Tres días después de nuestra última conversación, Fred cayó en reposo debido a una fuerte migraña. Nada de qué preocuparse, según me dijo, aunque yo venía diciendo que su aspecto no era el más agradable. Sabía que era algo normal que podía suceder, me lo había advertido, pero no podía evitar sentir esa incertidumbre y tristeza cada tarde al no tener ninguna noticia sobre él. Luego del cuarto día me animé y fui a verlo a la habitación trescientos tres, le llevé un poco de fruta así como en mi IPod descargué un par de álbumes de sus bandas favoritas para que los escucháramos juntos. Sentí que habíamos cambiado de papeles, ya que por un momento yo era la que estaba invadiendo su espacio, su tiempo de descanso con mil y un cosas estúpidas mientras él lo único que necesitaba era silencio, algo de relajación, y lo que yo le estaba ofreciendo era todo lo contrario. Media hora más tarde me despedí de Myers con una sonrisa y regresé a mi piso.
El miércoles por la mañana por fin tuvo la oportunidad de salir de ese encierro que lo tenía agotado. Al verlo noté que estaba algo pálido y ojeroso, pero al menos las migrañas habían disminuido.
Encontramos un lugar en el patio, lejos del bullicio, del dolor y lo que conllevaba estar en un hospital las veinticuatro horas del día. Mientras bebía un zumo de manzana me miró y sonrió con levedad, yo hice lo mismo.
—Ya quería estar aquí —respondió cuando le pregunté cómo se sentía—. Definitivamente no puedo estar dentro de esa habitación por más de dos días.
Reí.
Me comentó que durante su reposo tuvo la oportunidad de planear unas cuantas cosas. No quiso revelar más, o mejor dicho, no pudo. El receso duró un poco menos de treinta minutos, ambos teníamos cita con nuestros respectivos doctores. Siempre que sonaba la chicharra y aparecían los enfermeros para acompañarnos hasta los dormitorios me invadía una sensación extraña.
Al día siguiente por la tarde salimos a escuchar una nueva canción que Fred había descubierto durante su descanso obligatorio. Brand New Day. La mayor parte del tiempo la pasábamos conversando o compartiendo anécdotas, pero cuando se trataba de escuchar música los dos guardábamos silencio, como si fuéramos uno solo mezclado con la melodía y la letra. No comprendía que significado tendría aquello, pero de algún modo era especial para mí.
Y así fueron pasando los días hasta que llegó el sábado, día en el cual Myers y yo nos encontrábamos en la parte trasera del jardín, un poco más temprano de lo habitual. Tuve que rogarle a Anna para que me concediera ese extra de tiempo. A medida que trascurrían los minutos, Fred hacia más y más preguntas mientras picaba su cóctel, cada vez, más interesado.
—Eso no es cierto —dijo mordiendo un trozo de fruta.
Le había respondido que nunca aprendí a andar en bicicleta. Me daba pánico subirme a una de esas cosas con ruedas.
—Es tan cierto como que me llamo Catherine.
El chico me miró con cara de incredibilidad y burla, tal vez porque yo hice lo mismo cuándo me dijo lo de su aventura con el coche de su papá. Río. Entonces, luego de treinta minutos, en medio de una conversación tranquila, me echó un vistazo y volvió a cuestionarme:
—¿Y por qué no?
Su pregunta me tomó por sorpresa, confundiéndome.
—¿Por qué no? ¿Qué cosa?
—Porque nunca aprendió a andar en bicicleta.
—Oh… eso —Asintió—. No lo sé. Solo no se dio y ya.
—Nunca es tarde para aprender.
—Sigues leyendo en Tumblr, ¿no?
Río. Me miró y negó.
—Tal vez nunca aprendí por miedo —añadí segundos después—. Pero quizá en un futuro cambie de opinión.
—Y quizá en ese futuro ya sea tarde, ¿no lo cree? —contraatacó—. El miedo suele joder las mejores cosas que existen. Por eso no me gusta.
Lo miré de soslayo. Tenía una media sonrisa en el rostro.
—¿Por qué siempre me dejas sin argumentos? —gruñí.
Él se encogió de hombros, risueño.
—No lo sé. ¿Suerte? ¿Lógica? ¿Locuacidad?
Rodé los ojos y lo empujé suavemente del hombro.
—Vamos —dijo de pronto—. Aún nos queda tiempo.
—¿Tiempo para qué?
—Para afrontar su miedo.
Carcajee.
—Es broma, ¿verdad?
—¿Tengo cara de estar bromeando?
Ni siquiera tenía un rastro de ello en su expresión. Estaba siendo sincero.
—No podemos hacer algo así.
—Cath…
—No estamos en un parque de diversiones, Fred.
Miré alrededor. Los edificios, las fachadas blancas y el ambiente silencioso. Aquello era tan melancólico, casi se podría decir que depresivo. No me podía imaginar a un par de jóvenes adultos andando por ahí en bicicletas.
—Atrévase a vivir un poco, señorita. No solo se límite a sobrevivir.
Me volví a mirarlo. Respiré con profundidad, pensé y cuestioné:
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Editado: 20.11.2023