Sedúceme Despacio (editando)

Nuestros verdaderos enemigos

Sarah Osborne. 

Muchos de ustedes se sentirán amenazados con mi presencia y les aseguro con toda confianza, que esa es mi verdadera intensión. No me presento ante ustedes como la ovejita tierna e indefensa que muchos de los accionistas conocen, de lo contrario, me presento como la mente maestra detrás de la estrategia que busca hundir a la familia Lacroze. Misma familia que nos ha robado el primer puesto dentro de la industria editorial, una verdadera ofensa para la familia de la cual provengo. 

Sarah Jaime Osborne, ese es mi nombre, y espero que puedan grabárselo en lo más profundo de sus mentes. Soy una londinense de veintiocho años, fruto de una aventura adultera entre mis padres. La hija bastarda de Conrad Osborne, exitoso empresario y reconocido dueño de la editorial Osborne Enterprise. Para mi padre no es un logro establecer la empresa familiar en el segundo puesto del mercado, el anciano era ambicioso, es por esa misma razón que me encuentro en su central de los Ángeles. 

Mi padre golpetea la madera de su escritorio con gran impaciencia, gesto que me incitó a sonreír con autosuficiencia. Su mirada ambiciosa y llena de oscuridad se posó sobre mí, estaba ansioso, a simple vista podía notarlo. Mi mirada se paseó alrededor de la habitación, su oficina en la central de los Ángeles era envidiable y por un instante maldije a mi madre por ser tan testaruda, si ella no hubiese desistido de la aventura con mi padre tal vez yo me encontraría dentro de las escrituras de su herencia. 

—Me estás impacientando, Sarah —dijo—. ¿Y bien? 

—Al parecer tenemos la pieza maestra que conducirá a Carlton Lacroze a la presidencia, en horas de la tarde David será destituido de la presidencia a causa de la unión de accionistas. Será cuestión de tiempo para que esa maldita editorial se encuentre por los suelos, desplomada de su frágil torre de marfil. —Papá arqueó una de sus cejas. 

—Casi podría decir que eres tan inteligente como tu padre, pero a tu pesar querida hija, no has notado un pequeño error de cálculo en toda esta estrategia. —Menciona, malicioso. 

Frunzo el entrecejo, consternada. 

¿Ahora de que carajos está hablando?

—En el informe que ha llegado a mis manos, puede leerse con total claridad que hay una mujer que está interfiriendo en los planes que hemos acordado seguir —gesticula—. Hannah Horch le ha brindado su ayuda a los Lacroze por encima de su poder en el conglomerado, ha desafiado el puesto de su hermana y no tiene el más mínimo indicio de temor al interceder por medio de los ejecutivos accionistas. 

Sí, ese ha sido el único maldito problema. Hannah Horch había estado inmiscuyéndose dentro de los asuntos que no le conciernen desde mi llegada a Lacroze Publisher. Esa maldita bastarda no ha hecho más que complicar mis jugadas sobre el tablero, hemos tenido que cambiar ciertos movimientos para evitar así levantar sospechas ante los ejecutivos. Sin embargo, tengo clara una sola cuestión, es ella quien sospecha de mí por encima de todos los miembros de la junta. 

—Ha sido complicado acercarme a David gracias a Horch —maldigo en mis adentros—, mis intentos serán en vano mientras ella siga interfiriendo en los asuntos que no le conciernen. Entonces me veré en la obligación de hacerla desaparecer del mapa si no mueve su trasero devuelta a San Francisco, en caso de no rendir frutos las pequeñas maldiciones con magia negra. 

—¡Estás loca, querida! —Aclaró. 

—¡Las peores personas lo están!

¿No era esa la frase célebre de Lewis Carroll en la famosa obra de "Alicia en el país de las maravillas"?

Sonreí. 

—Si tan solo hubieses sido hija de Camille todo resultaría a tu favor, Sarah —suspiró falsamente decepcionado—. Te hubiese puesto por encima de tus hermanas en el testamento. Desafortunadamente, Eleonor y Diane son las herederas de la editorial, por lo que tendrás que conformarte con un puesto dentro de ella. 

¡Bastardo!  

(...)

Cuando conocí a los hermanos Lacroze tan solo tenía veinte años, en una de sus ostentosas galas benéficas en la ciudad de los Ángeles. La intensión de mi padre en cualquier caso, era comprometerme con uno de los hijos herederos de la editorial Lacroze Publisher. El poder y la influencia dentro del mercado era tan importante para nuestra familia, como el simple hecho de recurrir a las más indiscretas jugarretas para conseguir renombre en la industria. 

Probé suerte con Theodore Lacroze, quien había sido el primero de los hermanos al cual conocí. Él quien disponía de una fluidez social, poseía un ingenio envidiable así como una desconfianza evidente. Mis intentos por seducirle habían sido inútiles una vez se mostró de manera fría y distante con mi persona, lo cual me llevó a recurrir a la segunda opción según el plan. David Lacroze, por el contrario de su hermano, era un hombre lleno de belleza y gran carisma, era el objetivo perfecto para conseguir la influencia suficiente en la editorial. 

¡Era tan ingenuo!

Debo admitir que enamoré a primer vista de él, su encanto era difícil de pasar por alto una vez interactuabas con él por primera vez. Agradecí interiormente la gran belleza que había heredado de mi madre, cuestión que no dejó a David indiferente una vez cruzamos nuestros camino. La vida al lado de un Lacroze era exquisita en todo el sentido de la palabra, los finos restaurantes, las fiestas en las ciudades más extravagantes del mundo y el sexo era una diversión asegurada en todo caso. 

O había sido de esa forma hasta que Carlton apareció en mi vida, para ese entonces me había comprometido oficialmente con David y estábamos a escasos meses de unirnos en matrimonio. Fue mi maldita sed de poder la que me llevó a cometer una estupidez de la cual me costaría años recuperarme, al huir con Carlton hice crecer la furia de mi padre. Al pasar de los años mientras mis hermanas gozaban de gran estatus en la sociedad, yo tenía que rogarle a nuestro padre una segunda oportunidad. 




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