Seducido por la Jefa

Capítulo 30

Observo el angelical rostro de mi dulce Eluney, llevo acá dos horas, apoyado en la baranda de su cuna, viendola dormir. La nostalgia me invade una vez más. No hago nada por impedirlo.

Exactamente un mes atrás, en este mismo lugar, comenzaba mi dicha y desventura.

No puedo negar que el nacimiento de mi hija fue algo anhelado y que me lleno de alegría. Alegría apocada por un desenlace trágico, opacada por el dolor de la muerte de Olivia. Nadie entiende el desasosiego de mi alma. ¿Cómo sonreir al ver su rostro de bebé si en cada una de sus facciones habita un poco de su madre, un poco de los sueños que ya no serán? No culpo a la pequeña, no soy tan idiota como para responsabilizarla. Y aqui radica la verdadera contrariedad, en esta situación no existen culpables y de algún modo necesito acusar a alguien por haberme arrebatado la felicidad que ya creía palpar con las yemas de mis dedos y en un simple parpadeo desapareció. Todo resultaría más llevadero de haber un causante a quien cobrarle el infortunio, a quien odiar; pero, al no ser así, todo ese aborrecimiento anida dentro de mí sin encontrar escape o solución. Vamos, que tampoco me arrepiento del embarazo o de haberlo llevado a termino, es jodidamente díficil de explicar. De poder regresar en el tiempo no haría nada por evitar la fecundación, ni interrumpir la gestación. Tampoco sé de que manera impediría su fallecimiento, tal vez sólo la difrutaría más. Divago entre el mar de posibilidades que se abriría ante mí de ser posible tal acontecimiento artificioso. 

¿Porqué? Maldita sea, habiendo tanta gente egoista, falsa, malvada, sin escrupulos ni moral. ¿Porqué tuvo que ser ella? La vida habia sido lo suficientemente dura con ella, le había quitado mucho más de lo tolerable a temprana edad, cuando por fin obtenia un poco de felicidad no tuvo oportunidad de sacarle provecho.

-Leo, tal vez te ayude hablar con alguien.- comenta mi padre después de media hora junto a mi sin decir ni una sola palabra.

Mi vida cayó en picada desde aquel fatídico día. Descubrí a un Leonardo que ni siquiera sabía que existía, sentí un dolor tan grande e inexplicable, un vácio en el pecho que aún perdura y a esta altura dudo que se desvanezca en un futuro.

-Oli, mi Oli murió Lena, me dejó sólo.- Me aferré a mi amiga y lloré en su hombro ante la mirada lastimera de aquella doctora portadora de pesimas noticias y los pocos ahi presentes.

-Lo lamento, de verdad lo lamento. Pero no estás solo Leo, estamos con vos y tambien está su beba. Ella te necesita.- Sus delicadas manos deslizandose sobre mi espalda en un acto del todo empático, sollozos estrangulados pujando por escapar de sus labios entre cada palabra.

Despues de llorar aturdido por varios minutos, me llevaron dónde sus cuerpecito frío e inerte me obligó a aceptar que ya no había remedio ni segunda oportunidad. En medio de la desesperación fui consciente de que no sabía como actuar, que hacer, si ir por mi hija o si ocuparme del papeleo y el funeral. Agradezco a mis amigos que fueron mi soporte en todo momento, Mateo y Leila se ocuparon de lo legal y lo concerniente al desceso mientras Lena me acompaño a recibir a mi niña. Verla tan frágil y solitaria, me llenó de ira. ¿Quién diablos inventó las reglas? ¿Cómo es posible que madre e hija no tengan la contingencia de una vida juntas?

La cólera e indignación bullian en mi interior como nunca antes, deje a la rubia con una enfermera que le explicó como proceder con la beba. Si bien sugirió que me hiciera cargo yo, no me sentí apto en ese momento en el que era absoluto descontrol. Tomé el camino a la salida trasera de la clínica, llegando a una especie de patio y desfogué mi frustración contra un paredón de ladrillos, la sangre comenzó a teñir de rojo mis nudillos mas ciego como me hallaba no me detuve, continue resollando por el agotamiento de mi cuerpo y la pena de mi alma. Las imágenes se reproducían una tras otra, las sonrisas de Olivia, sus ojitos brillosos y anhelantes, las pocas palabras que pudo enunciar al conocer a nuestra hija, sus ojos cerrandose, el liquido carmesí cubriendo el quirofano, su cuerpo sin vida, su rostro palido, el frío de sus extremidades, mi bebita sola y desprovista del calorcito de su madre. Un par de brazos fuertes me sujetaron desde atrás y me forzaron a alejarme de aquella inanimada víctima de mis puños que comenzaron a escocer. Bastó sentir el abrazo de mi padre para volver al llanto desconzolado, no hizo falta hablar ni explicarle nada, él lo sabía y comprendía que no existe palabra de consuelo. Por algún rato permanecimos allí, yo envuelto en sus brazos, acurrucado en su pecho como cuando era un niño, agradecí tanto ese detalle, el tenerlo conmigo.

Hasta hoy no encuentro la salida y temo no hacerlo jamás.

No puedo ver lo positivo como ella decía, murió y la muerte no es nada positivo. Llevo un mes de luto, un mes rodeado de mi familia y nuestros amigos cercanos pero encerrado en mi soledad. En este tiempo sólo me he dedicado a mi hija, ignorando a cualquier adulto que intente acercarse o hablarme.

-¿De que hablar?- Le respondo despues de varios minutos.- Si finalmente nada cambiara lo que sucedio. ¿A quién acudir clamando un poco de paz para mi alma y conciencia?

Algo que sólo yo sé es que al final del día, cuando mi niña duerme limpia y satisfecha, solo queda culpa. Culpa por no haberla amado lo suficiente, por no haber podido evitar su desceso, por no haber corrido contrareloj para que los últimos meses de su vida hubiesen sido únicos.

-¿Conoces la nieve Leo? Me encantaría ver nevar, dicen que es un espectaculo sinigual.- Sus ojitos brillaban como los de una nena chiquita.- El proximo año le voy a pedir a Mateo las vacaciones en invierno y vamos ¿Queres?

-Me encanta la idea, me imagino una beba regordeta queriendo caminar en la nieve.

-Le voy a comprar un enterito como el de Maggie Simpson.- Una sonrisa radiante decorando su precioso rostro, la ilusión en su mirada.




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