pared. Me encojo tras la manta.
Levanta la mano y me tenso; estoy dispuesta a defenderme. Pero se limita a coger una botella de agua y me la tiende.
—Toma —dice—. Imagino que tendrás sed.
Me quedo mirándolo. Me estoy muriendo de sed, pero no quiero que vuelva a drogarme.
Parece que entiende mi indecisión.
—No te preocupes, mi gatita, solo es agua, te quiero despierta y consciente.
No sé cómo reaccionar a eso. El corazón me martillea en el pecho, estoy muerta de miedo.
Permanece quieto, observándome con paciencia. Me rindo ante mi propia sed y sujetando la manta con fuerza, cojo el agua con la mano libre. Me tiemblan las manos y le rozo los dedos sin querer. Siento que me recorre una ola de calor y me olvido de ella rápidamente.
Tengo que desenroscar el tapón... Eso significa que tengo que dejar caer la manta. Julián observa mi dilema con interés y diversión. Por suerte no me toca. Se limita a mirarme desde su posición, a menos de medio metro de mí.
Con fuerza aprieto los brazos contra el cuerpo para agarrar la manta y a la vez poder abrir el tapón. Después vuelvo a sujetar la manta con una mano y con la otra me llevo la botella a los labios.
El agua fría es un alivio absoluto para los labios y la lengua que siento totalmente secos. Me bebo la botella entera. No recuerdo la última vez que disfruté tanto bebiendo agua. La boca seca debe ser el efecto secundario de la droga que utilizó para traerme aquí.
Ahora que puedo hablar le pregunto.
—¿Por qué?
Para mi gran sorpresa, mi voz suena casi normal.
Levanta la mano y me vuelve a acariciar la cara. Igual que hizo en el club. Y tal como ocurrió esa vez, le dejo hacer sin ni siquiera moverme. Siento sus dedos suaves contra la piel, es una caricia casi delicada. Es un contraste tan brutal con la situación actual que me siento confusa durante un momento.
—Porque no me gustó verte con él —dice Julián, con furia mal contenida en la voz—. Porque te tocó, te puso las manos encima.
Apenas puedo pensar.
—¿Quién? —susurro, intentando averiguar de quién está hablando. Entonces lo entiendo—. ¿Jake?