En la madrugada, cuando regresaba a la casa de mis padres, casi diario tenía llamadas perdidas y mensajes de voz de Edgar.
Te lloraba como nadie porque no te quería olvidar, y yo era el único de sus amigos que aún le contestaba cuando hablaba de ti.
O cuando hablaba, en general.
No podía dejar de sentirme culpable al decirle que te dejara de lado mientras recordaba a nuestros ojos conectarse canción tras canción, noche tras noche.
A veces, sentir culpa no es razón suficiente para dejar de hacer algo.