Sedúceme Despacio (editando)

Pesadillas

David. 

Dentro de mi mundo el sentirme temeroso no era algo común, el miedo por lo general me hace desear el objetivo con más ambición. Esta podía ser catalogada la primera vez que lo experimentaba a flor de piel, mi confesión ha dejado sin palabras a Hannah, quien de vez en cuando abre la boca sin emitir sonido alguno. Sus ojos ámbar me examinan incontables veces, parece que su cabeza ha asimilado demasiada información por el momento, es comprensible hasta para mí. 

Tenía en mente dos posibles reacciones de parte suya; podía pedirme que marchara de su hogar y de su vida, o existía la posibilidad de que tranquilizara mi descontrolado corazón con una mínima respuesta de su parte. Por primera vez, mi dolor deriva de un contexto distinto al que pude haber experimentado en mi niñez o juventud. ¿Qué sería de mí si Hannah ya no perteneciera a mi vida? ¿Cómo podría vivir yo sin sus besos, sin sus caricias...sin su ser? A mi pesar, yo tenía todas las respuestas ante mis dudas, no podía vivir sin Hannah porque es ella la mujer de mi vida, esa inseparable alma gemela. 

De manera improvista, Hannah se sienta sobre la cama y ata su cabello en una bonita coleta desaliñada. Observa la ventana de su habitación, los colores del cielo en su máximo esplendor, las nubes blancas simulando inexistentes figuras en el aire. Todo aquel análisis me ponía los nervios de punta, tengo la impresión de quedarme sin aire, de volverme loco si no obtengo una respuesta de su parte...por mínima que fuese, necesito una respuesta. 

—¡Eres un idiota, David! —Expresa medio disgustada medio aliviada.  

¡No estoy comprendiendo esta reacción de su parte!

—¿Disculpa? 

—¿Quién te dio el derecho de decidir por mí? —frunce el entrecejo—. Tengo la impresión de que te has montado una película en la mente tipo; desearía casarme con Hannah Horch pero ella no aceptará mis defectos porque yo lo declaro de esa manera. —En su rostro logro distinguir un tierno mohín, sus palabras causan una alegría indescriptible. Siento un gran alivio sobre el cuerpo como si de un milagro se tratase. 

—Yo...Hannah...

—Detente, ahora vas a escucharme atentamente David Lacroze, por si no he sido lo suficiente clara contigo. Ni la más preocupante adversidad me haría abandonarte ahora ni nunca, tú por el contrario, has decidido mi respuesta como si tuvieras todo el derecho de hacerlo —suspira—. No debes sentirte presionado por darme una familia, aún si lo intentáramos y no tuviéramos éxito, te seguiría amando porque tú eres la familia que necesito.

Hannah se confiesa como si hubiese estado reteniendo sus sentimientos todo este tiempo, una gran descarga de ira contenida la hace respirar nuevamente. Por un instante pienso en lo estúpido que ha sido para ella escucharme confesar mis preocupaciones, como si sus esfuerzos y gran dedicación no hubiese sido suficiente prueba para mí. Todas sus acciones caen sobre mí como un balde de agua fría; Hannah no estaba en la obligación de escucharme cuando todos parecían estar en mi contra y ella lo ha hecho, ella no estaba en la obligación de ayudarnos cuando mi padre cayó en coma debido al infarto y lo ha hecho, sin esperar nada a cambio. 

—Ahora y gracias a ti, me siento un verdadero imbécil —comento saliendo de mi pequeño letargo—. Posees la razón, jamás debí tomarme tal atrevimiento al decidir por ti. Te presento una sincera disculpa, no ha sido verdaderamente mi intensión, cuando vives preso del pánico es inevitable pensar en la infinidad de posibilidades que se pueden venir en mi contra. 

—Acepto las disculpas si prometes no dudar de mí nuevamente —su voz suena como una dulce caricia—. Aunque debo admitir que adoro que te preocupes por mí y si esto te reconforta, encuentro irresistibles a los hombres imbéciles. —Una delicada carcajada se escapa de sus labios, una contagiosa al parecer. Nuestras miradas se encuentran, nuestras labios se buscan con total desesperación y nuestros cuerpo, reclaman calor. 

Sus pequeños brazos rodean mi torso mientras busca ocultar su rostro sobre mi cuello, la fina tela de su suéter no me impide sentir sus pechos contra mi cuerpo. Una súbita ola de placer me quema por dentro y contengo la respiración, temiendo arruinar la bonita escena que estamos viviendo ahora. Sorpresivamente, es ella quien busca mis caricias, toma mis manos y las desliza por debajo de su suéter, un suspiro de placer se cuela de sus labios cuando mis dedos hacen contacto con su piel. 

Una mirada llena de dulzura adorna su detallado rostro, Hannah muerde sus labios de manera inconsciente, sin saber, que con ese gesto despierta en mí sensaciones inimaginables. Mi cuerpo demanda poder sobre el suyo, mis manos descienden sobre sus muslos obligando a deslizar sus piernas sobre mi cintura. Esa deliciosa proximidad que nos une es única, el calor de nuestros cuerpos, los gemidos, las expresiones, las caricias...todo es parte de nosotros. Me preguntaba muchas veces el por qué me sentía distinto al acostarme con esta hermosa mujer, comprendí en ese entonces que nosotros no teníamos sexo casual...nosotros hacíamos el amor. 

—David... —murmura—. Como puedes pensar que dejaría de amarte cuando estoy prendada de ti, de tu cuerpo, de tu alma, de tu piel. —Me mira con ternura, una mirada llena de amor sincero. Mientras nuestras manos se unen, no puedo evitar sentirme afortunado, lleno de vida al lado de esta adorable mujer.   

—Mi pequeña pecosa —una sonrisa se dibuja en mis labios—, mi mayor delito ha sido amarte. No comprendo como una hermosa diosa ha puesto sus ojos en un simple mortal. Como un corazón tan puro ha abierto sus puertas exclusivamente para mí. 

Suspiró. 

—Te adoro, David. 

(...) 

Hannah. 

Comprender los sentimientos de David no era una tarea fácil de comprender, menos siendo un hombre tan reservado. Aquella mañana, pude darme cuenta del verdadero valor que represento para él, del cariño sincero que profesa y me ha hecho sentir segura de lo nuestro. Su preocupación deriva del no conseguir hacerme feliz, lastimosamente para él no había deseado nacer con su padecimiento, ser estéril le ha traído más inseguridades de las que cualquiera pudiera pensar. 




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