Secuestrada.

Capitulo 18.

A la mañana siguiente, me levanto con la magnífica sensación de que me están masajeando los pies. Durante unos segundos me siento tan bien que me parece estar soñando e intento evitar despertarme. Sin embargo, sentir que unos dedos fuertes me masajean el pie es tan real que suspiro de felicidad cuando me frotan cada dedo con la presión adecuada.

Abro los ojos y veo a Julián sentado en la cama, espléndido en su desnudez y sosteniendo una botella de aceite para masajes. Se echa un poco en la mano, se inclina hacia mí y me empieza a masajear los tobillos y después las pantorrillas.

—Buenos días —susurra mientras me mira.

Lo observo callada y con sorpresa. Julián ya me ha masajeado antes, pero normalmente para relajarme antes de hacerme algo que me va a hacer gritar. Nunca antes me había despertado de esta forma tan placentera.

Tiene una media sonrisa sensual y no puedo evitar mis nervios.

—Mmm, Julián —digo con inseguridad—. ¿Qué… qué estás haciendo?

—Darte un masaje —dice divertido con los ojos brillantes—. ¿Por qué no te relajas y disfrutas?

Parpadeo y contemplo cómo mueve las manos despacio por mis pantorrillas. Tiene las manos largas, fuertes y masculinas. Mis piernas parecen esbeltas y femeninas a su lado, a pesar de que tengo los músculos bien definidos de correr. Siento las callosidades de las palmas de sus manos que me rascan suavemente la piel; trago saliva cuando pienso que esas manos son las de un asesino que se ha metido en mi mente.

—Date la vuelta —dice tirándome de las piernas y me dejo caer sobre la tripa, todavía nerviosa. ¿Qué pretende? No me gustan las sorpresas cuando se trata de Julián.

Empieza a masajearme la parte trasera de las piernas, concretamente las zonas más doloridas por la carrera de ayer; gimo levemente y siento cómo los músculos tensos empiezan a relajarse con el masaje de sus habilidosos dedos. Aun así, no puedo relajarme del todo. Julián es demasiado imprevisible como para estar tranquila.

Por lo que veo, se percata de mi inquietud, así que se inclina sobre mí y me susurra al oído:

—Solo es un masaje, mi gatita. No te preocupes.

Algo más tranquila, me relajo y me acomodo en el colchón. Las manos de Julián son fabulosas. Alguna vez me han dado masajes profesionales y, ni de lejos, eran tan buenos. Está en total armonía conmigo, presta atención al más pequeño cambio en mi respiración, a la más mínima variación en mis músculos. Tras unos minutos así, dejo de preocuparme por la conducta extraña de Julián y me dejo llevar por esta experiencia maravillosa.

Una vez que me ha masajeado todo el cuerpo y estoy                                         

tumbada, relajada y feliz, me coge y me lleva a la ducha. Después, va bajando por mi cuerpo, complaciéndome con la boca hasta que alcanzo un orgasmo increíble.

En el desayuno canturreo de alegría. Es la mejor mañana desde hace meses, quizás hace años. Por alguna extraña coincidencia, Beth me prepara mi comida favorita: huevos benedictinos con pastel de cangrejo. No he comido nada tan exquisito desde que llegué a la isla. Lo que Beth nos prepara está bien, suele ser comida saludable. Nuestra dieta se compone de frutas, verduras y pescado. No recuerdo la última vez que tomé algo tan rico como la salsa holandesa que ha hecho Beth hoy.

—Mmm, qué rico—murmuro cuando doy un bocado—. Beth, esto está buenísimo. Probablemente sean los mejores huevos que he comido.

Me sonríe.

—Me han salido buenos, ¿verdad? No estaba segura de si había seguido bien la receta, pero parece que sí.

—Sí, sí —afirmo antes de servirme otra ración—. Esto está delicioso.

Julián sonríe y los ojos le brillan de alegría.

—¿Tienes hambre, mi gatita?

Él ya se ha comido un buen plato, pero yo voy camino de alcanzarlo.

—Estoy muerta de hambre —digo a la vez que me llevo otro trozo a la boca. Imagino que ayer quemé muchas calorías.

Estoy seguro dice con una amplia sonrisa y cuenta a Beth cómo casi gané la carrera, sin mencionar nada del polvo que echamos y mi desmayo posterior.

Cuando acabamos de desayunar, estoy tan llena que no me cabe nada más. Doy las gracias a Beth, me levanto y cuando me dispongo a coger un libro para leer un rato tranquila en el porche, Julián me coge de la muñeca.

—Espera, Nora —dice con suavidad, volviendo a sentarme en mi sitio.

—Beth ha preparado algo más hoy. —Echa a Beth una mirada misteriosa y, en ese momento, Beth se levanta y va a la cocina.

—Ah, vale.

Estoy desconcertada. ¿Había preparado algo y no lo ha sacado en el desayuno?

En ese instante, Beth vuelve a la mesa con una tarta de chocolate en una bandeja, una tarta con un montón de velas encendidas.

—Feliz cumpleaños, Nora —dice Julián con una sonrisa, a la vez que Beth coloca la tarta delante de mí—. Ahora, pide un deseo y sopla las velas.

Soplo las velas de forma automática, casi sin darme cuenta de que es el tercer intento que hago. Beth aplaude, lo celebra y oigo el ruido a lo lejos. La cabeza me da vueltas, estoy extrañamente atontada, como ajena a todo. Solo pienso en que es mi cumpleaños.

«Mi cumpleaños. Es mi cumpleaños. Hoy cumplo diecinueve años».

Al caer en la cuenta quiero gritar.

Conocí a Julián poco antes de mi último cumpleaños y me trajo a esta isla poco después. Si hoy es mi cumpleaños, significa que ha pasado cerca de un año desde mi secuestro, desde que estoy aquí, a merced de Julián y completamente aislada del resto del mundo.

He pasado un año de mi vida en cautiverio.

Me siento como si me faltara el aire, pero sé que solo es mi imaginación. Hay oxígeno de sobra, pero parece que no puedo respirar.

—¿Nora? —El zumbido de la voz de Beth me penetra en los oídos.

—¿Estás bien, Nora?

Hago lo posible para respirar y miro la tarta. Beth me observa fijamente con el ceño fruncido y Julián deja de sonreír. Vuelve a parecer un extraño peligroso, con la mirada oscura e inquietante.



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En el texto hay: amor, secuestros, posesivo

Editado: 18.08.2021

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