Secuestrada.

Capitulo 16.

Durante los siguientes meses, mi vida en la isla cae en una especie de rutina. Cuando Julián está, mi mundo gira en torno a él. Su estado de ánimo, necesidades y deseos determinan mis días y mis noches.

Es un amante imprevisible, un día es amable y al siguiente, cruel. Y algunas veces es una mezcla de los dos, una combinación que me resulta especialmente abrumadora. Entiendo lo que hace conmigo, sin embargo, que lo entienda no lo hace menos real. Me está enseñando a asociar el dolor con el placer, a disfrutar de cualquier cosa que quiera hacerme, sin importar lo impactante o pervertido que sea. Y, al final, siempre esa ternura desconcertante. Me pone del revés y me destroza para después recomponerme de nuevo, todo en el transcurso de una noche.

Y sus enseñanzas funcionan. Ahora, caigo en sus brazos por voluntad propia, con el deseo del subidón que experimento cuando una sesión es especialmente salvaje. Julián me dice que soy una sumisa innata con tendencias masoquistas. No sé si creerlo, desde luego sé que no «quiero» creerlo, aunque no puedo negar que su peculiar estilo de hacer el amor siempre me impacta de un modo u otro. Usa juguetes sexuales, látigos, varas y siempre es placentero.

Por supuesto, no siempre es sádico. Algunas veces es dulce, me masajea el cuerpo, me besa hasta que me derrito para después hacerme el amor cuando ardo de deseo. En esos días no quiero irme de la isla, solo deseo que Julián me abrace, me acaricie y me ame, sea como sea.

Puede que desear que mi captor me ame sea lo más perturbador de todo. Ni siquiera sé si le resulta posible sentir amor, pero no puedo evitar necesitar que lo sienta. 

Me desea, lo sé, pero no es suficiente. En algún momento durante este tiempo he dejado de odiarlo, y no sé ni cómo ni cuándo ha ocurrido. Todavía me enfada mi cautiverio, en cambio, he conseguido separar ese sentimiento de lo que siento por Julián.

Ahora, en lugar de tener miedo cuando viene a la isla, lo espero ansiosa. Sus negocios lo mantienen fuera más de lo que me gustaría y empiezo a entender cómo se sienten las mascotas cuando esperan a que su dueño regrese del trabajo.

—¿Por qué no puedes trabajar más desde aquí? —pregunto un día, después de levantarnos juntos por la mañana. Ahora duerme siempre conmigo. Le gusta abrazarme por la noche, lo ayuda a llevar mejor sus pesadillas.

—Trabajo de forma remota todo lo que puedo. ¿Por qué me quieres aquí, mi gatita? —Su mirada es sarcástica cuando gira la cabeza para mirarme. No le gusta que le pregunte por su trabajo. Es una parte de su vida que parece querer mantener separada del resto.

Tengo la impresión de que, por lo general, quiere protegernos tanto a Beth como a mí de la parte más desagradable de su mundo. Beth sabe perfectamente a lo que se dedica Julián, pero no sé si sabe mucho más que yo sobre el tráfico de armas.

—Sí —le contesto abiertamente—. Quiero que estés aquí.

No tiene sentido fingir lo contrario. Julián sabe perfectamente cómo me siento. Se le da muy bien descifrarme… y manipularme. Sin duda, disfruta viendo el creciente apego que siento por él y que hace lo posible para propiciarlo.

Como era de esperar, tras mi rendición, se le dibuja una sensual sonrisa.

—Muy bien, nena —dice con ternura—. Intentaré pasar más tiempo aquí.

Me acerca hacia él para darme un beso y me derrito en sus brazos.

Cada día que pasa mi vida anterior parece más y más lejana y se desvanece en ese tiempo nebuloso llamado pasado. Cuando Julián se marcha, dedico el tiempo a leer, nadar, hacer senderismo por la isla y, de vez en cuando,

salir a pescar con Beth. Julián nos trajo una televisión enorme con un DVD y cientos de películas para que en los días lluviosos tengamos algo que hacer.

No es que seamos amigas, pero Beth y yo nos llevamos mejor. En parte, creo que a ella le gusta ver que ya no intento escaparme. Después de mi intento fallido de golpearle la cabeza y el terrible incidente con Jake de después, me he convertido en una prisionera modelo.

Desde luego, sería insensata si no fuera así. Incluso cuando Julián está aquí, su avión se queda guardado bajo llave en el hangar que descubrí al otro lado de la isla. Estoy casi segura de que Julián guarda la llave del hangar en su despacho, a la que únicamente tiene acceso él. Y aun en el caso de que las llaves cayeran en mi poder, dudo que hubiera un manual en el avión que me indicara cómo pilotarlo.

Mi captor sabía perfectamente lo que hacía cuando me trajo a esta isla. Es la prisión más segura que se pueda imaginar.

A medida que pasan los días, las semanas y los meses, intento buscar más actividades para ocupar mi tiempo libre y para evitar echar de menos a Julián cuando no está.

Lo primero que he hecho es empezar a correr de nuevo.

Al principio, comencé con distancias cortas para asegurarme de no forzar la rodilla, pero, poco a poco, fui incrementando la velocidad y la distancia. Corro por la mañana o por la noche, que es cuando hace más fresco, y estoy en una forma física parecida a la que tenía cuando estaba en el equipo de atletismo. Hago cinco kilómetros en menos de diecisiete minutos, un logro que me hace absurdamente feliz.

También pinto. No porque piense en lo que me contó Julián sobre que María lo hacía muy bien, sino porque me resulta entretenido y relajante. En el colegio me gustaban las clases de plástica, aunque siempre estaba muy ocupada con mis amigos o con otras cosas para prestarle atención a la pintura. En cambio, ahora tengo todo el tiempo del mundo, por lo que he comenzado a aprender a dibujar y a pintar. Julián me trae material y vídeos didácticos, conque de repente me veo absorta intentando plasmar la belleza de la isla en un lienzo.

—¿Sabes? Se te da muy bien esto —me dice Beth pensativa, un día que se acerca al porche en lo que yo termino una pintura de una puesta de sol sobre el océano. Has plasmado muy bien los colores, ese naranja brillante sombreado con ese rosa intenso.



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En el texto hay: amor, secuestros, posesivo

Editado: 18.08.2021

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