Estuve paralizada varios segundos, creyendo que esto no era más que un producto de mi imaginación. Dejé escapar un suspiro y froté mi rostro. Era real, todo era real.
Desvié mi mirada hasta la habitación, la cual ya se encontraba con las luces apagadas. En seguida, vi salir a Fred y, de forma sigilosa, dirigirse hacia mi dirección. Quería detenerlo, no estaba preparada para tenerlo enfrente, no por ahora. No sabía que podía ocurrir después de lo sucedido… O quizá sí y por eso me aterraba su cercanía.
Apreté mis puños y me quedé en silencio. El sonido de pasos apresurados resonaron a mi costado, ni siquiera tuve la necesidad de girar para ver de quien se trataba.
Ninguno habló, así que Myers decidió apartarse un poco y sentarse a unos centímetros de distancia. Aun así podía oler su perfume y eso causaba una pizca de alegría en mí.
—Yo… Tú... —tartamudeé—. Lo que quiero decir es que…
—¿Si es verdad lo de hace un momento? —interrumpió a causa de mi nerviosismo—. Así es, Catherine. No me avergüenza decirlo, no cuando es lo que he estado deseando desde aquella tarde en la playa.
Yo no podía decir nada, aunque lo intentara, nada salía de mis labios. Estaba en un estado de shock. Sentí como mi pulso se aceleró y de mi boca escapó un ligero suspiro. De pronto, mi mano se encontró con otra. La de Fred.
Su piel tibia en contacto con la mía me resultaba, de alguna manera, agradable. Segundos después, mis dedos se movieron inquietos y pude aferrarme más a él.
—¿Por qué me haces esto? —pregunté en un susurro.
Él volteó poco a poco y me miró mientras en su rostro se dibujaba una de esas sonrisas que en tan poco tiempo me había acostumbrado a admirar.
—Quizá le parezca muy tonto que en pleno siglo XXI alguien le diga que está enamorado de esta manera —río con nerviosismo—. Pero créame que ese cartel fue suficiente para confesar lo que tanto quise.
Empecé a reír. Tal vez tenía razón, sin embargo, Fred era la excepción porque para mí eso fue demasiado tierno y noble. Myers tenía algo que, por más sencillo que fuera, hacía que se convirtiera en lo más perfecto del mundo. Me encantaba.
Sonreí.
—Me gustó.
Me observó fijamente y yo vi cómo alzó las cejas.
—¿Eso significa que tengo una mínima oportunidad?
Reí.
—Aparte de fastidioso, también eres pésimo para captar las indirectas, Fred.
—Así como lo es usted para escoger un par de calcetines—dijo mirando mis pies—. Por cierto, lindos gatos.
Reí de nuevo, completamente ruborizada y con las manos sobre mis mejillas. Al rato me calmé y tomé aire para volver a enfrentarlo.
—Myers... me gustas —admití—. Me gusta tu espontaneidad, la paz y la libertad que trasmite tu cercanía, la forma diferente en la que ves y sientes las cosas, la inasistencia por romper las reglas y disfrutar el momento sin pensar en las consecuencias.
Fred me miró y soltó mi mano. Cualquier rastro de sonrisa se escapó de su rostro y en su lugar quedó una mueca de seriedad acompañada por el brillo en sus pupilas. Al alzar mi vista y engancharla con la suya, mi corazón aumentó sus palpitaciones, causando que todo lo que estaba a nuestro alrededor se detuviera. En ese momento solo existíamos él y yo.
Entonces pasó.
Cuando su nariz rozó la mía pude jurar que todo dolor o pena habían desaparecido de mi sistema. Mi respiración se entrecortó, mi interior se convirtió en un tornado de sensaciones y emociones jamás experimentadas, Sus manos ahuecaron mis mejillas, y me aferré a la solapa de su suéter, evitando su posible huida. Él me miraba, yo lo miraba. Mi corazón latía como si sus pulsaciones no estuvieran contadas. Antes de poder decir algo, su boca se posicionó sobre la mía y mis brazos rodeaban su cuello.
Fred me estaba besando.
Yo lo estaba besando.
Cuando me di cuenta de que había pasado tiempo me aparté lentamente de Fred. Al abrir los ojos, estaba sonriente. Sus ojos obscuros brillaban más de lo habitual y hasta se podría decir que su piel había recuperado un poco de color.
Mi ansiedad me gritaba que saldría corriendo de ahí en cuanto le diera oportunidad. Asqueado. Espantado. Traumado de por vida, pero contrario a todas mis paranoias, Fred irradiaba felicidad. Luego de unos minutos mirándonos, removió un mechón de cabello que se soltó de mi coleta y dejó un casto besó sobre mi nariz.
—¿Qué somos? —cuestioné en voz baja.
Myers exhaló.
—No lo sé, pero no quiero que termine.
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Editado: 20.11.2023