Secuestro Equivocado

Capítulo 13 «Puedes no ir»

Capítulo 13
«Puedes no ir»

Dallas entró en la habitación con su andar relajado, ese que solía irritar a Giovanni en los peores momentos, pero que, en otras ocasiones, le recordaba por qué lo tenía a su lado. Su mirada recorrió la escena rápidamente, captando la tensión que flotaba en el aire como una nube de tormenta a punto de estallar.

Amber estaba sentada en el borde de la cama, mirando fijamente la nada, con los brazos cruzados y una expresión de absoluto desinterés en el rostro. Giovanni, por su parte, estaba de pie, con los hombros tensos, la mandíbula apretada y un evidente ceño fruncido, como si estuviera tratando de resolver el acertijo más difícil de su vida.

Dallas arqueó una ceja, notando la absoluta falta de interacción entre ambos. Parpadeó un par de veces, luego miró a su jefe con incredulidad antes de soltar una carcajada burlona.

—Vaya, felicidades, jefe. Lo lograste. Finalmente hiciste que se callara —soltó con una sonrisa de satisfacción, como si acabara de presenciar un milagro.

Pero su satisfacción se esfumó casi al instante en cuanto notó la expresión del mafioso tonto. No había rastro de triunfo en su rostro, ni siquiera un atisbo de satisfacción por haber silenciado a la mujer que no paraba de desafiarlo a cada segundo. No, en su lugar, encontró algo que rara vez veía en él: preocupación. Una preocupación que se reflejaba en la manera en que su mandíbula se tensaba y en cómo su mirada se mantenía fija en Amber, como si estuviera esperando, casi suplicando, una reacción que nunca llegaba.

Dallas entrecerró los ojos. No se lo esperaba. Giovanni no era de los que se preocupaban por tonterías, y mucho menos por los berrinches de nadie. Pero ahí estaba, visiblemente molesto, no por haber ganado la pelea, sino por la indiferencia con la que Amber lo estaba castigando.

»Oh… —musitó, captando la situación—. No querías esto, ¿verdad?

Giovanni le lanzó una mirada fulminante, pero bajo esa ira contenida, Dallas pudo ver la súplica muda. Giovanni Russo, el hombre que nunca pedía ayuda, lo estaba mirando como si esperara que él tuviera una respuesta a ese problema que no lograba descifrar.

Suspiró, cruzándose de brazos y sacudiendo la cabeza con fingida decepción.

—Tienes un problema, amigo —comentó, lanzándole una mirada de lástima—. Y lo peor de todo es que no es con ella. Es contigo mismo.

—Si vas a soltar una de tus filosofías baratas, mejor ahórratelas. —chasqueó la lengua, completamente irritado.

—No es filosofía barata —respondió con una sonrisa ladina—. Es sentido común. Y créeme, ahora mismo lo necesitas más que nunca.

Amber ni siquiera reaccionó a la conversación. Seguía ahí, en la misma posición, ignorando cada palabra que se decía en la habitación, como si su mente estuviera en otro lugar completamente distinto.

Dallas se inclinó un poco hacia Giovanni, bajando la voz en un tono más serio.

—Si quieres que vuelva a hablarte, vas a tener que dejar de actuar como un maldito cavernícola.

—No me vengas con estupideces, Dallas.

—No son estupideces —insistió su amigo—. ¿Sabes lo que está haciendo?

Giovanni no respondió, pero Dallas vio la ligera tensión en su mandíbula, un indicio de que sí, sí sabía.

»Te está castigando —continuó Dallas—. No con gritos, no con insultos, no con una pelea como las de siempre. Con silencio. Y créeme, ese es el peor castigo que te puede dar.

Giovanni miró de reojo a Amber. No podía explicarlo, pero algo en esa indiferencia le carcomía los nervios, le hacía sentir un malestar que no había experimentado antes.

»Buena suerte con eso. Porque, amigo, si sigues metiendo la pata, la guerra fría va a durar mucho más de lo que puedes soportar. —le dio una palmada en el hombro antes de sonreír con sorna.

Giovanni dejó escapar un suspiro frustrado justo cuando Dallas salió. Como si el cobarde estuviera huyendo de lo que pudiera suceder, el mafioso tonto pasó una mano por su cabello con un gesto impaciente, sintiendo el peso del silencio en la habitación como si fuera una carga insoportable.

No era un hombre de muchas palabras cuando se trataba de disculpas, ni tampoco estaba acostumbrado a preocuparse por la actitud de nadie más. Si alguien se enojaba con él, le daba exactamente igual. Y si alguien decidía ignorarlo, bueno, para él simplemente dejaban de existir.

Pero Amber…

Amber lo estaba volviendo loco.

Ese silencio absoluto, esa falta de reacción, esa indiferencia total, le estaban calando los nervios de una forma que no entendía, que no sabía manejar. Y lo peor de todo era que ella lo hacía sin esfuerzo, sin siquiera intentarlo. Simplemente había decidido ignorarlo, como si él no fuera más que un mueble en la habitación, como si todo lo que él pudiera decir o hacer no tuviera la menor importancia.

Apretó la mandíbula, mirándola de reojo, esperando algún tipo de señal, cualquier cosa que le indicara que no estaba hablándole a una pared. Pero no, ella seguía igual, con la misma expresión inquebrantable, con la misma postura rígida, con el mismo aire de «no existes para mí».

Chasqueó la lengua y cruzó los brazos, maldiciéndose internamente por lo mucho que le estaba molestando esa actitud. No iba a darle el gusto de suplicarle una respuesta. No iba a caer en ese juego, no lo haría.



#4675 en Novela romántica
#1351 en Chick lit
#1735 en Otros
#485 en Humor

En el texto hay: humor, gemelas, mafioso celoso

Editado: 06.05.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.