Caminé lentamente de una esquina a otra aguantándome la respiración, ya que aquel chico me desató. Siento cómo el frío se va apoderándo lentamente de mi cuerpo, al punto que me cuesta mover los dedos de mi pie.
Decido sentarme en la silla, y alzar mis piernas en un abrazo, tratando de generar un poco de calor. Mientras me balanceo de un lado a otro, voy levantando la cabeza hasta mirar el techo, y largar un suspiro irregular. Mis ojos comenzaron a picar de nuevo, y no pude evitar largar un pequeño llanto reprimido.
La puerta se abrió de golpe, dejando ver al mismo chico de ayer, pero ésta vez trae algo en sus manos.
-Ten, come - dijo poniéndolo bruscamente en el suelo. Se cruzó de brazos, y luego de cerrar la puerta, se apoyó cerca de una pared.
Lo fulminé con la mirada, y con mi pie, pateé la comida hacia la pared - púdrete - le susurré con ira en mis venas.
Pude ver de reojo sus músculos tensarse, y se acercó de forma amenazadora , tomándome de los brazos - vas a comer, no quiero que luego te arrepientas niña - me soltó de manera fuerte, y recogió la comida de nuevo al plato.
Mi mentón comenzó a temblar, y negué varias veces - no pienso comer tu comida maldito, ¿¡por qué me hacen ésto?! - grité desesperada, y me paré de un salto mientras agarraba mi cabeza.
-Última vez que te lo digo ¿la vas a querer? - dijo alzando el plato a mis narices, como si lo que le acaba de decir, le importara una mierda.
Me giré hacia él enojada, y le pegué al plato, haciéndolo caer a un costado - ¡no!
El chico hizo una mueca, y tensó sus puños. Todo pasó tan rápido, que no llegué a ver su mano abierta, volar a mi mejilla. El golpe fue tan fuerte, que mi cabeza se impulsó a un costado, dejándome totalmente aturdida. Cerré mis ojos, y abrí mi boca por el terrible dolor, mientras que un sabor metálico se apoderaba de ella. Largué un pequeño chillido, y lo miré de reojo.
-Eres una mal agradecida, te lo advertí Gabriela - sus pasos se dirigieron a la puerta - nos veremos en dos días entonces, ese es tu castigo.
Dicho eso, cerró la puerta de un tirón. Abrí mis ojos ¡como si estar aquí no fuera un castigo! Sin fuerzas me recosté a un costado hecha bolita, y abrazando mis piernas comencé a llorar. ¿Qué más puedo hacer? Mi mejilla duele como el infierno, la siento hinchada y me late. Si me viera en un espejo, creo que tendría lástima de mí misma.
Sacudí varias veces mi cabeza, y limpié mi boca al mismo tiempo que me paraba con la ayuda de la silla. La luz apenas alumbra, y caminé hacia la puerta a paso pesado, y con mis puños la azoté.
-¡Te odio! ¡maldito hijo de puta! - y ésta vez comencé a patearla sin parar - ¡oye! ¡hace mucho frío aquí! ¡si vienes en dos días estaré congelada y muerta! ¡piensa!
Cansada de seguir gritando, tomé la silla, y la arrojé a la pared, haciendo que una pata se le rompa. Me senté con las piernas cruzadas, y con la respiración regular me quedé viendo la puerta fijamente.
(...)
No sé cuanto tiempo habrá pasado, pero ya no puedo llevar las manos a mi rostro, las siento débiles y frágiles. No tengo fuerzas para pararme, y la luz comienza moverse de un lado a otro. Siento que mi cuerpo se pone pesado, al punto de tener mucho sueño. Los escalofríos no paran de atormentar mi cuerpo, y son los únicos que evitan que pierda el conocimiento por completo.
La puerta se abrió, y aunque no podía ver muy bien, se que era él por su chaqueta. Me quejé en voz alta, y traté de alejarme cuando se inclinó a un costado. El miedo comenzó a crecer cada vez más y mis lágrimas amenazaron con salir.
-No me pegues, por favor - dije entrecortado, y con mis manos en alto como pude.
No recibí respuesta alguna de él, lo único que sentí fueron unas mantas taparme el cuerpo, y un alivio al mismo tiempo.
Flash back
Entré al hospital con una gran sonrisa, como siempre. Me dirigí a la recepción, y Tamara al verme, no dudo ni dos veces en saludarme.
-Hola Gabi, ¿cómo estás?
Le sonreí de costado - todo bien - señalé las habitaciones - ¿las visitas ya pueden entrar?
Tamara asintió - claro, ve, no ha parado de preguntar por ti.
Mi respuesta fue un asentimiento con la cabeza, e Ingresé en el pequeño pasillo, hasta llegar a la habitación 232. Suspiré profundo, y puse una sonrisa antes de entrar.
-¿Tía Loren? Soy yo, Gabi.
-¿Gabi? - dijo recostada desde una camilla.
Sus ojos brillaron y largaron una pequeña chispa de emoción.
Me apresure a llegar a su lado, y le di un cálido abrazo.
-Mi niña - dijo mientras acariciaba mi cabello.
-Te extrañé, no paraba de contar los días, para que sea viernes otra vez. Tenía muchas ganas de verte, y contarte un montón de cosas...
-Gabriela - dijo volviéndose totalmente seria.