Erena seguía dándole vuelta a su asunto en la cabeza, no creía que lo más viable fuera escapar de ese lugar para que Alonso no la pudiera encontrar, pero era lo único que quería hacer en realidad.
Seguía pensando en todas las implicaciones de hacer maletas y salir corriendo justo en ese momento, pero había muchas fallas en su plan, la principal era que no tenía a donde ir; y también estaba el hecho de que no sabía cómo iniciar de cero con un par de niños que ya tenían una vida propia también.
Intentó relajarse, pues la ansiedad la estaba matando, pero no podía hacerlo ni siquiera cuando incluso había considerado que Alonso no se interesaría por ella o por los niños luego de enterarse de la verdad, una verdad que le podía ocultar o negar por un tiempo.
Sus pasos la dirigieron de nuevo a la entrada de la habitación de Fabián y Damián, sus amados gemelos, y al verlos dormir plácidamente en un lugar que les pertenecía decidió que no saldría corriendo dejando todo atrás, pero en cuanto escuchó el timbre de su casa deseó con todas sus fuerzas no haber regresado a ese lugar y haberse dirigido a la estación de autobuses como había sido su primer impulso.
Caminó a la puerta, temerosa, sus nervios estaban tan alterados que todos sus pensamientos, ideas y sentimientos eran un lío que estaba a punto de hacerla vomitar. Respiró profundo antes de abrir la puerta y cuando lo hizo se encontró con justo el hombre que no quería ver en ese momento.
El aire se agolpó en sus pulmones de tan brutal manera que el pecho le dolió, entonces sus labios temblaron y un par de traviesas lágrimas resbalaron por sus mejillas, eso además de que sus piernas se quedaron sin fuerza y cayó rodillas al piso.
Alonso la miró aterrorizado, luego de eso caminó hacia ella para extenderle una mano y ayudarla a levantarse del frío suelo, pero Erena ni siquiera se dio cuenta de que el otro le tendía una mano, ella lloraba con los ojos fijos en sus temblorosos puños que se apoyaban con fuerza en el piso delante de sus rodillas.
El hombre ni dijo nada, ni siquiera sabía qué decir pues, aunque tenía una ligera idea de lo que había pasado esa chica que ahora era un mar de llanto, su cabeza también estaba hecha un lío, así que solo se sentó en el suelo, recargado a la pared a un lado de la puerta donde la chica se encontraba derrumbada.
«Debió ser difícil» pensó apartando sus ojos de ella y mirando al cielo más allá de la marquesina que les cubría del rocío de la noche, entonces aguardó en silencio a que la otra se serenara para poder hablar con ella.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó la joven mujer luego de algunos minutos de llanto silencioso.
—Lo que he hecho siempre contigo —respondió Alonso—, alterándote los nervios.
Erena le miró de reojo, molesta. Eso era justamente lo que siempre había hecho ese chico con ella en el pasado, y odiaba que en tantos años nada hubiera cambiado.
» Quiero saber qué ha pasado contigo —informó el hombre poniéndose de pie, sacudiendo su ropa y tendiendo una mano al frente, de nuevo—, quiero confirmar mis sospechas y escuchar la razón de que actuaras como lo hiciste.
Erena no aceptó la mano que el otro le tendía, se apoyó en sí misma y se levantó del piso por su propia cuenta; Alonso, por su parte, miró su mano extendida y negando con la cabeza la recogió hacia su cuerpo pensando en que de verdad nada había cambiado: ella seguía siendo la misma chica que no aceptaba nada de los otros, mucho menos de él.
—¿Qué es lo que quieres saber? —preguntó Erena adentrándose en su hogar, sabiéndose seguida por ese chico que seguro no se iría sin conocer toda la verdad.
—Quiero saber qué fue lo que pasó contigo, por qué desapareciste sin decir nada y, sobre ellos, sobre tus hijos, quiero saber absolutamente todo.
—¿Por qué te tengo que decir algo? —cuestionó la joven, tomando asiento en la sala donde el hombre que la acompañaba también se había sentado—. Mi vida es mi vida y no tienes nada que ver con ella.
—¿Estás segura? —preguntó Alonso sin molestarse.
Hasta cierto punto entendía las acciones de esa chica a la que no le caía para nada bien, y la que suponía le había odiado después de que él se aprovechara de la borrachera para intimar con ella, o al menos eso era lo que él creía que ella pensaba; y en parte le daba toda la razón.
» Porque sé que ellos son mis hijos —informó el hombre y otro par de lágrimas se escaparon de los acuosos ojos de la morena, quien se encontraba menos alterada, pero no por ello más tranquila.
—¿Qué es lo que quieres de mí? —preguntó con la voz ronca y nasal Erena, apartando la mirada para evitar un poco el llanto.
—Por ahora, la verdad —dijo Alonso con calma—. Erena, sé que no soy santo de tu devoción, pero si crees que me aproveché de que estabas ebria te digo que no es así, fuiste tú quien inició aquel coqueteo que terminó con nosotros dos en la cama.
—Eso lo sé —informó la chica—, sé que lo inicié yo, por ello me hice cargo de todo yo sola y, solo para que lo sepas, en aquel entonces no quería nada de ti y aún ahora no lo quiero.
—Pues en aquel entonces yo quería ser tu amigo, y te juro que nunca entendí que te cayera como patada en el hígado; y ahora quiero ser parte de la vida de mis hijos.