—¿Lista para irnos? —preguntó Alonso llegando a la recepción cerca de las cinco y media de la tarde.
—¿Ustedes cenan a las seis de la tarde? —preguntó Erena, mirando el reloj en su escritorio y provocando al que había preguntado a reír desaforadamente—. Ni siquiera entiendo lo que te causa gracia —dijo medio molesta—, y espero que no cenen tan temprano, quiero ir a mi casa a quitarle el uniforme a los chicos, dejar mochilas y peinarme un poco.
—Oh, vamos, eso no es tan importante. Te he visto así todo el día y me sigues encantando.
—Deja de decir que te encanto —pidió Erena acercándose al hombre que le miraba con una gran sonrisa—, me molesta mucho escucharlo.
—¿Por qué? Si es la verdad.
—Solo deja de decirlo todo el tiempo, por favor. Y, en serio quiero ir a mi casa primero. Dime donde nos vemos.
—En tu casa —respondió Alonso—, como veinte a las ocho paso por ustedes.
Erena asintió. Era conveniente para ella que el otro fuera por ellos pues, para empezar, ella no tenía automóvil y, para terminar, posiblemente la citarían en algún lugar al que no se atrevería a entrar sola.
El mundo en que ahora ella vivía era muy diferente al de él, y lo sabía bien porque antes de andar sola por ese nuevo mundo ella había caminado por uno lleno de lujos y de privilegios a los que perdió derecho cuando su madre la echó de su vida.
» También voy de salida —señaló Alonso que, tras algunos segundos de hacerse tonto en la recepción, mientras veía a su ex compañera de preparatoria preparándose para salir, se había atrevido a hacer su propuesta—, puedo llevarlos a tu casa ahora, si quieres.
Erena le miró con cansancio y, luego de inspirar hondo y soplar lento el aire por la boca, dijo algo que el otro se había esperado escuchar.
—Dame un respiro —pidió la joven en un tono casi suplicante.
—Ok —respondió Alonso y, sin decir más, se fue de ese lugar, pues también quería alistar algo antes de presentarle su nueva familia a su madre.
Erena terminó de levantar sus cosas y fue a esa sala que casi siempre estaba solo ocupada por sus hijos y por Michelle, quienes hacían tarea con ayuda de los empleados que entraban y salían todo el rato, pues era una sala de descanso.
—Vamos chicos —dijo la mujer abriendo la puerta de la sala, viendo al par de chiquillos leer unos libros que no conocía de nada—. ¿De dónde sacaron eso?
—Papá nos los dio —respondió Damián y la morena se atragantó con su propia saliva.
—¿Papá? —preguntó a punto del desmayo.
—Sí —dijo Fabián—, ha venido toda la tarde a preguntarnos cosas, se llama Alonso, ¿tú no lo conoces?
—Ay, si eres menso, Fabián, ¿cómo no lo va a conocer? Fueron a la escuela juntos, ¿recuerdas? Ahí nos hicieron.
Una nueva carcajada resonó en el lugar, esta vez de parte de Ángela que iba a por Michelle quien, a pesar de la hora, aún no subía a la oficina. Eso significaba que Erena no se había ido aún, casi siempre ella la encaminaba arriba cuando estaba por dejar el edificio.
—No debiste dejar que Alonso hablara con ellos —dijo entre bufidos la mujer mayor.
—Yo no le di permiso de hacerlo —respondió entre dientes la menor de ambas—, yo apenas iba a hablar con ellos.
—¿Entonces sí es nuestro papá de verdad? —cuestionó Damián, que era un poco más listo que su gemelo.
—Si no estabas seguro de eso, ¿por qué le aceptaron los libros?
—Porque aquí es re aburrido, además, como parecía rico, le dijimos que era mejor que nos regalara una Tablet, pues tiene más formas de entretenernos y ayudarnos a aprender y a des aburrirnos.
Lo que comenzó como una posible risa de parte de Erena terminó como un quejido a punto del llanto.
—Ay, no... ¿qué estará pensando Alonso de mí?
—No creo que piense nada malo de ti, creo que todo el mundo sabemos bien cómo es que son los niños de esta edad.
—¿Tú estás segura? A mí sigue sorprendiéndome casi todo lo que hacen o dicen. Ni siquiera lo escuchan de mí, y no creo que en la escuela les enseñen este tipo de comportamiento.
—Yo tampoco sé de donde lo sacan, pero Michelle antier me dijo que Tony le podría servir de testigo ocular en no sé que cosa de la que estábamos hablando, ya ni la pude regañar, con testigos de ese tipo no hay pierde.
Erena se rascó una ceja mientras sonreía. La verdad es que lo que más amaba era escucharlos hablar de cosas que ni ellos se entendían, pues tenían un tiempo hablando con palabras y términos que seguro no sabían lo que en verdad significaban, pero las metían en sus frases como si fuera natural que estuvieran en ellas.
» Suerte en tu cena de esta noche —deseó Ángela y Erena asintió, aceptando sus buenos deseos.
Ya en su casa preparó a los chicos para una cena que ya esperaban, pues Alonso les había dado santo y ceña de lo que harían esa noche, y ella misma también se preparó un poco para lo que seguía a enfrentar.
Y, aun cuando según ella se había medio preparado para ello, seguía sintiendo que vomitaría en cualquier momento al pensar en lo que estaba por suceder, cosa que terminó haciendo de verdad cuando el timbre de su casa sonó.