Seducción

Epílogo

Desconocido

El mundo de la mafia era cruel, sangriento, duro, frío, oscuro… un asco. Para las mujeres, podía ser un infierno absoluto. Pero para ella había sido todo menos eso. No había tenido que entregarse a un hombre que le doblara la edad o que simplemente la viera como un pedazo de carne.

El Ángel de la Muerte. Una mujer respetada, temida y venerada por otras mujeres en la mafia. Era la única mujer al mando de un grupo, y por eso la respetaba. Pero también la odiaba. Ella tenía lo que era suyo, algo que nunca debió haber alcanzado. Debería haber muerto cuando ingresó en la familia, pero no. La maldita se adaptó y adoptó las sombras como suyas. Yo, en cambio, nací en ellas, en el hueco más profundo del mundo, y solo pude salir cuando estuve lista.

Mi reflejo en el espejo me da asco. Mi barriga, grande y deformada por el engendro que crece en ella, me repugna. Cada día que pasa quiero clavarme un cuchillo para arrancarlo de mí, pero todo esto es parte del plan. La voz regresa, insistente, queriendo imponer sus reglas, pero no lo permitiré. Antes de cederle el control, debo resolver los asuntos que quedan pendientes. Él es solo un vehículo, y cuando obtenga lo que quiero, lo destruiré.

Seré algo peor que el Ángel de la Muerte. Seré su perdición.

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Camino por la gruta escondida de la villa hasta llegar a la montaña. Un auto me espera. Subo y el conductor acelera hasta dejarme en el continente. La casa en el acantilado se mantiene igual: oscura, fría y cargada de recuerdos que no quiero revivir. Desciendo por los escalones junto a la cocina y tomo el elevador al subsuelo. La sala está llena de científicos y equipos.

Ahí está él.

—Ivo, Ivo, Ivo. A este paso voy a pensar que eres mi peor elección para este trabajo.

Su rostro es una grotesca parodia de humanidad. La mitad de su cara está sostenida por grapas, mientras que el resto parece pudrirse lentamente.

—Estamos teniendo problemas con la regeneración —explica uno de los científicos—. Se nos acabó la sangre.

Miro a Ivo con frialdad.

—Necesito que consigas más sangre. Si un tubo SST logró esto —señalo las cámaras con los clones flotando en líquido—, imagina lo que podría hacer un litro.

—Cronos y Caruso no lo ponen fácil —responde Ivo, intentando justificar su fracaso.

Sonrío, un gesto cargado de veneno.

—Nos desharemos de ellos. Cronos ama a Rouses, y Alessio también. Solo necesitamos plantar la discordia. El espectáculo se encargará del resto.

Ivo arquea una ceja, escéptico.

—¿Cómo piensas hacerlo?

—De eso me encargo yo. —Miro al científico—. Haz que se vea mejor. Su aspecto me repugna.

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De vuelta en el salón principal de la casa, espero a mi caballo de Troya. Cuando entra, lo examino detenidamente.

—¿Ya la conociste?

—No me lo recuerdes —responde con desdén—. No sé qué vio en ella.

—Tienes claro lo que debes hacer.

El tiempo se me acaba. Mi pecho martillea con dolor mientras reprimo un grito.

—Terminaré con la parejita. No será sencillo, pero yo me encargo. Sé cosas que Alessio no le ha contado.

Uno de mis hombres entra y me entrega un periódico. Lo abro, y el titular hace que la rabia me consuma.

—¡Maldita zorra! —Golpeo la mesa con el periódico. Lo lanzo hacia mi acompañante.

—Ella no recuerda. Apóyate en eso. Destrúyelos. E Ivo se encargará del resto.

—¿Cronos?

—Una guerra entre Cronos y Alessio será nuestra mejor oportunidad. El mundo arderá, y yo seré quien controle las llamas.

El dolor vuelve, más intenso esta vez. Me caigo de rodillas y siento cómo soy succionada hacia un abismo interior. La oscuridad me reclama de nuevo. La voz, esa voz débil y suplicante, intenta salir. Pero no importa. Ella nunca será lo suficientemente fuerte para detenerme. El reinado de los Caruso y Cronos terminará. Y Rouses Alessandretti será el detonante de todo.

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Cronos

Cuando conocí a Alessio, su madre era mi maestra. La mujer más dulce que jamás he conocido. Alessio y yo nos volvimos amigos rápidamente. Pasé muchas tardes en su pequeña casa, envidiando lo que tenía. Yo podría haber tenido dinero, pero él lo tenía todo.

Nuestra amistad sobrevivió al tiempo y la distancia. Pero cuando regresamos al mundo de nuestros padres, la vida se complicó. Alessio tenía algo que yo no podía alcanzar: ella. Su princesa. Rouses Alessandretti no era solo una mujer; era una fuerza. Una luz en la oscuridad que lo transformó.




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