Tras dos meses y medios, la rutina comienza a ser terapéutica. Me levanto en las mañanas, preparo mi desayuno y el de Eluney, alisto todo lo que necesitaré y dejo a mano lo que pueda requerir Leila en mi ausencia. Despierto a la beba, que cada día más grande se muestra renuente a dejarme ir pero finalmente feliz de quedar con su tía.
Me dirijo a la empresa, dejo el auto en el estacionamiento, cruzo la calle, compro un café para llevar junto a dos medialunas. Cumplo con los encargues que dispone mi superior. Al mediodía, alguno de mis amigos o compañeros de trabajo me insiste para salir a almorzar, a lo que termino cediendo de mala gana aunque no es tan malo tampoco. Cumplida la hora de descanso, concluyo los pendientes del día.
A las 18 horas, ni un minuto antes ni uno después, recojo mis pertenencias y emprendo el camino a casa, de pasada compro alguna nimiedad que pueda faltar. Llegar al edificio donde vivo es el único motivo por el que cumplo con mi rutina. El tierno rostro de mi hija me alegra genuinamente. Me recibe con sonrisas desdentadas y balbuceos, con la alegría innata que heredó de su madre. Eso basta para recordar que todo lo hago para hacerla feliz.
Leila se queda un poco más con la niña, tiempo que aprovecho para ducharme y relajarme. Nuestra amistad se ha fortalecido a tal punto que se ha vuelto mi confidente, es comprensiva y de algún modo, sus gestos, palabras y ademanes son un reflejo de Olivia; eso sumado al amor desinteresado que profesa por mi hija, han suscitado un cariño sincero y fraternal.
Lena y Mateo pasan por mi departamento cuando su jornada finaliza, para visitar a la pequeña consentida por todos. Conversamos y reímos, casi como en viejos tiempos, con la abismal diferencia de que todos y cada uno de nosotros, echamos de menos las carcajadas y ocurrencias de la morocha optimista, se nota, sobretodo en los silencios melancólicos que muchas veces se llenan de balbuceos de bebé.
Antes que la noche se torne oscura, cada uno se dirige a sus hogares. Lena solo cruza el pasillo y me recuerda, como cada día, que cualquier cosa está a un paso para lo que necesitemos.
La parejita se despide y se van al penthouse que comparten, viven juntos ya que es poco el tiempo que pueden compartir por sus respectivas responsabilidades. No hace falta ser un genio para notar que están enamorados uno del otro y aunque no lo digan, la compañía del otro aleja los fantasma que a cada uno atormenta.
Cuando todos se retiran, juego con Eluney, la lleno de besos, le cuento historias que quizás no entienda pero me observa como si lo hiciera, entono canciones que no hacen más que alimentar su risa recurrente y contagiosa. La baño, alimento y acuesto.
Mientras recojo el desorden que pudiera haber, como algo sobrado o encargado, llamo a mis mellis que estan enormes y no dejan de reclamarme porque no he ido en estos meses o porqué nunca está Olivia, evado ambos asuntos tanto como puedo ya que no sé cómo explicarles y temo su reacción. Por último llamo a mi madre, con quien cruzo algunas palabras, le cuento sobre la bebita, ella como toda abuela babosa se emociona con cada pequeño logro, me comenta sobre Fran, Diana y papá, con los que normalmente hablo por whatsapp. Me despido de mi madre para también acostarme. Sin penas ni glorias, un día más pasa ¿O queda uno menos?
De lunes a viernes, los días se suceden como una repetición del anterior con ligeros cambios.
El sábado no trabajo, la mañana se va entre las compras del supermercado, lavar ropa y limpiar mi habitación. Leila me ayuda con todo lo que a la bebé respecta y los lugares de uso común pero prefiero encargarme yo de algunos enseres. Por la tarde paseamos, solos o junto a mis amigos.
Me gusta el tiempo que pasamos a solas, es nuestro momento de padre e hija y lo disfruto tanto como es posible. Los domingos suelen ser esos días en que sólo estamos los dos, paseamos, caminamos o vamos al parque. Sería hipócrita negar que son muchas las veces en que me siento demasiado sólo, pero es un sentir que mantengo a raya impidiendo que se haga más grande.
Cada semana es un ciclo que cumple un riguroso orden que sólo se ve interrumpido, muy a mi pesar, cuando nos visitan mi hermana o mi madre. Su estadía, de no más de dos días, me reconforta y le agrega una chispa de alegría a la casa, que se esfuma incluso unas horas antes de que se vayan, sumiendonos en una añoranza que sólo desaparece parcialmente cuando retomamos la cotidianeidad.
Como cada tarde, estamos en casa, aguardando que lleguen Mateo y Lena. El mate corre como pelota de ping pong entre Leila y yo, la bebé aún no despierta de su siesta y en el ambiente se oye la armoniosa voz de un cantante español acompañada por una suave melodía que podría catalogarse alegre.
-¿Porque no salen con Mateo a tomar algo? Yo me quedo con Elu.- Suspiro. Otra vez con el mismo temita, llevan semanas insistiendo con que salga.
-No, gracias.- Respondo hastiado.
-Leo tenes que salir un poco, distraerte. No podes vivir entre el trabajo y la casa.- Por instinto voleo los ojos.- ¡Ja! Otro que hace lo mismo.- se burla mi interlocutora, por el gesto que copiamos a Oli.
-¿Los tres estudiaron el mismo libreto?- espeto recordando haber tenido la misma conversación con mis otros dos amigos días atrás, niega con la cabeza y volea los ojos.- ¡Ja! Otra que lo hace.- Retruco su acusación.
-Deja de cambiar de tema. Como te estaba diciendo, tenes que salir o ir al gimnasio, hacer algo que te ayude a despejarte.- Persiste.
- No quiero Leila. Tengo tiempo para trabajar y estar con mi hija. Es todo lo que necesito.- Explico tajante pensando que cerrará el asunto pero me equivoco.
- No estoy de acuerdo. Sos una máquina que llega a la empresa hace lo que tiene que hacer y vuelve a su casa en forma mecánica. Sos un excelente padre pero no estás haciendo nada por tu propio bienestar; a la larga vas estar jodido y perjudicando a tu hija.- Dice con pesar.