Secuestrada.

Capitulo 20.

Cuando recupero la consciencia, solo siento una ligera mejoría. Tengo la cabeza como un bombo y el dolor persistente en el costado no desaparece, aunque es diferente, menos intenso, parece más una molestia. Por un momento, creo que me he quedado durmiendo sintiéndome mareada y que he soñado todo esto, pero el olor me dice otra cosa. Sin duda, huele a antiséptico, algo que solo se encuentra en consultas y hospitales.

Ese olor implica que estoy viva… y fuera de la isla.

Al pensarlo, se me empieza a acelerar el corazón.

—Se ha despertado —dice una voz femenina para nada familiar con acento inglés que parece dirigirse a alguien más en la habitación.

Oigo pasos y alguien se sienta a mi lado en la cama. Unos dedos cálidos me tocan y me acarician en la mejilla.

—¿Cómo te encuentras, cielo?

Abro los ojos haciendo un esfuerzo, contemplo los rasgos bonitos de Julián.

—Como si me hubieran abierto y cosido después —digo a duras penas.

Tengo la garganta tan seca y molesta que me duele al hablar. Siento un dolor leve y palpitante en el costado derecho.

—Aquí tienes.

Julián me alarga una taza con una pajita.

—Debes estar seca.

Me lo acerca a la cara y obedientemente cierro los labios alrededor de la pajita para absorber un poco de agua. Tengo la mente un poco difusa y, por un momento, el muro que separa los buenos y los malos recuerdos se desmorona. Me acuerdo del primer día en la isla, cuando Julián me ofreció una botella de agua y un escalofrío me recorre la espalda. En ese momento, Julián no es el hombre al que amo; vuelve a ser mi enemigo, el que me secuestró,el que me raptó.

—¿Tienes frío? —pregunta, mientras retira la taza.

Después me echa una manta por los hombros.

—Esto… sí, un poco.

«He salido de la isla. Dios, he salido de la isla».

Me da vueltas la cabeza. Me siento como dividida, como si fuera dos personas diferentes: la chica aterrada que insiste en que esta es la oportunidad para escapar y la mujer que ansía que Julián la toque.

—Te han quitado el apéndice —dice Julián, mientras me aparta un mechón de la frente—. La operación ha ido como la seda y no debería haber ninguna complicación. ¿No es así, Angela?

Entonces mira a su izquierda.

—Sí, señor Esguerra.

¿Esguerra? ¿Es ese su apellido? Es la misma voz de antes, giro la cabeza para ver a una mujer joven y bajita con una bata blanca. Tiene una piel de color marrón claro, con pelo y ojos oscuros, tirando a negros. Me parece que es de Filipinas o Tailandia, aunque no pretendo dármelas de experta en reconocer nacionalidades.

Lo que sí sé es que es la primera persona que he visto en estos quince meses, aparte de Beth y Julián.

«He salido de la isla. Dios, he salido de la isla». Por primera vez desde que me secuestraron, cabe la posibilidad real de escapar.

—¿Dónde estoy? —pregunto, sin quitar los ojos de encima de la enfermera.

No puedo creer que Julián permita que otra persona me vea, a mí, a la chica que secuestró.

—Estás en una clínica privada de Filipinas —contesta mientras la mujer se limita a sonreírme—. Angela es la auxiliar que te cuidará.

En ese momento, se abre la puerta y entra Beth.

—Anda, mira quién está despierta —exclama mientras se acerca a la cama—. ¿Cómo te encuentras?

—Creo que bien —digo con cautela.

«Joder, por fin he salido de la puñetera isla».

—Según parece, Julián te trajo justo a tiempo —dice Beth, mientras coge una silla para sentarse a mi lado—. El apéndice estaba a punto de romperse. Lo cortaron y lo cosieron, así que deberías estar como una rosa.

uelto una pequeña sonrisa… e inmediatamente me quejo por el movimiento, que tira de las grapas del costado.

—¿Te duele? —Julián me mira preocupado.

Se gira hacia Angela y le ordena:

—Dale un analgésico.

—Estoy bien, un poco molesta —digo para tranquilizarlo—. De verdad, que no necesito ningún medicamento.

Lo último que quiero ahora es estar atontada. He salido de la isla, necesito averiguar qué voy a hacer. Hago lo que puedo para mantener la calma, pero me está costando la vida no chillar o cometer una estupidez. Estoy tan cerca de la libertad que casi puedo saborearla.

—Por supuesto, señor Esguerra.

Angela no hace caso a mi desaprobación y se acerca a la cama para toquetear la bolsa de la vía intravenosa.

Julián se inclina en la cama y me besa en los labios.

—Necesitas descansar —me dice con suavidad—. Quiero que estés bien. ¿De acuerdo?

Asiento. Me empiezan a pesar las pestañas a medida que el medicamento comienza a hacer efecto. Por un mo                                         

mento, siento que estoy flotando, que todo el dolor ha desaparecido y que no soy consciente de nada más.

Cuando me vuelvo a despertar, estoy sola en la habitación. La luz del sol brilla a través de las grandes ventanas. Las plantas florecen con alegría en el alféizar. El ambiente es bastante acogedor. Si no fuera por el olor a hospital, las máquinas y los monitores, pensaría que estoy en la habitación de otra persona. Sea lo que sea esta clínica privada, es bastante lujosa, de lo que no me había percatado en realidad.

Se abre la puerta y entra Angela. Me sonríe y me dice con alegría:

—¿Cómo te sientes, Nora?

—Bien —contesto con cautela—. ¿Dónde está Julián?

Hay algo en esta mujer que no me gusta, pero no sé lo que es. Seguramente sea la mejor oportunidad para escapar, pero no sé si puedo confiar en ella. De hecho, podría trabajar para Julián, como Beth.

—El señor Esguerra ha tenido que salir durante un par de horas —dice, sin perder la sonrisa—. No obstante, Beth está aquí. Acaba de irse al baño.

—Ah, vale —la miro fijamente, intentando reunir la valentía necesaria.

Tengo que decirle que me han secuestrado. Tengo que hacerlo. Es la única oportunidad que tengo de escapar. Puede que sea fiel a Julián, pero aun así tengo que intentarlo porque quizá no tenga otra posibilidad de ser libre.



#12231 en Otros
#1488 en Aventura
#19746 en Novela romántica

En el texto hay: amor, secuestros, posesivo

Editado: 18.08.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.