Sedona

VII: El día que encontré al bebé

El día que encontré al bebé, los congregados y las gentes de Sedona luchaban con furia los unos contra los otros.

Llegué al campamento de los congregados lo más rápido que pude, a través del bosque y asombrada contemplé, como la gigantesca talla de la diosa, ardía vigorosamente entre las ardientes llamas de aquel fuego asesino. El hogar de los congregados se convertía en cenizas, a medida que el fuego avanzaba, devorando tras de sí, aquellas cabañas de madera, construidas de forma artesanal. El corazón del hogar de los congregados era un infierno, dónde aquellas llamas corrosivas, engullían sin distinción, a los miembros de amabas comunidades.

Aquel día, algunos de los congregados, intentaban sacar a los niños de aquel infierno. “Pobres críos, estaban aterrados”. Me contaron aquellas personas. “Todo por culpa de esos herejes”. Decían otros...

La verdad era, que ambos bandos contribuían a la guerra y que la mayoría de aquellas personas, no se preocupaban por los pequeños. Decidí entonces ayudarlos para ponerlos a salvo. –“¿No hay más?” –. Pregunté extrañada, al percatarme de que todos los niños eran del sexo masculino. –“Así es señora” –. Me contestaron.

Tras poner a los chiquillos a salvo, volví a internarme en aquel infierno de fuego, para comprobar, que los habitantes de ambas congregaciones seguían enfrascados en una guerra sin precedentes.

Son satánicos señora; han engendrado en la muchacha al hijo de Satán, tenemos que matarlo”. Me decían las gentes de Sedona. Estaba claro, que los congregados, no eran muy legales que digamos, y que había que poner orden en aquella congregación, pero aún así, no podía permitir, que las gentes de Sedona se tomasen la justicia por su mano.

Ese día encontré a Sídney sosteniendo a un bebé que gemía entre sus brazos. “Es la hija de Stella”. Me confesó arrepentida. “Gary cree que es la reencarnación de la diosa, no debí haberle hecho caso”. Me explicó Sídney. –“¿Y que me dices de los demás niños?” –. La acusé con dureza. – “Esos niños son abandonados por sus madres” –. Me dijo con inocencia. Aquella mujer había creído todas y cada una de las mentiras, que Gary le había contado, a cerca del porque se quedaban con esos críos.

Tras hablar con una confundida Sídney, Jackson Toretto apareció herido en el hombro, se acercó a nosotras con debilidad, para comprobar que estábamos bien. “Me atacó un congregado”. Me explicó cuando intenté verle la herida. “No hay tiempo para eso, debemos buscar una salida”. Me dijo para evitar que le tocara el hombro.

De improvisto, Gary apareció ensangrentado y armado con una escopeta de caza, se interpuso entre la única vía de escape que había y al instante, nos apuntó con ella. “¡Ella es la reencarnación de la diosa!, ¡Es la primera niña que nace entre nosotros en años!”. Luego nos ordenó que se la entregáramos. Pero Sídney me dio al bebé con sumo cuidado y luego se enfrentó a Gary. – “¡El bebé debe estar con su madre!” –. Sentenció con la barbilla en alto. El líder de los congregados la miró con repugnancia, después Gary le disparó al vientre sin compasión.

Jackson Toretto, corrió enfurecido hacia Gary y lo derribó tirándolo al suelo. Forcejearon durante unos angustiosos segundos, hasta que Jackson consiguió golpearlo con fuerza en la cabeza. El líder de los congregados, se quedó tirado sobre aquel suelo de cenizas, inmóvil e inconsciente en apariencia.

El ebanista dejó de prestarle atención a Gray y se agachó para socorrer a Sídney, no le dio tiempo ni a tomarle el pulso, porque Gary volvió a levantarse para colocarse tras las espaladas de Jackson con el arma cargada. Antes que pudiera atacarlo, sin embargo, le disparé con mi arma. Cayó fulminado al momento.

Miré a mí alrededor. Aquel lugar se estaba convirtiendo en un cementerio de árboles y de personas. La lucha entre ambas congregaciones había finalizado, cuando oyeron los disparos de las armas, así que lentamente y con cansancio, aquellas personas fueron evacuando el lugar con arrepentimiento. Su irracional y extremista fe, los había llevado a cometer unos actos atroces que nunca podrían olvidar.

Tras comprobar que ya no podíamos hacer nada por Sídney, Jackson y yo nos internamos en el bosque, para ir hasta la cabaña. Encontramos a Stella oculta tras unos pinos cercanos a la casa de madera del ebanista. Cuando le entregué el bebé a su madre, sentí que había cumplido mi misión, pues por fin Stella se reunió con su hija para no volver a separase nuca.




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