-Leo, Mateo te espera en la sala de juntas.- Anuncia Lena apenas me ve, ni siquiera he dejado mis cosas en mi cubículo.
Nunca antes me citaron en ese lugar y aunque se trate de mi amigo o precisamente por eso, una mezcla de curiosidad y preocupación me incitan a apresurarme.
-Voy gringa. ¿Sabes si pasó algo?- Cuestiono expectante mientras dejo el café en el escritorio y enciendo la computadora. Hace poco más de una hora nos vimos en el edificio donde yacen nuestros respectivos departamentos y no me advirtió nada.
- No sabría decirte, sólo me dijo que te hiciera pasar apenas llegarás.- Responde bastante confundida también, no es usual que a los empleados de bajo rango se los llame a dicha sala por ser donde se reúnen los inversionistas, los de la cima de la jerarquía empresarial.
Sin dilatar más el momento, camino hasta la sala mencionada que está al fondo de este piso y es también la más espaciosa. Con el sonido de mis nudillos sobre la sofisticada madera doy a conocer que ya estoy acá, un "adelante" firme y enérgico es la respuesta que requiero para girar la manilla e ingresar.
Observo detenidamente al joven presidente de un de las compañías más grandes y prestigiosas del país, está reposando sobre la silla principal con los codos sobre la gran mesa, la rigidez de sus músculos y facciones, su ceño fruncido y la ausencia de sonidos son las evidencias de que está demasiado concentrado en los documentos dispersos sobre la gran mesa.
Durante algunos minutos permanezco en silencio a varios pasos de distancia aguardando sus instrucciones.
-Buenos días Leo. ¿Cómo va todo?- Ese semblante impertérrito que a tantos intimida y del que suelo jactarme de ser inmune, hoy me mantiene en vilo.
- Hola. Bien. Me dijo Lena que me necesitabas.- Emulo conciso y al grano.
-Si y no.- Declara dejándome atónito, lo observo en espera de una explicación más elocuente.- Si fui yo quien te mando llamar pero el interesado en tu presencia acá no soy yo, es mi padre.- Bien, creo estar en problemas.
-¿Y eso es bueno o malo?- Aunque intento ser optimista me da mala espina que el jefazo me solicite. ¿Qué habré hecho?
- No podría considerarse malo, algo complicado quizás. Pero no te adelanto nada porque es un tema en el que yo no tengo nada que ver.- Enigmático juega con mis ya alterados nervios, lo sabe y lo disfruta.
-Entiendo cada vez menos. ¿Me van a despedir?- Tan pronto como esa hipótesis se hace presente, un nudo se me instala en la boca del estómago, tiempo atrás, perder un empleo hubiese sido sólo motivo de buscar otro, probar nuevos rumbos pero hoy implicaría perder mi casa y comprometer las necesidades de mi hija.
Mateo niega con la cabeza, con una genuina sonrisa. Es entonces que veo a mi amigo, no a mi jefe logrando sosegarme parcialmente.
Justo en ese instante en que puedo volver a respirar con normalidad, la puerta se abre dando lugar a un hombre algo mayor, alto y robusto, ataviado elegantemente sin ser ostentoso; camina en mi dirección. Adiós calma, tengo las manos húmedas y las palpitaciones de mi corazón posiblemente resuenen en toda la estancia.
-Buenos días. Vladimir Russo.- Se presenta y extiende su mano para que la estreche. Su presencia impone respeto pero el tono afable y la calidez en su trato dan confianza, tal como sucede con su hijo.
-Buenos días señor. Leonardo Emer, un gusto.- Con disimulo seco mis palmas en los costados de mi pantalón luego correspondo el gesto manteniendo a raya los nervios que me surgen ante su presencia escrutadora.
-El tan popular Leo.- Miro a Mateo en una clara suplica de auxilio, el cretino solo se sonrie.- Tranquilo muchacho que solo me han narrado proezas.- ¿Punto a favor? Supongo.
-Gracias señor.
-Bueno, tomá asiento.- Ordena mientras hace lo mismo justo en frente de mi y a un lado de mi amigo.- ¿Lo pensaste hijo? ¿Nos vas a ceder a tu empleado?- Parece olvidar que sigo acá porque toda su atención está puesta sobre Mateo.
-Papá estamos hablando de un ser humano, no de una propiedad.- Me observa escasos segundos.- La decisión recae por completo en él. Si opta por tu propuesta lo lamentaré como jefe y le brindaré mi apoyo incondicional como amigo. Por el contrario, si decidiera quedarse o algun día volver será recibido con los brazos abiertos.- Sus palabras sinceras echan raíces en mi corazón, soy un blandengue pero las demostraciones de afecto me movilizan.
-¡Ese es mi hijo, carajo!- Su entusiasmo me desconcierta. ¿Lo estaba probando?- Tu madre estaría orgullosa de vos y lo que estas logrando con su empresa.- Aprieta su hombro en un gesto de camaderia y parece recordarme porque me mira.- Ahora a explicarte de que se trata todo esto. ¿Tomas algo?- ladeo la cabeza de derecha a izquierda en negación, sólo quiero saber que quiere para poder irme a seguir con lo mio.
Lena entra con una bandeja en sus manos, en ella porta un humeante café y medialunas.
-Acá está tío, lo que me estabas por pedir.- Entrega y sonrie, al girarse me guiña un ojo y desaparece de inmediato cerrando la puerta tras ella.
-Ahhh. ¿Cuándo me han atendido así mis hijos? Está decidido, mi única heredera será ella, a fin de cuentas es la única que se preocupa por este pobre viejo.- Extiende una servilleta, acerca la taza hasta sus labios y habla sin mirar a nadie, como si pretendiera hacer creer que es un pensamiento que se le ha escapado. Las comisuras de sus labios se elevan casi imperceptiblemente cuando el chico a su lado pone los ojos en blanco en un ademán de fastidio.
-¿Otra vez lo mismo? Y la otra lo hace a proposito para molestarme, ya hablaré con ella, por algo soy su jefe.- El chico sonríe abiertamente.
-Odioso, te da bronca que me trate con la deferencia acorde a mi edad y condición. Lo que si no sé, es porque sigue siendo tu niñera si yo puedo darle un buen puesto.- Creo entender de qué se trata ésto, Lena es atenta con su tío y juntos se burlan del chico, sin duda son una familia muy unida.