Sedona

V: El día que interrogué a los congregados

El día que interrogué a los congregados, una maraña de sentimientos contradictorios atormentaron mi mente.

El campamento de los congregados era un sitio alegre y hogareño, en el que cualquier persona ajena a ellos era bienvenida. A diferencia de Sedona en donde te juzgaban sin piedad hicieses lo que hicieses. Sin embargo, había algo que aquellos dos lugares, tan dispares entre sí, tenían en común; en ambos sitios se procesaba una religión y en ambos casos, aquella fe ciega volvía a sus habitantes en personas cabezotas, que no admitían ni admitirían jamás, el extremo radical al que habían llegado por no tomarse la fe de la forma en la que debería de ser tomada.

Aquel día encontré a Sídney junto a Jackson en el arroyo y le pregunté por Stella. “Era una chica callada y traumatizada”. Me contó la mujer. “Yo intenté ayudarla, pero ella no veía con buenos ojos nuestro culto”. Sídney no me reveló nada que ya no conociese, así que seguí buscando testimonios de los habitantes de la congregación, necesitaba que alguien me contara algo nuevo y que pudiera ayudarme a aclarar las circunstancias del día en el que Stella se puso de parto.

Lo cierto era que aunque la historia cuadrara al completo, había algo en Gary que me decía que ocultaba información, por lo que mi deber era continuar investigando y para ello tendría que seguir mi fiel instinto, el cual no me había fallado nunca, fui a buscar a más testigos de aquel día y a personas que pudieran contarme como era Stella hasta ese momento.

Resultó ser agresiva. Me clavó un tenedor en el ojo”. Denunció Diego el hombre del parche. “La sujeté para que Sídy pudiera sedarla con belladona, pero como estaba de parto no le administró la suficiente, así que consiguió escapar y para impedir que la volviese agarrar me clavó un tenedor”. Eso explicaba también, porque Stella había atacado al médico y le había arañado un ojo. “Era una chica muy seria”. Me decían los congregados. “Pobre niña y pobre bebé”. Se lamentaban otros.

Decidí entonces observar a aquellos congregados, por si lograba encontrar algo sospechoso entre ellos, por lo que me apremié a acudir a la ceremonia con la que rendían culto a su diosa de la naturaleza.

Los congregados se reunieron alrededor de la talla de su diosa y se cogieron de las manos, luego comenzaron a entonar cánticos, cada uno a su manera, cada uno decía y expresaba lo que quería, muchos de ellos estallaban en éxtasis y comenzaban a agitarse revolucionados; entonces, el sonido de un tambor retumbó y todos los allí presentes se pusieron serios súbitamente, para luego sentarse en la hierba, mientras cerraban los ojos y bajaban las cabezas. De entre las cabañas, surgieron una multitud de niños vestidos de blancos y coronados con tiaras de flores sobre sus cabezas, a la vez iban arrojando al suelo diferentes pétalos de flores, los niños seguían a Gary, quien comenzó a entonar una especie de canción, mientras fumaba una pipa que contenía alguna clase de hierba, que intuía, era alucinógena, los demás congregados volvieron a emitir sonidos y como si estuvieran poseídos, fumaban de la pipa, mientras los niños colocaban las manos sobre sus cabezas, transfiriéndoles, según ellos, la fuerza pura de la diosa. Cuando todos hubieron fumado de la pipa, Gary se situó a los pies de la estatua para inmediatamente después, arrodillarse ante ella. Todos permanecieron en silencio mientras deliraban a causa de los efectos producidos por aquella planta; así se quedaron, sentados y callados, mientras Gary hablaba con la diosa, para agradecerle todos los regalos que ella les entregaban día tras día. No vi a Sídney por ningún lado por lo que fui en busca de Jackson para pedirle que me llevara de vuelta a Sedona.




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