Había una vez, en un pequeño reino, una hermosa familia. El rey, la reina y la pequeña princesa vivían felizmente; eran la envidia del pueblo ya que eran la familia ejemplar. El rey era un reconocido pintor, las personas aclamaban sus obras e iba de pueblo en pueblo a sus exhibiciones; la reina se dedicaba a la medicina, era la mejor doctora de todo el hospital, tenía varias consultas porque las personas decían que sus poderes les curaba la peor enfermedad. La princesa, a pesar de siempre estar de nana a nana, estaba mas que orgullosa de sus padres, sabía que eran ejemplares y gracias a ello tenían techo y comida, pero sobre todo, tenían felicidad.
Los reyes muy a pesar de estar cansados después de un largo día de trabajo, llegaban y jugaban con su pequeña hasta que ésta se quedaba dormida en los brazos de su padre. Sabían que su hija también los necesitaba.
La niña era muy amada por sus niñeras, tanto que no cobraban tanto, solo querían la felicidad de esa pequeña. El pueblo la adoraba, tenía a los mejores padres y sus compañeros de clase frecuentemente comentaban que querían unos padres como los de ella. Claro que ella les decía que no importaba a qué se dedican los padres, mientras siempre jueguen con ellos o que les muestren afecto, eso debe de importar.
La madre de la princesa la llevaba de vez en cuando a casa de su tío Mario, parecían niños chiquitos cuando se juntaban. Se amaban con locura.
Pero lo que no sabían, es que su vida iba a dar un giro inesperado.
Un día, después de un largo día de trabajo, la reina llegó al castillo y salió con su hija a casa de su hermano. Al llegar, Mario las recibió con un cálido abrazo y se dispusieron a jugar durante toda la visita. Su día marchaba bien para los tres, pero desgraciadamente tenían que irse a su hogar.
La reina y la princesa al llegar a casa escucharon unos extraños ruidos que provenían de la habitación de los reyes. La reina dejó en el comedor a la pequeña y caminó silenciosamente hasta la puerta de su alcoba, al llegar se llevó una grata sorpresa. El rey estaba con una doncella teniendo un momento apasionado. La reina, con lágrimas en los ojos bajó rápidamente y tomó en brazos a su hija, volvieron al hogar de su hermano y estuvieron ahí durante una semana.
Los reyes sabían que debían de arreglarlo, así que la reina y su hija regresaron al castillo. La niña lloraba y se encerraba en su habitación al escuchar las frecuentes peleas, no sabía lo que sucedía, era la primera vez que escuchaba una pelea de sus padres. Sus padres tuvieron que tomar una lastimosa decisión: se iban a divorciar.
La chiquilla no sabía qué sucedía, pero creía que pronto volverían a ser los mismos. Su padre abandonó el castillo y el pueblo junto con su nueva reina y al poco tiempo tuvieron a un príncipe. La reina tenía que tener largas jornadas ya que no les alcanzaba el dinero.
Las nanas tuvieron que irse, ellas decían que no importaba si no les pagaban, querían mucho a la niña. La reina contestó con un “lo siento, a pesar del cariño, ustedes necesitan un salario “.
La reina tuvo que recurrir con su hermano. Él aceptó irse a vivir con su hermana y sobrina para cuidar a la mencionada mientras que la reina trabajaba todo el día. La princesa estaba feliz con ello, tendría más tiempo con su tío para jugar.
Pero jamás pensó que Mario le haría ver de otra perspectiva.
Mario regresaba de la tienda y buscaba a su sobrina en el jardín, al llegar con ella le dijo:
- ¿Quieres jugar mi juego favorito? Te daré dulces al finalizar- dijo mostrando unas paletas que traía en la mano izquierda.
- ¡Sí! - contestó ilusionada, pues tenía mucho tiempo sin comer un dulce.
Pobrecilla, ella debió de negarse.
Mario le tomó la mano y caminaron a la recámara de la princesa. Al llegar, Mario la sentó en la pequeña cama y se acercó a su oído.
--Este va a ser nuestro secreto. Ya sabes, al finalizar te daré la paleta que tú quieras.
La niña asintió emocionada.
Mario puso las paletas en el escritorio que estaba a un lado y tomó a la niña poniéndola en sus piernas. Pasaba sus manos por el pequeño cuerpo. La princesa sentía raro ante ese tacto, jamás lo había hecho su tío y eso le incomodaba.
Mientras más avanzaba la situación, más se sentía mal la pobre niña. ¡Por Dios, es tan solo una niña de cuatro años! Eso no le debe de estar pasando.
Al terminar, Mario se acomoda la ropa mientras que la niña está sentada en su cama mientras se agarra las rodillas pegadas a su pecho, llorando. Sus tristes ojos ya no dan para más. Su tío, su tío favorito, con el que siempre ha jugado, él le ha hecho daño. Se sentía mal, nunca debió de hacer ese trato con él.
-Ten, te lo mereces – Mario extiende su mano mostrando la paleta, al ver que su sobrina no la acepta, la pone a un lado de la cama.
Sale de la habitación dejando a la princesa sola, tan mal. Ella mira la paleta y la avienta hacia la pared, haciéndola trozos. Había llorado mucho durante tantas semanas y pensaba que con su tío podría tener tantita felicidad, pero no fue así.
Desde aquella vez, las cosas empeoraban para la niña. Su madre no estaba casi con ella por estar tanto tiempo en el hospital y eso las ponía mal. Mario seguía haciéndole mal mientras que ella lo amenazaba con decírselo a su madre, pero en primer lugar su madre no estaba y segunda, él la amenazó con hacerles daño. Así que la niña siguió aguantando los abusos, solo para que no les hagan daño.
Seis años vivió la niña con la misma rutina: despertaba, se vestía, cepillaba sus dientes y cabello, iba la escuela, regresaba a su castillo, comía, su tío hacía lo mismo que hace años, lloraba, cenaba y dormía después de llorar nuevamente. Así las cosas.
Mario conoció a una bella doncella y se casó con ella, al poco tiempo tuvieron a una pequeña princesa. Mario ya no podía hacerse cargo de su sobrina, por lo que le dijo a su hermana que se iría y que se las arreglaran. La reina estaba pensativa, ¿Cómo es que su hija, su bebita, podría estar sola todos los días? Casi no tenia los recursos para conseguir una niñera. La princesa rogaba por quedarse sola, podría estar bien. Así que lo intentaron.