"Seducida por la Bestia (saga Charmed #1)"

Capitulo veintinueve

¡A leer!
 


 


 


 

Tenía la cabeza hecha un bombo y ya se pueden hacer una buena idea de quién era el culpable.
Si. Sean. Me había implorado casi de rodillas que me quedara en casa. Gustosa lo hubiera hecho si no tuviera al menos un día entero en turnos acumulados en mi contra y que mi cabeza ya trataba de encontrar la manera de hacer que quien asignara los turnos lo hiciera a mi conveniencia. Mucho el gobierno podía meter la mano dentro del sistema pero ni el infierno te podía librar de cumplir con las horas correspondientes y las guardias asignadas. 
Retrasar, sí; librarse, no. 
Lo peor era el ser la nueva, eso era una mierda porque todos tenían un oído, un ojo, incluso ambas cosas atentas en espera de que cometiera un error. Podían seguir esperando, los errores no son lo mío. Obviamente los cometo, trabajar apresurada, tampoco lo era y eso reducía exponencialmente las probabilidades. 
Por desgracia Sean corría con la misma suerte. Un montón de trabajo sobre su escritorio, ese era el equivalente a muchas horas extras y por lo que sabía era prohibido sacar el trabajo de la oficina a menos de que sea para un juicio. O al menos eso me dio a entender. Y según me dijo, estaba relacionado con el antiguo asistente del fiscal y varios informes irregulares.
Lo que no supe sino hasta más tarde fue que en serio debí quedarme en casa resguardada en el rincón más profundo y oscuro.
He escuchado a muchos preguntarse qué demonios hace un traumatólogo en el Children´s, pero precisamente porque es un hospital de niños es que hay un ala completa dedicada a ellos. No culpo a los padres, al menos no a la mayoría; los niños suelen ser demasiado escurridizos, desastrosos e impredecibles. 
Ese era el caso de la pequeña Thea Sanders. Catorce puntos de sutura en su pequeño brazo. Con tan solo seis era el terror de su casa, el vecindario y el kínder. Su sonrisa e intensidad a la hora de hacer preguntas me recordaba en cierta manera a mí de pequeña. Si había silencio en casa era de temer y cuando comenzaba a preguntar era mejor ponerme cinta adhesiva en la boca. 
En resumen era un pequeño demonio.
Ya llevaba la mitad de mis horas cubiertas y ya había terminado con mi ronda en urgencias, misteriosamente todo estuvo muy tranquilo y no es que me quejara, pero un mes es suficiente para acostumbrarse a correr por todo el hospital, figurativamente hablando. El único problema era que mi cuerpo tenía la costumbre de adaptarse muy rápido. Lo digo refiriéndome al haberme quedado en casa holgazaneando todo el día, aunque no lo definiría de esa manera tampoco. 
Extrañamente cuando miré mi reloj éste apenas marcaba las seis de la tarde. No es que sea de esas personas que viven observando su reloj en espera de que acabe la carga laboral, lo hice porque Sean estuvo obsesionado con mis horarios de comida durante el día. Un gesto extraño de parte suya. 
—¿Hola?—le saludo tratando de aparentar un tono inocente con mi voz, por desgracia, no era muy buena mintiendo y él lo sabía. 
 


 

—Lo olvidaste, ¿cierto? —En ese preciso instante caí realmente en que había pasado tanto tiempo sin nada en el estómago. 
—No lo hice— miento—. Voy de camino hacia la cafetería justo ahora, ¿tú ya estás en casa? 
—De hecho, decidí aprovecharme de tu turno largo para quedarme un par de horas más. Estoy trabajando en el informe psicológico del caso Alberca. Tal vez al final pueda que pase por ti. 
 


 

Poniendo de lado lo último, como si no fuera lo suficientemente raro los nombres de los casos en la Fiscalía y nombraban a uno de esa manera. Días como este eran los que agradecía no ser abogada. Eso precisamente me hizo recordar cierta aversión de mi padre hacia ellos debido a un malentendido ocurrido hace un par de año que casi lo lleva a una baja deshonrosa y lo retuvo en prisión durante más de dos semanas. 
Quien era su abogado "defensor" hizo un muy buen trabajo, pero hundiéndolo. 
En fin, hay etapas de mi vida que sencillamente me parece bien el no recordar. Hablamos durante un par de minutos más y para cuando caí en cuenta ya estaba al principio de la fila para pagar por mi consumo. 
—Eh, morena— no Dios, por favor no—. Esta vez yo invito. 
—¿Como estas, Andrea? 
A veces me pregunto qué he hecho de malo para que los cielos me castiguen de esta manera. Soy buena chica, no levanto señales y mucho menos flirteo en las horas de almuerzo, de trabajo y de salida, para que ahora tenga una sombra pegada a mi culo cada minuto de mi almuerzo. 
Andrea Bonatti era la personificación de un dolor de culo, y antes de que digan algo, si sé que es lo que se siente uno de esos de primera mano. Llevaba cada día que coincidimos en turnos dejándome una invitación para cenar. Era buen hombre y todo, el mejor en su campo, pero podía ser mi actor favorito y aun así no le daría una mirada. Tengo a Sean y estoy perdidamente enamorada de él. Tampoco es que estuviera tan mal, tenía un aspecto desgarbado pero le pegaba muy bien, tenía que reconocerlo. 
A decir verdad, mis gustos de alguna manera se veían inclinados hacia los pelinegros. Gracioso, tomando en cuenta de que más rubio que Sean es albino, pero esta vez, ni siquiera sus enigmáticos y expresivos ojos oscuros me llamaban la atención. 
—Preguntándome cuándo me dejarás que te invite a cenar— respondió con aquella dulce sonrisa suya, sonrisa que había identificado como su arma principal para arruinar las bragas de todo el personal de enfermería y a una que otra médico babeando por sus huesos. Como dije, aquello no me llamaba en lo más mínimo la atención. 
—Creo habértelo dicho las últimas doce veces que me lo has perdido y volveré a repetirlo. Tengo novio. 
¿Y saben lo que ha dicho el infeliz? 
—Y creo haberte dicho que no soy celoso. 
 




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