El día que la joven apareció, era un día como otro cualquiera.
En Sedona, parecía que el tiempo se deslizaba lánguido entre las horas, los relojes, apenas avanzaban sus minuteros, haciendo que la ociosa monotonía del día a día, se extendiera imperenne entre los habitantes de este espiritual pueblo de Arizona. Sedona era un lugar peculiar, de gente serena y seria, que vivían más en la edad media que en el siglo XXI; y no era por un insólito atraso tecnológico, los habitantes de allí, tenían electricidad, agua corriente e incluso “wifi”, era más bien el carácter indómito y de mentalidad atrasada, que compartían aquellas buenas gentes de Sedona, lo que los hacía vivir unos siglos más atrasados que el actual.
Aquel día George, el barbero, recortaba distraído la melena del joven Johnny, el hijo del carnicero, aquel muchacho inquieto y de cabellos rubios como el maíz jugaba concentrado con su figura de “Spider-man” mientras se dejaba hacer. Fue el primero en verla aparecer.
Tal y como nos relató el chico, de tan solo doce años de edad, fue un fantasma lo que divisó en la lejanía, apenas un pequeño bulto acercándose pesadamente por la gran calle del comercio. No tardaron los demás comerciantes en percatarse de la presencia de aquella joven de rostro blanco, casi transparente, el rostro de un cadáver; salvo, que en realidad, no era un cadáver.
Hasta Vernon el mecánico se sobresaltó al ver a la muchacha. Vernon declaró haberse acercado a la joven, quién a pesar de su deplorable aspecto andaba renqueante hacía el final de la vía. Nadie sabía hacía donde se dirigía, pues pasada la gran calle del comercio no había nada: nada, salvo la extensión irregular de aquella maltrecha carretera, coronada por grandes socavones, que impedían la correcta circulación de los pocos vehículos que pasaban por ella, esa carretera era la única que transitaba por aquel pueblo de Arizona y por aquella carretera, el cadáver viviente de una joven, andaba a trompicones sin destino aparente.
“Me miró con esos ojos vacíos de vida, sin sentimientos; me dejó sin palabras, no pude hacer nada”. Ese fue el testimonio que nos relató Vernon nada más que declaró. “Estaba poseída, yo vi como volvía la cabeza del revés, para mirar hacia mi tienda”. Nos contó la verdulera. “¡Hija del demonio!”. Nos comentaban otros. Lo cierto era, que la aparición de la joven había sido presenciada por muchos testigos, que sin embargo, contaban cosas contradictorias e imposibles, que complicaban soberanamente el trabajo de investigación.
No obstante el atestado del caso estaba claro. Una joven, de la que no se conocía su identidad, había aparecido sin previo aviso en aquella calle, estaba ensangrentada y mal herida, vestía tan solo un pobre camisón de color blanco, teñido de rojo y harapiento, que colgaba deshilachado de sus raquíticos hombros. La joven de cabello moreno, corto y enredado, estaba desorientada, sin embargo, no expresaba emoción alguna. Como pude leer en el informe médico, aquella falta de sentimientos, que había asustado al mecánico, era a causa del shock producido por la situación. Pero eso no era todo, según los testigos, la joven había llegado al final de la gran calle del comercio y luego se había derrumbado. “No nos atrevimos a acercarnos a ella, podría echarnos una maldición”. Declaró el barbero. “Fui a llamar al médico en seguida”. Explicó el dueño del único bar que había en todo el pueblo.
Aquel médico era el mismo que había redactado el informe y fue el que se llevó la peor parte. “Corrí todo lo que pude. Cuando llegué me dijeron que no se había movido. ¿Cómo iba a imaginar yo, que fuera a reaccionar así?”. Nos dijo mientras se llevaba una mano huesuda al ojo ahora vendado. “Yo solo la zarandé para comprobar que aún vivía. Empezó a gritar”. Muchos nos describieron aquel grito, “era la voz del mismísimo Satanás”, “pobre niña, gritaba como si le fuera la vida en ello”, “nunca imaginé que alguien tan delgado y enfermo pudiera berrear de ese modo tan terrorífico y enérgico”. Explicaban las gentes de Sedona. – “entonces dijo algo. Luego se abalanzó sobre mí” –. Confesó – “¿Qué dijo?” –. Le pregunté intrigada. –“Casi me arranca el ojo”–. Continuó el médico. – “¿Qué dijo?” –. Volví a inquirirle. – “preguntó por su hijo” –. Finalizó el médico.
Aquel caso comenzaba a complicarse, el informe médico, efectivamente, decía que la joven acababa de parir, aun así, el análisis de la sangre que envolvía sus ropas decía que no era solo suya. Había algo muy inquietante en toda aquella historia, y aunque no fuera cosa del diablo o de brujería, como creían aquellos pueblerinos, un aire de peligro envolvía todo aquel asunto.