Seducido por la Jefa

Epílogo

POV Isabel

La vida son instantes, una suma de momentos tanto positivos como negativos y neutros que nos marcan haciendo que seamos tal cual somos. Somos todas esas pequeñas decisiones que van demarcando nuestro camino, todas esas traiciones que han forjado nuestro carácter, las ilusiones que nos motivan y los sueños que perseguimos.

Nadie puede elegir quien ser, o que situaciones pasará una vez llega a este mundo y esa es la gracia del juego. La vida nos desafía, nos sorprende, nos golpea dónde más duele y nos va obsequiando la felicidad a cuenta gotas, en pequeñas cosas que nos empeñamos en no apreciar.

Aunque hoy lo digo con soltura y sin rencores, se me pasaron demasiados años para poder entenderlo, para seguir aprendiendo y decidir escuchar siempre mi voz interior.

Nací en una familia atípica, Isaac ha amado, ama y amará eternamente a Nora. Ella se mantuvo a su lado por conveniencia primero y comodidad después. Yo era un agregado a la ecuación que ninguno pidió pero igual llegó y por suerte o desgracia no se dignaron a deshacer. 

No los culpo, no puedo hacerlo ahora que comprendí que errar es humano y que son muchas las cosas que no podemos controlar.

Isaac es un hombre tosco que no sabe demostrar cariño más que con atenciones como al aceptar criar a la hija de la mujer que ama y procurar que nada nos faltara. Nunca me llevó al parque o al colegio, jamás me cargo en sus hombros o me consoló el llanto pero si se encargó de que no me faltara techo, comida y educación. Pese a siempre haber deseado todo el amor paterno que veía que otros niños tenían le agradezco todo aquello que si me dio desinteresadamente.

Y Nora, ella sólo era una cría que se sintió usada y engañada, hizo lo único que creyó mejor, huir antes que destruir una familia. Con el correr de los años su cabeza dibujo una historia paralela y la proyectó en cada crisis, cada vez que me gritaba todo aquello que sólo habitaba en su mente mi corazón de niña lo grababa a fuego. Y así crecí, convencida de ser un estorbo, un mal tercio.

¿Quién va a quererte, si ni tu propia madre lo hace? ¿Quién va a tomarte enserio si no servís para nada? ¿Cómo de mala serás para que nadie te quiera?

Mi subconsciente me atacaba con verdades a medias, con certezas que se fueron imponiendo a medida que crecía. 

Era una niña carente de afecto y urgida de atención cuando en mi vida apareció Daniel. Me hablaba bonito, era afectuoso y atento. Recordaba mis gustos y me tenía en cuenta en todo momento. Era el caballero que me sacaría del tormento que suponía vivir en la misma casa que mi madre. Lástima que todo era una fachada, él me traicionó de la peor manera, jugó con mis sentimientos e ilusiones. Daniel le dió el golpe de gracia a mi ya lapidado autoestima y de no haberme aferrado a mis hijos, tal vez hubiese optado por el camino de la autodestrucción.

Ahí estaba, con apenas diecisiete años siendo madre de mellizos. Sola en el mundo, sin una misera aspiración, ni experiencia positiva. Matías llegó y se convirtió en mi ángel guardián desde el primer minuto. Aún sin la certeza del ADN, él se ocupó de mi y me brindó su amistad sincera. Algunas semanas después comprobamos que yo era ese chico o chica que ellos llevaban buscando por años, sólo que nada era como ellos esperaban.

Mi familia paterna, mis hermanos, tías, primos y sobretodo mi sobrino Matías se convirtieron en ese pilar para salir de aquel bucle destructivo. Conocerlos, conocer la verdadera historia de mi vida, saber que al final eran varias personas tras mi huella, que pretendían entablar un vínculo formidable, me mantuvieron cuerda y por mis hijos decidí presentar batalla.

¿Fue fácil? No, rotundamente no. 

Mi ex marido, su apabullante ambición y la crueldad que no pude ver antes. Mi sobrino Ernesto que fue de los primeros en verme como su contrincante. Personas malintencionadas que se aprovecharon de mi vulnerabilidad y desinformación. Los enemigos propios que acarrea ser miembro de una familia de renombre. Mi madre y su salud mental endeble. La envidia de aquellos que sólo ven las apariencias. 

Bastó poco para que comprendiera que este mundo no es para débiles, para introvertidos, para sentimentales.

Años de terapia, infinidad de seminarios, varios títulos universitarios, reputación  y temperamento que me gané a base de esfuerzo y sinsabores. Más valía que me vieran soberbia, fría, inalterable a que se atrevieran a intentar pisotearme.

La niña frágil y manipulable murió en ese entonces, de sus cenizas surgió una mujer nueva, diferente, una persona sin sentimientos...

De todo lo que se ha dicho sobre mi persona, un pequeño porcentaje es verdad y no desmentí lo que no es. ¿Qué cambiaría?

Se me tildó de fría e insensible porque puse como prioridad mis necesidades y gustos por sobre los ajenos.

Me llamaron egoista e inhumana porque preferí tomar distancia de todos, incluso de mis propios hijos en los momentos que me sentí devastada. Sin siquiera imaginar que mi mayor temor es causarle a ellos la herida que me infringieron a mí siendo solamente una escuincla.

Me denominaron perra cuando llegue a ocupar el lugar que mi padre había reservado para mí, cuando reclame todo aquello de lo que se me privó injustamente.

Fui puta por no cobijarme bajo el 'ala protectora' de algún noble caballero que mangoneara mi vida. Lo fui más cuando utilice a los hombres para satisfacer mis caprichos y deseos carnales, para desecharlos cuando lo creí conveniente.

He sido eso y muchísimo más, lo fui y lo soy. De eso no hay dudas, por que las personas somos veloces para juzgar a los demás y siempre de la peor manera.

En fin, mi vida iba bien. Estaba logrando todo aquello que me propuse. Tenía todo lo que una persona como yo podría aspirar. Me convencí de que no necesitaba nada más. El amor era una utopía con la que ni siquiera quería lidiar. 




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