Seducción irresistible.(parte 2)

Capítulo 13.

"Hay que unirse, no para estar juntos, sino para hacer algo juntos."

Juan Donoso Cortés

En este instante miraba a Mellea dentro de una caja perteneciente a un refrigerador, ella está escondida como una tortuga con su caparazón.

Me acerco hasta la caja que está en la esquina de una tienda y lo muevo, ella sale asustada y con los puños hechos, lista para atacar.

—Jassel no hagas eso. —susurra, se lleva la mano al pecho y suspira.

—Levántate de una vez Mel. —le digo y volteo a ver en dónde estoy, rodeado por algunas tiendas de ropa.

—No hagas escándalo, ahora salgo.

Abro la puerta de mi auto y saco mi teléfono, la hora no es precisa para que ella esté merodeando por aquí.

Ella es libre como el viento y rebelde como el huracán.

Sale torpemente de la caja, su cuerpo se balancea y rodeo su cintura para que no se caiga, ella suelto un suspiro irritada y se aleja rápido.

—Gracias por eso, me llevas a casa Jassel. —dice caminando hasta la otra puerta del auto.

—De nada, eres muy torpe y sabía que te ibas a caer. —le digo en un tono muy bajito, pero ella me escucha.

—Si sentirte héroe hace que puedas llevarme a casa, pues gracias mi estimado Jassel. —contesta con tal sarcasmo.

La radio es encendida por ella, empieza a tararear las letras de la canción y yo apagó el aparato que emite la música, ella voltea su cabeza fijando su mirada en mí, furiosa.

—¡¿Por qué hiciste eso?! ¡Estaba en la mejor parte Jassel! —dice enojada.

—¡Nicolleta!, No soy tu jodido chófer al que puedas manipular, te fui a recoger precisamente por qué temía que estuvieras en problemas.

—No lo estoy.

—Por lo que veo es verdad, pero ya me oíste. —le digo finalizando.

El camino a su casa se vuelve un poco silencioso, pero ella vuelve a encender la radio esta vez ya no le vuelvo a decir nada y me quedo callado hasta llegar a su casa.

Miro por el espejo del auto y compruebo que nos están siguiendo, estacionó el auto.

—Jassel, quiero ir a casa, estoy cansada. —dice suspirando.

—Nos vienen siguiendo desde hace rato. —le digo y le tapó con la capucha de su abrigo. —Así te ves mejor Mellea.

Ella me mira algo cansada, vuelve a emprender el rumbo hacia su casa y el auto rojo todavía nos sigue.

Manejo con velocidad, Mellea se queda sorprendida por eso.

—¡Échale picante a la salsa! —grita eufórica y yo me río por eso.

En las situaciones mas terribles ella logra sacarme una sonrisa.

Doy vuelta hacia la derecha y estacionó en un parking, el auto que nos seguía sigue el rumbo sin darse cuenta de nosotros.

Ambos respiramos muy agitados, ella fija su mirada en mí, se quita el cinturón y se sienta en mi regazo, apenas puedo reaccionar, cuando hace eso.

—¡Wow, eso sí que estuvo increíble Jassel! —dice saltando en mis piernas, pongo mi mano en su cintura y la levanto para ponerla en su asiento.

Ella se da cuenta de lo que ha hecho y su rostro se pone rojo de vergüenza, luego su risa empieza a salir y se convierte en carcajadas.

—¡Lo siento mucho de verdad! —dice mueve sus manos. —Me dejo llevar por mis instintos locos que tengo.

—Es verdad, no cabe duda que cada día que pasa te conozco más. —opino y ella mueve su cabeza en aceptación.

—Si, la verdad que sí, nunca había hecho eso con nadie, estoy realmente loca, pero vale la pena, eres tú, mi amigo.

—Acepto tus disculpas. —me remuevo en el asiento tratando de buscar una posición mejor, cuando ella se sentó en mí, me quedé hecho piedra no podía ni moverme.

Cuando llegamos a su casa, bajo del auto, me pienso despedir de ella, pero me toma de las manos y empieza a llevarme hasta su casa, me quedo estático.

— ¡No quieres un cafecito, debes tener frío! ¡Te ayudará a calentarte! — dice y guiña.

Pienso alejarme, pero ella se pone detrás de mí y empieza a empujarme para caminar.

—No te hagas de rogar Jassel. —dice.

Gotas descienden sobre nosotros, parece que está calmado, pero pronto empieza a descender más fuerte, en la radio la voz de una mujer se hace presente, Mellea señala.

—Es mejor que te quedes en mi casa Jassel —su mirada refleja inocencia, pero luego sale su parte coqueta. —no muerdo. —arrastra la erre con destreza.

Las gotas grandes de agua comienzan a calar nuestras ropas, el cabello de Mellea luce mojado y yo aquí indeciso si entro o no, pronto ella suelta mi mano, porque ve que estoy indeciso.

—No espero a nadie, si quieres vienes si no, que te acompañe dios a tu casa. ─responde.

La sigo y cuando llegó hasta ella el impulso de pasar mi brazo alrededor de sus hombros me ganan y lo hago, Mellea me mira sorprendida por mi acción, pero no me aparta, jala más mi brazo y así quedamos más pegados




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