La noche había caído con una atroz frialdad. Los copos de nieve sobre el tejado alertaban del peligro de salir sin guantes al jardín.
Aby, esperaba oculta sobre el último escalón de la escalera al dichoso barbón. Movía el bate en su mano de forma amenazante. Nadie se atrevió a preguntar el porqué del objeto, ni siquiera su padre. Todos se retiraron a sus respectivas habitaciones con alegría en su corazón.
Ya en madrugada, los parpados de Aby aleteaban con lentitud y la luz que una vez generó la chimenea se esfumó dejando cenizas en su lugar.
Un fuerte sonido la despertó, un grito.
-¡¡Booo!!
Dylan, cuál fantasma navideño estaba con su singular palidez y su pijama de reno. Sus risas no fueron breves, pero si irritantes para Aby.
-Ya, despertarás a Papá. -Susurró Aby con cuidado.
-Lo siento..-murmuró Dylan sosteniendo su adolorido estómago-¿creés que santa me perdoné?.
-Él quizá si, pero yo no. ¿Cómo se te ocurre asustarme, sabes la hora qué es?.
-Lo siento. Fue muy tentador. ¿Pero sabes tu la hora qué es?. Deberías estar dormida.
-Tú también deberías.
La discusión entre mellizos hubiese sido eterna de no ser por la caída del árbol.
-Alguien entra por la chimenea.
Los mellizos se ocultaron, mirando la escena con fascinación. Era santa, en su sala. Bueno, atrapado en su sala.
El barbón forzejeaba entre las cuerdas como si de un animal se tratará.
-Ahora verá.
La fascinación se esfumó cuando Aby recordó su propósito, vengar a niños y duendes.
Tomó su bate y le dió con fiereza.
Su poca fuerza no le causó daño alguno a santa. El pobre barbón se cubrió con sus brazos.
-¡Abigail! Espera, espera. Soy yo, papá.
-¡Aby, basta es papi!.
Un Dylan bastante exagerado, al parecer de Aby, corrió a salvar a su padre no solo de la niña del bate sino también de las cuerdas que lo hacían tropezar.
-¿Tú eres santa?.
Aby se acercó con cautela. ¿Acaso su padre era santa o quizá un espía ruso disfrazado de santa?.
-No, Aby. Es papá. Santa no existe.
El bate cayó con un golpe seco contra el suelo de madera. Los aleteos de Aby se detuvieron, parecía más que una estatua, su respiración cesó, pero no sus lágrimas, quienes dieron presencia, poco a poco.
-¡Dylan!. Aby, tesoro, santa es real.
-No, no lo es. De serlo tú no estarías disfrazado ¿o si?.
Dylan, como cualquier niño pequeño, no era consciente del daño que su lógica causaba.
El corazón de Henry se encogió al ver los ojitos de Aby.
-Cielo..Dylan tiene razón..
-Siempre tengo razón.
-Santa..él no es real. Pero papi si. Y mientras yo esté aquí te daré todo de mi. Papi, te dará el mundo entero si así lo deseas.
Aby se tranquilizó. Él no era santa, era mejor, su papi. Lo abrazó tanto como pudo con sus pequeños brazos.
-¿Puedo decirle a Teddy?.
Algo en la cabecita de Aby creyó que su hermano mayor merecía saberlo sin considerar que él podría sufrir al saber tal revelación navideña.
-Aún no. ¿No has pensado qué él es feliz creyendo qué santa es real?, déjalo ser feliz con esa idea, al menos hasta el próximo año.
Oh, no hizo falta esperar al próximo año. Aby, se lo dijo en cuanto su padre fue por leche caliente y galletas.
-Claro. ¿Por qué no?.
-Solo por si a alguien le interesa les diré como deduje que no eras santa en su brevedad.
-A mí no me interesa.
-A mí si. Aby, deja hablar a tu hermano. Dime, tesoro.
-Es evidente. Los padres hacen muchas compras en navidad, pero luego jamás volvemos a ver esas compras. Sin contar con que el gobierno encarcelaria a santa por esclavitud si supiera lo de los duendes. Aunque si él tuviera dinero saldría en una semana.
-¡Vaya!. Mi pequeño Einstein. Si que eres brillante.
-Además es imposible que de la vuelta al mundo en una sola noche...a no ser..¡que tuviera una máquina del tiempo!.
Tras tomar su leche caliente, los mellizos cedieron a voluntad de morfeo entre los brazos de su padre. Quién se separó de ellos con suma delicadeza. Acomodó los regalos de los niños con cuidado, y salió por la chimenea.
-Bien. Han sido niños buenos. No estarán en mi lista el próximo año.
Vestido de rojo y barba blanca el regordete tacho a los niños de su lista de niños malos.
-Son buenos chicos. ¿No creés, Rodolfo?.
Rodolfo, aquél reno de nariz rojo asintió con gran elegancia y emprendieron vuelo para llegar a cada rincón del mundo de ser necesario usarían la máquina del tiempo. Pero eso molestaría a la señora Claus. No debían gastar polvillo de duendes.