—¿Te enojas fácilmente? —preguntó el hombre que la veía desde detrás del escritorio frente al que ella estaba, Erena lo pensó un poco y asintió—, ¿tiendes a preocuparte demasiado? Como que, cuando algo se mete en tu cabeza no puedes dejar de pensarlo —la joven volvió a asentir tanto a esa como a las siguientes cuestiones—, ¿te has sentido cansada en exceso? Como con ganas de dormir todo el tiempo y no tienes energías ni para disfrutar la vida.
Erena no sabía cómo debía sentirse con todo lo que el médico que la atendía decía, pues prácticamente parecía que el hombre la había seguido por los últimos meses de su vida; además, le parecía un poco extraño todo ese tipo de preguntas cuando ella había llegado ahí por un cuadro asmático, según internet.
Esa mañana se había levantado como cada día, sin ganas de hacerlo, solo que la pesades en sus parpados se extendía esta vez a su cabeza que dolía, aún así, tal como debía hacerlo, se levantó de la cama, preparó el desayuno y los lonches de los gemelos, los levantó a ellos y los ayudó a prepararse para un día de clases. Ella no desayunó, no tenía estómago para absolutamente nada, supuso que en el transcurso de la mañana se había sentido mareada por esa razón.
Todo había sido medio soportable hasta que, en su trabajo, tras subir unas pequeñas escaleras se sintió en extremo fatigada y, queriendo tomar más aire, inhaló por la boca, provocándose una tos que terminó en un ataque anafiláctico que la dejó sin aire.
Después de mucho toser su pecho comenzó a doler y pudo sentir como su garganta se comenzó a cerrar y algo tapó su nariz por dentro, no permitiendo al aire entrar ni siquiera cuando jalaba aire por la boca y la nariz a la vez. Entonces su espalda comenzó a doler también y su vista se nubló, igual que se comenzaron a apagar sus oídos, o al menos esa era la única explicación que tenía para describir la forma en que comenzó a escuchar hueco y lejano.
No supo cuánto tiempo duró en esa tortura, pero a ella le pareció que fue una eternidad y había despertado en una ambulancia que la llevaba a su servicio médico. Ya en el lugar, el médico que había escuchado todos sus síntomas de ese momento y de esa mañana, también escuchó los de días anteriores que apuntaban más bien por algo gastrointestinal.
Y ahora estaba ahí, adivinando síntomas que Erena no había tomado como señales de alarma para alguna enfermedad, pero, al parecer, lo eran pues, luego de que el médico le preguntara todo lo que le preguntó y escribiera algunas cosas en una hoja donde había anotado los datos de la joven recién llegó, dio su diagnóstico.
» Es estrés —le dijo y Erena le miró asombrada.
En toda su vida jamás se había sentido estresada, de hecho, ella solía quejarse de lo poco demandante que eran sus actividades, en cuanto a esfuerzo físico y mental, porque en tiempo si que le tomaban todo lo que tenía.
—¿Estrés de qué? Si no hago nada. Mi trabajo es responder al teléfono, darle la bienvenida a quien entra y pasar recados.
El alegato de la joven parecería razonable, al menos para todos aquellos que no tuvieran pisca de conocimientos sobre la psicología y el cuerpo humano.
—El estrés no solo aparece cuando tienes demasiado por hacer —informó el médico viendo a la chica con benevolencia—, también podría aparecer cuando las cosas no van como las quieres, es decir, si estás descontenta con alguna parte de tu vida es normal sentirse estresado y, como no sabemos canalizar ese sentimiento de agobio, el cerebro lo interpreta como malestar físico y entonces responde con enfermedades de todo tipo.
—Me parece un poco...
—Mira, es normal sentirse estresada en tu caso. Eres una madre muy joven que sola está sacando adelante a dos niños en una edad medio complicada, además de eso atiendes tu trabajo. No pareces tener tiempo para ti o para lo que te gusta, así que te sientes agobiada emocionalmente y estás somatizando. Por supuesto que trataremos la colitis que presentas, pero es imperante trabajar con tus nervios.
Erena solo veía al hombre que hablaba de cosas que ella no esperaba escuchar jamás, porque de verdad se había esforzado todo el tiempo por estar bien como estaba y ser feliz con lo que tenía. ¿Había fallado en ello?
» Voy a recetarte unos ansiolíticos y antidepresivos para controlar tus nervios y no vuelvas a tener un episodio como el de esta mañana y, ¿has tenido problemas para dormir? —preguntó el hombre y Erena asintió, le costaba mucho quedarse dormida en las noches, aunque le costaba mucho más despertar en las mañanas—, entonces también unos somníferos.
—Espere —pidió la mujer—, yo no me he sentido depresiva o nada por el estilo, solo estoy cansada y, sí, a veces me pongo ansiosa y nerviosa, pero nada más.
—La depresión no es llorar todo el tiempo, ¿sabes? Casi siempre se manifiesta con ese cansancio y desgano que no te permite disfrutar las cosas, además, es un medicamento complementario al ansiolítico que debería apagar tus emociones, eso podría provocar que caigas en depresión, así que es necesario que tomes ambos.
Erena le miró desconcertada y, luego de respirar profundo y mover un poco su cuello, decidió no pelear contra lo que el médico decía, pero, siendo franca, odiaba la idea de saberse depresiva, eso sí que le generaba ansiedad y depresión.
» Te recomiendo no pensarlo demasiado —sugirió el hombre que seguía escribiendo cosas en esa hoja a la que ya no le cabían más letras—, las emociones hay que sentirlas, no pensarlas, porque está difícil entenderlas, así que céntrate en disfrutarlas.