El tiempo continuó pasando y la relación entre Alonso y sus hijos se consolidó, también se estableció una buena relación entre Macaria y Roberto con ese par de gemelos que, en cuestión de semanas, se convirtieron en su adoración. Ellos, por donde se les viera, parecían una linda familia, pero había alguien que no terminaba de encajar del todo, y era Erena.
Cada que los invitaban a salir ella volvía a sentirse incómoda del estómago e, incluso, sufría de fuertes dolores de cabeza, así que habitualmente se negaba a salir con ellos, y el tiempo que lo hacía era poco, pues sus malestares le obligaban a retirarse con anticipación.
Y, lo que al inicio pareció una excusa de esa joven de cabello castaño y ojos en el mismo color, con el tiempo se convirtió en una preocupación para todos los que conocían dichos malestares.
—Deberías obligarla a ir al médico —dijo Macaria a su hijo luego de que este volviera de llevar a los gemelos, y a Erena también, a su casa—, no es normal que siempre esté enferma, algo malo le debe estar pasando y, si ella quiere pasarlo por alto, no podemos permitirlo.
Alonso asintió. Tampoco le parecía bien que ella siempre se viera mal, pero ellos dos no tenían una relación, ni siquiera de amistad, pues la morena se encargaba en cada encuentro de poner un muro alto y grueso entre ellos cada que él intentaba acercarse a ella.
—Hablaré con ella mañana —aseguró el joven, dejando un poco tranquila a esa mujer que, aún con todas las trabas que Erena ponía para acercarse a ellos, le había tomado cariño.
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—Desayuna conmigo —pidió Alonso luego de llegar a la recepción donde Erena estaba iniciando su día laboral.
—No tenemos hora de desayuno —recordó la morena sintiendo un intenso sabor de dejavú en la boca.
—Lo sé, pero hoy lo tendrás, así que desayuna conmigo, por favor, necesito que hablemos de algo importante y, antes de que te pongas nerviosa imaginando cosas que no son, de lo que hablaremos es de tu salud.
—¿Qué tiene mi salud? —cuestionó Erena intrigada por el tema a tratar, que ciertamente no era uno que quisiera hablar con él.
—Es lo que quiero saber, ¿qué es lo que tiene? Así que habla conmigo durante el desayuno. Paso por ti en un par de horas.
—Pero estoy bien —aseguró la chica algo que Alonso escuchó y a lo que hizo caso omiso, pues él sabía bien que ella no estaba bien.
—¿Estás enferma? —cuestionó Tony, que solo había escuchado una parte de la conversación, y Erena negó con la cabeza. Ella no se sentía enferma.
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—Podría ser algo emocional —sugirió Alonso luego de un rato de discutir con Erena sobre esos malestares que ella no se había percatado que sucedían tan a menudo hasta que el otro lo mencionó—. ¿Sigues teniendo miedo de mis padres?
—Nunca les he temido a tus padres —aseguró Erena—, pero, lo cierto es que no termino de sentirme cómoda con ellos. ¿Entiendes que somos de mundos diferentes?
—¿Mundos diferentes? ¿No eres de la tierra? —preguntó Alonso y Erena le miró con cansancio.
—Sabes a lo que me refiero —aseguró la joven señalando al otro con el tenedor con que comía la fruta que había pedido para el desayuno.
—Yo digo que no deberíamos dejarlo pasar, y mi madre opina lo mismo, así que, ¿por qué no hacerte un chequeo general y asegurarnos así de que no hay nada mal contigo?
—¿Soy el perro callejero que vas a adoptar? —cuestionó Erena indignada—. No me siento mal, no es necesario ocuparnos de nada, y es menos necesario aún que tú te preocupes por ello. Mi salud no es tu asunto.
—¿Cómo que no es mi asunto? Eres la madre de mis hijos, ¿sabes? Necesito estar seguro de que todo está bien contigo antes de que...
—¿Tus hijos se contagien de algo y lo lleven a tu casa?
—¡No! ¿Por qué siempre haces esto? —cuestionó Alonso molesto por la actitud esquiva y retadora con que la chica seguía defendiéndose de ataques inexistentes—. Yo no estoy en tu contra. ¿Por qué rayos siempre logras que mis buenas intenciones parezcan una mierda?
—Porque no necesito tus buenas intenciones, tu caridad o tu lástima, tampoco —aseguró la joven—. Alonso, no soy un perro callejero, ni siquiera soy una madre soltera lamentable que pide limosna para sobrevivir. Tengo un empleo, ¿sabes? Un buen empleo que obtuve por mis propios medios, así que no vengas a querer salvarme, porque no soy ninguna damisela en peligro esperando a su príncipe azul.
—No es lo que estoy intentando —aseguró Alonso—. Erena, no te tengo lástima. Estoy preocupado por ti.
—Pues no es necesario, como ya te dije: estoy completamente bien... Pero, si en verdad quieres hacer algo por mí, deja de considerarme en tus planes familiares. No somos una familia, Alonso.
Dicho eso, Erena se levantó y caminó de regreso a la oficina agradeciendo que el restaurante que Alonso había elegido para desayunar fue uno muy cerca de la oficina.
—¿Por qué mierda eres tan testaruda? —preguntó Alonso, dolido por la última declaración de la joven.