Secuestrando a la novia |kth|

Un apuesto ladrón

La noche ya había caído y tras despedir al amable chico que me había traído hasta la casa de la señora Yon, me había dispuesto a prepararme para dormir.

Deje las maletas en la sala porque había terminado cansada de mi arduo recorrido por las calles de Daegu y no tenía ánimos suficientes para comenzar a desempacar mi ropa.

 

El reloj marcaba las 7:00 pm y en dos horas iba a ser mi hora de dormir, porque sí, yo tenía una hora exacta para irme a la cama, esa había sido una regla que mi papá me había puesto desde que era una niña y aún seguía con ella debido a la costumbre.

Abrí una de las maletas para sacar el alimento de mi pequeña gata y me dispuse a alimentarla.

– Honey – llamé y el pelicorto inglés dejó de recorrer la casa para responder a mi llamado. Se acercó rápidamente hacia mí y comenzó a devorar el alimento en su tazón sin piedad.

Observe la casa donde me encontraba sintiendo el frío debido a la humedad en las paredes, todo estaba amueblado porque mi madre se había asegurado de pagar a alguien para que amueblara todo el lugar y para que no me faltara nada en el refrigerador, pero aún así no había mandado a alguien para arreglar las paredes húmedas ni la calefacción, a lo que supuse que debía hacerlo yo misma porque había dicho valientemente que iba a salir adelante por mí misma sin depender de mi padre.

– Vayamos a dormir Honey – ordené a mi gata al ver que ya había dejado de comer. Ella obedientemente había subido las escaleras siguiendo mis pasos.

Se podía escuchar el rechinido de los viejos escalones de madera al pisar en ellos, pero decidí no prestarle tanta atención ni imaginar que pudiera desbaratarse y caerme, eso sería un completo desastre.

Ya en la habitación me aseguré de colocar la cama de Honey que había cargado desde Inglaterra, porque yo podía dormir en una pocilga, pero mi gata no lo haría.

Y después de varias vueltas a la dura cama y contar más de mil ovejas, logre conciliar el sueño.

 

 

                                                                ….

 

 

Crac.

Me desperté apresurada ante el sonido que provenía de la planta de abajo, como pude me quité el antifaz para dormir en forma de gato que cubrían mis ojos, me puse las pantuflas y enrollé mi cuerpo con la sábana beige de la cama.

Honey seguía durmiendo plácidamente en su cama y no hice ademán para despertarla, pues ella no sería muy útil que digamos ante un ladrón.

Tome las zapatillas gucci del suelo como arma de defensa y me encamine hacia la planta de abajo en silencio. Camine lo más silenciosa que pude por las escaleras, rezando para que el ladrón allá abajo no escuchara el fastidioso rechinido de los escalones.

El ruido en la sala aún se podía escuchar, estaba buscando algo de valor y yo se lo impediría. Esos muebles y cosas costosas que habían era lo único que tenía para subsistir en esta nueva vida ordinaria que empezaría a tener.

– ¿Quién anda ahí? – pregunté tratando de sonar intimidante, pero mi voz me había traicionado al sonar temblorosa.

El ruido se había detenido y al salir de la pared donde me encontraba escondida, solo pude ver la espalda del chico frente a mí.

– Eres el chico de hace un rato – recriminé al notar esos tenis gastados color negro que tenía, toda su ropa era la misma de hace un rato que no había necesidad de ver su rostro para saber que era él.

El chico pareció sobresaltarse al ser reconocido, se dio media vuelta para salir corriendo hacia la puerta con algo en sus manos que no pude ver con claridad. Corrí detrás de él y aventé la zapatilla que traía en mis manos, fallando en el intento.

El chico de sonrisa cuadrada se detuvo para recoger la zapatilla del piso para después correr con más rapidez desapareciendo de mi alcance, dejándome congelada en mi sitio mientras mi boca formaba una perfecta “O” ante la acción que había hecho.

– Maldita sea – lloriqueé ante la perdida de mi zapato favorito color rosa que costaba aproximadamente 1000 euros.

Había sido una pésima idea darle mi dirección a un coreano desconocido.

 




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