Segunda Oportunidad

INTRODUCCIÓN

—Sé que eres una mujer fuerte —le dijo tras acercarse a ella, luego de haberse hincado frente a Erena y mientras acariciaba su rostro para deshacerse de esas interminables lágrimas que escurrían de sus ojos por toda su cara—, pero no por ello estás obligada a cargar con todo tú sola.

Entonces, como un balde de agua fría cayendo sobre ella en un caluroso día, sintió que su cuerpo y mente se refrescaban sin entender el por qué.

» Eres tan inteligente que te exiges demasiado —concluyó Alonso Martín, el más elegante hombre que ella hubiera conocido y el dueño del bufete de abogados en que trabajaba desde unos meses atrás.

—Es que no lo entiendes —aseguró la joven Zaldívar, comenzando a ponerse en pie, respirando al fin luego de mucho rato de haber sentido que se ahogaba—..., ellos son mi responsabilidad, esta es mi responsabilidad, ¿cómo podría delegar lo que me toca? No puedo hacer eso.

—Ellos son nuestra responsabilidad —inquirió el hombre tendiendo una mano para que la otra se levantará más fácil—, y no eres la única que trabaja en este lugar, ¿por qué no delegar responsabilidades cuando son tantos los que deben cumplir con las tareas designadas? Además, te prometo que eres la única que espera que hagas todo sola y, a mi ver, estás haciendo demasiado. ¿Por qué te exiges tanto?

—Porque me estoy volviendo loca —respondió Erena volviendo a llorar.

Odiaba lo que estaba pasando, pues su dignidad como mujer independiente y autosuficiente se estaba resquebrajando frente a una de las personas que deseaba jamás en su vida la viera como alguien débil o frágil.

—Si parece que te estás volviendo loca —concedió el hombre, atrayendo la total atención de la joven hacia sí—, pero eso no es de ahora..., creo que es de toda tu vida; o al menos así te recuerdo en la preparatoria, también.

—Siempre he sido independiente —resolvió Erena medio serena—, o al menos lo he intentado siempre, aunque casi nunca resulte...

Y con su última frase se fue toda la serenidad que había logrado acumular segundos atrás, mientras ese imponente y elegante hombre hablaba pausada y tranquilamente.

Alonso sonrió, ella se estaba abriendo emocionalmente a él, y eso era algo de lo que no había precedentes, por ello estaba muy complacido, porque eso significaba que confiaba en él, de verdad, como nunca antes había confiado en nadie.

—Sabes —habló el prestigioso abogado tendiéndole la caja de pañuelos desechables que siempre estaba sobre su escritorio—, a veces me gustaría saber qué es lo que te pasa por la cabeza cuando haces estos silencios.

Erena le miró, levantando la cabeza. Se había perdido en sus pensamientos luego de dar esa respuesta, por ello ella no se había dado cuenta del silencio que se estableció y que el otro mencionaba.

—Yo a veces quisiera que no pasara nada por mi cabeza, pero ella no puede estar un segundo sin hacer nada, y eso me tiene agotada.

—Tal vez no se calla porque no tiene respuestas —sugirió Alonso y, de nuevo, los grandes y hermosos ojos cafés de la chica, del mismo tono de café en el cabello, se posaron sobre él, asegurando que de nuevo tenía toda la atención de la chica—, quizá deberías darle voz a todo lo que atormenta a tu cabeza, igual alguien de afuera tiene la respuesta.

—No soy de las que se quejan, y lo sabes —aseguró la castaña, haciendo un mohín que le pareció en extremo tierno al hombre que la miraba.

—Sé que no lo eres, y no entiendo por qué. ¿Por qué no eres de las que se quejan?

—Porque no tiene caso quejarte con personas que no están interesadas en tus asuntos —dijo la chica, por mucho más tranquila que cuando estalló en llanto minutos atrás.

—¿Cómo puedes estar segura de que no les interesan? O, mejor dicho, ¿por qué crees que nadie en el mundo está interesado en tus preocupaciones?

—No creo que todo el mundo esté desinteresado en mis preocupaciones —aseguró Erena, casi intimidada por la seriedad y el enojo escondido en ese par de preguntas—, pero, a quienes sí les interesan mis asuntos, seguro también tienen sus propias preocupaciones, y son tan importantes para mí que prefiero no agobiarlos con mis cosas.

—Ay, Dios —farfulló Alonso en medio de un suspiro, sentándose en el sofá frente al que la chica tenía rato ocupando—, creo que eres la mujer más complicada que he conocido en toda mi vida.

—Y por eso todo el mundo me saca la vuelta, por complicada.

—No, no te sacamos la vuelta porque seas complicada, es porque siempre nos cierras la puerta en la nariz en cuanto nos ves ir a ti. ¿Recuerdas que hiciste la primera vez que nos vimos en preparatoria?

—La primera vez que te vi en preparatoria fue cuando te presentaste en la clase de lógica el primer día de clases —recordó la chica, y posteriormente dejó escapar un suspiro involuntario—, yo estaba sentada en la última banca de la primera fila, me miraste, te sorprendiste y luego evitaste la mirada; entonces pensé que eras raro.

—Esa no fue la primera vez que nos vimos —aseguró Alonso, entre sorprendido y burlón.

—Claro que sí —dijo Erena.

—No —refutó el joven de cabello y ojos tan oscuros que casi parecían negros, y que contrastaban perfectamente con su clara piel—. La primera vez que nos vimos fue en el examen de admisión, yo estaba sentado frente a ti, me giré para presentarme y te vi dibujando algo, te pregunté qué dibujabas y cerraste el cuaderno con mucha prisa, luego me miraste entre sorprendida y molesta y respondiste que nada.




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