Capítulo 12
«Su relación»
—¡¿Pero qué carajos te pasa, Giovanni?! —gritaba Amber, su voz estaba cargada de furia mientras forcejeaba con el agarre firme que él mantenía en su muñeca, arrastrándola sin esfuerzo a través del pasillo del hotel—. ¡¿Cómo demonios se te ocurre aceptar una cita en mi nombre, como si yo fuera una maldita mercancía?!
El tonto mafioso, con la mandíbula apretada y la paciencia colgando de un hilo delgadísimo, ni siquiera se molestó en mirarla mientras continuaba caminando con pasos largos y decididos, ignorando por completo la resistencia de Amber, quien hacía todo lo posible por frenarlo, aunque sin éxito.
—No empieces con tus dramas —respondió con frialdad, como si no estuviera completamente al borde de perder la paciencia—. Matteo quería un incentivo para cerrar el trato, y…
—¡¿Un incentivo?! —soltó una carcajada incrédula, retorciendo la muñeca en un intento inútil de liberarse—. ¡¿Desde cuándo yo soy un incentivo, eh, troglodita arrogante, mafioso idiota, hijo de la gran muralla, rata inmunda, infrahumano despreciable?!
El insulto tras insulto salió de sus labios con una velocidad impresionante, sin pausa ni filtro, como si llevara años acumulándolos en su interior solo para soltarlos todos de golpe en ese preciso instante.
—¡Eres un pedazo de basura con traje caro, un patán sin remedio, un ser inservible y absolutamente repulsivo, Giovanni! ¡Un cavernícola moderno que cree que puede tomar decisiones por mí como si fuera un maldito mueble! ¡Eres peor que un maldito secuestrador! ¡Eres el mismísimo demonio disfrazado de hombre!
—Exageras —bufó él, aunque sus nudillos se tensaron alrededor de su muñeca cuando ella lo llamó «inservible».
Amber se revolvió en su agarre, luchando con más fuerza, pero él ni se inmutó.
—¡No exagero! —chilló, dándole un empujón en el pecho con su mano libre cuando llegaron frente a la puerta de la habitación—. ¡Eres la peor excusa de ser humano que ha pisado esta tierra! ¡Eres un descerebrado, un neandertal que no ha evolucionado ni un carajo!
Giovanni abrió la puerta de un tirón y prácticamente la empujó dentro antes de cerrarla de un golpe.
—Deja de hacer una escena, Amber.
—¡No quiero dejar de hacer una escena! —gritó, girándose con los ojos inyectados en rabia—. ¡Quiero que abras esa maldita puerta y me dejes salir para que pueda ir a escupirle en la cara a Matteo por siquiera sugerir algo tan estúpido! ¡Y a ti te quiero lanzar por la ventana por haber aceptado como si nada!
El idiota dejó escapar un suspiro pesado y se pasó una mano por el rostro, como si estuviera reuniendo toda la paciencia que le quedaba.
—Me pareció que estabas bastante contenta con él —soltó, con un tono indiferente que solo logró enfurecerla más—. Casi diría que hasta lo disfrutaste.
La pobre víctima lo miró con incredulidad, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar.
—¡¿Qué dijiste?!
Giovanni se encogió de hombros, apoyándose con aparente calma contra la puerta mientras la observaba con ese maldito aire de suficiencia que la sacaba de quicio.
—Digo que parecía que se llevaban bien —repitió, con un deje de burla en su voz—. ¿No me digas que ahora te arrepientes de haber coqueteado con él?
Ella sintió que la indignación la consumía desde el estómago hasta la garganta.
—¡No me hagas reír, Giovanni! —espetó, lo señaló con un dedo acusador—. ¡¿Cómo puedes ser tan cínico?! ¡Te miré, te miré directamente a los ojos prácticamente rogándote que no aceptaras y tú igual dijiste que sí!
—¿Y por qué demonios no querías aceptar? —entrecerró los ojos y cruzó los brazos sobre su pecho.
—¡Porque Matteo y yo tenemos historia, imbécil! —soltó sin pensar, con la rabia nublándole la mente.
Hubo un breve silencio, un silencio denso, helado, más helado que comer hielo metido en un lago del ártico completamente desnudo. Ella sintió un escalofrío recorrerle la espalda cuando notó la manera en que la expresión de Giovanni cambió por completo. Su mirada se oscureció con una sombra peligrosa, su postura era rígida, como si, si pudiera, le haría tragar miles de granadas, y no hablo específicamente de la fruta.
—¿Historia? —repitió en un tono tan bajo que casi sonó como un gruñido.
Ella se cruzó de brazos, desafiándolo con la mirada, aún impulsada por la adrenalina de la discusión. —Sí, historia —largó—. Matteo y yo fuimos novios.
El silencio se volvió aún más abrumador. El idiota no reaccionó de inmediato. No se movió, no parpadeó, no cambió su expresión. Pero Amber pudo verlo. Pudo ver cómo esa revelación le había caído como un maldito balde de agua helada, como si le hubieran arrancado el suelo de debajo de los pies.
—¿Novios? —replicó, y su voz sonó tan ronca que Amber sintió un escalofrío.
—Sí —confirmó, sin bajar la mirada.
—¿Y… ustedes… iban a casarse? —preguntó él, su tono peligrosamente controlado.
—Sí. —Soltó luego de vacilar un rato.
Giovanni cerró los ojos, y cuando los volvió a abrir, su mirada era completamente diferente. Ella, por su parte, sintió que, por primera vez en toda la discusión, él realmente la estaba viendo, y lo que vio en esos ojos oscuros la dejó sin aliento.