Sed De Esperanza

CALOR

CALOR
2
John, notó que lo observaban con cierto anhelo, se sentía en la gloria. Si algo había heredado del abuelo era su hambre de ser admirado, pero no le fue suficiente, esa admiración ya era cotidiana, levantó la plancha por el aire a modo triunfal y repitió con voz orgullosamente potente:
--¡La encontré! ¡La encontré!
El abuelo dejó de comportarse tan inmaduramente volviendo a su casi serio comportamiento, razón por lo que contuvo el deseo de correr a abrazar con frenesí a su nieto, en su lugar, dio una sencilla cabezada en señal de aprobación y se sentó con elegancia natural en su típico sillón de terciopelo suave, luego reclinó la cabeza y cerró los ojos esperando el momento.
Tom, en cambio respondió con un aplauso, lo quisiera admitir o no, al contemplar semejante espectáculo cualquiera quedaría fascinado, hasta alguien tan resentido como él. Pasó luego a pararse junto a su abuelo, observándolo, intentando que su cerebro grabase cada arruga de las numerosas que había en su rostro, se veía como lo que era, como un anciano, observarlo de aquella manera le hacía olvidar todo lo que le hizo, después de todo era su abuelo, sabía que no pensaría eso cuando el proceso acabase, así que le echo una mirada cargada de ternura, de la que solo él fue consiente y volvió a su expectante fascinación.
John, entendió la señal de que ya podía empezar. Se acercó, encendió la plancha apretando un botón transparente, frio como el hielo. En seguida comenzó a sacar una especie de vapor azulado por una boquilla que tenía en el frente. La plancha tenía la forma de cualquier plancha para ropa común, pero su color plateado y sus botones de cristal dejaban en claro, que no era cualquier plancha, sino que era única y especial.


El abuelo sintió como el calor de la plancha lo invadía. Su nieto se acercaba cada vez más a él, cada fracción de segundo que estaba lejos de su rostro, eran minutos en su cerebro que se pasaba añorando aquella agradable sensación, estaba bastante ansioso por sentir el cosquilleo limpiando su piel, sus poros gritaban que la necesitaban más cerca.
John estaba a centímetros de tocar la piel del abuelo, ya no tenía miedo de lo que pudiese suceder, ya sabía que no debía preocuparse, como tiempo antes ocurría.
Al principio cuando la plancha llegó, el abuelo le había pedido a Tom que lo ayudara. Tom por aquél entonces, todavía era un niño curioso, y le importaba que algo como la plancha le hiciese daño a su abuelo, temía quemarle, además, su relación con él, comenzaba a fracturarse, como cristal a punto de estallar, sabía que mentía y ese día fue la primera vez que se negó a hacerlo, suprimiendo su curiosidad que normalmente le ganaba, no supo que ganó más si su enojo con su abuelo o el temor a hacerle daño.
Así que John se hiso cargo, sabía que la plancha no le quemaría porque el abuelo no era tan tonto para causarse algo grave, en los experimentos que no salían bien solo le ocurría poca cosa y tenía la certeza, de que si llegase a ser el caso (de lo que dudaba por completo) seguramente el abuelo encontraría otro método extraño para curar las heridas. Estaba muerto de nervios, temblaba demasiado. Su ansiedad y emoción sí que podían dañarle, pero al final todo resultó bien, hasta la fecha ese gozo que sintió al hacerlo, lo ponía nervioso, pero ya no temblaba como antes, ahora, cada semana lo hacía felizmente. y quien decidió hacer esa tarea fue el.
La plancha tocaba la piel, pero el abuelo no sentía dolor ni mucho menos, solo un ligero cosquilleo, que le relajaba el rostro como si ese cosquilleo le devolviese la felicidad de la juventud.
Su juventud era su etapa más añorada, pues fue la época en la que se había enamorado de la chica que se convertiría en su esposa, desafortunadamente murió tres años después cuando se fue en un misterioso viaje con su hermana menor, se quedó solo con su única hija, fue fuerte solo por ella, pero entre más crecía ella, más difícil era criarla.
La plancha pasaba una y otra vez por su rostro llevándose los años, John manejaba su trabajo con mucha maestría, se volvía un mago, se sentía un mago. Tom solo contemplaba. En ese momento, en el que todo parecía dirigirse hacia lo perfecto, se sintió muy afortunado. No solo del hecho de presenciar ese acto de magia, sino de tener a su hermano.
El abuelo era consciente de la renovación que debía estarle ocurriendo a su piel, a su rostro. Ojalá hubiese podido evitar con tanta facilidad el paso de los días en cuanto a las circunstancias se refiere, ojalá hubiese podido retrasar los relojes para que el tiempo no corriera y vivir una y otra vez los mejores días, pero nada de eso podría ser, él lo sabía, al menos no entonces, no era algo que él conocía. Pero con la suavidad de aquel maravilloso objeto contra su piel, sentía que aquella ilusión se hacía realidad.
La plancha lo hizo olvidarse un poco de sus penas, lo hacía sentirse privilegiado e importante, como a todos en la sala. En esa mañana del mes de diciembre, en las afueras de la gran ciudad grande.
Su nieto acabó al fin, el nombre de "Sara" volvió a regresar a su cabeza, se alejó quizá con un dejo de nerviosismo y se hizo a un lado para que el abuelo se mirase en la ventana tipo espejo que tenía delante. El abuelo se incorporó, pero sin mirarse, en su lugar se puso una toalla en el rostro y salió con prisa hacia su dormitorio, decidiendo que la sorpresa esa vez sería mayor, no quería mirarse hasta que todo acabase de verdad, no a medias, tenía un haz bajo la manga.
Tom y John se miraron desconcertados.
--¿Qué le pasa? —Preguntó el primero
--No lo sé. Algo se le ha de haber ocurrido. Ya sabes cómo es—Respondió John restándole importancia, lo que sorprendió a su hermano ¿Desde cuándo no era importante para él cosas como aquellas? Pero, sin embargo, no dijo nada, después de todo el compartía la misma opinión. John procedió a sentarse mirando a su hermano, era el momento correcto para decírselo no podría esperar más, no le gustaría que el abuelo los viese susurrar, quien sabe cuánto tardaría.
--Cuando buscaba la plancha—Comenzó recibiendo el interés de Tom, que ahora ya sabía porque no le importaba aquello, ahora había cosas más importantes por las que preocuparse--Ya sabes en el dormitorio del abuelo... Quiero decir—Su hermano lo miró con demasiado interés tratando de intuir lo que le diría-- Cuando ya casi me iba... algo me detuvo. Vi que lo que cubría su cama era una manta blanca con el nombre de Sara bordado en negro.
Lo que le dijo lo sorprendió en extremo, esperaba que lo encontrase fuese un artilugio extraño, a lo mejor algo más intrigante, pero no aquello, no esa manta que solo podía proceder de un solo lugar: de la cabaña.
--¿Crees que la sacó de la cabaña? ¿Qué la encontró en uno de sus paseos nocturnos?
--No lo sé, podría ser. Ayer volvió a salir, yo lo vi por la ventana. Ya llevaba tiempo sin hacerlo, hasta que creí que estaba perdiendo el hábito, pero no, solo lo hace más tarde aún para que no nos demos cuenta. —Comentó John con clara decepción--pero igual la pudo haber tenido desde hace días, la última vez que la visitamos, fue hace una semana.
Los dos se quedaron pensando. Recordaron como el abuelo salía meses atrás de madrugada, ellos lo observaban por la ventana, salía descaradamente por la puerta principal y caminaba por en medio de la playa hasta perderse en la selva. Ellos habían intentado seguirle, pero sin concretar su objetivo. Un día lo confrontaron, le exigieron que les explicase a dónde iba, pero no les dijo ni palabra, y les prometió que no lo volvería a hacer, si es que tanto les preocupaba.
--Nunca ha mencionado nada sobre la cabaña—Respondió Tom al fin.
--Nunca ha mencionado nada sobre algo. Si le preguntamos dirá lo de siempre...
--"Tal vez más tarde" Si. Lo sé. No pensaba hacerlo, pero deberíamos seguirlo.
--¿Cómo todas las otras mil veces que lo hemos intentado? —Dijo irónicamente John.
--Ya sabes lo que dicen "la milésima es la vencida"
--No dicen eso, dicen: "la tercera", pero tienes razón, haremos un mejor plan, pero que sea después. —No quería decirle a su hermano que tenía miedo de saber adónde se dirigía-- Primero tenemos que ir a la cabaña a ver si esta nos puede dar el indicio de algo. Y en cuanto estemos adentro comprobaremos si está la manta o no. Tenemos derecho a saber todas las cosas que no nos ha querido decir a lo largo de los años, más si se trata de ella.
--Luego lo seguiremos cuando salga de madrugada —Insistió Tom con terquedad-- sea o no procedente la manta de ahí, es importante descubrir a donde va, casi no tengo ninguna duda, pero no podemos probar nada.
--Estas seguro de que va a la cabaña—Respondió su hermano negando con la cabeza-- creo que es lo que más te importa de todo esto, a donde va. No, ni siquiera eso, te importa tener la certeza de que lo que piensas es correcto, te importa más que la pregunta real ¿De dónde sacó la manta? Si no fuese de ahí ¿No te intrigaría aún más?
--Pues claro que me intrigaría más, pero tú lo dijiste quiero tener la certeza de que lo que creo sobre él es correcto. Saber algo verdadero sobre el ¡Sería un milagro! Además, si la manta no estuviese en la cabaña, implicaría que es ahí a donde va siempre. Porque esa manta no se puede sacar de ningún otro sitio ¡y lo sabes!
--No necesariamente... por lo menos hay que comprobarlo ¿Si? Y en cuanto a la cabaña, podría ser a donde fue ayer, no siempre—Alegó John.
--Por eso lo seguiríamos, para confirmarlo así ya confirmaríamos dos cosas: Una, que tomó la manta de la cabaña (De lo que no me cabe duda) y Dos, que ha ido ha dicho lugar.
--Te desenfocas del asunto...
--¿Y qué dijiste hace rato? ¿Qué me preocupa más que la pregunta real? Te equivocas, la verdadera raíz de todo esto es la cabaña y si él va ahí, es lo que más importa.
--Está bien, ya basta. Estamos discutiendo si razón alguna, después de todo lo que ambos queremos contestar nos lleva a los mismos sitios. Y creo que es básicamente lo mismo.
--Sí, no tiene sentido, y te digo que si me interesa de donde proviene, pero menos que a ti porque lo sé, al igual que tú, pero te niegas a creer que... Bueno... Así quedamos. —Resolvió ofreciéndole la mano a su pequeño hermano.
Escrito por: P.I.González.E.




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