Segunda oportunidad

Cambios en el sistema

Abrí los ojos con pereza e intenté observar más allá de la nubla que se formaba bajo mis pestañas. Me estrujé los parpados y, tras un esfuerzo sobrehumano, giré.

Por primera vez estaba feliz de haber ingresado a ese hospital.

—Buenos días, cielo —susurró mi madre.

Le sonreí en respuesta.

Me senté al filo de la cama, justo a su lado, y la miré. Su semblante cansado, con ojos pequeños y hundidos, mejillas pálidas y labios un poco más secos de lo normal. A pesar de que ya era costumbre verla de tal forma, no podía evitar preocuparme por ella. Lucia más enferma que yo.

Tomé su mano y jugueteé con sus dedos durante varios segundos.

—Mamá.

—¿Si?

Suspiré y continué.

—¿Te encuentras bien?—pregunté en un tono más débil de lo usual.

Ella me miró y luego sonrió, asintiendo.

—Claro. ¿Por qué me lo preguntas?

Y en ese instante una duda me envolvió.

—Cualquier cosa me la dirás, ¿cierto?

Mamá guardó silencio por un segundo para después afirmar con un movimiento de cabeza.

—Por supuesto, cariño.

—De acuerdo —respondí.

Mi madre besó mis mejillas dos veces más que ayer. Al apartarse acarició mi cabeza y parte de mi frente mientras con su voz más dulce me decía:

—Te amo, nunca lo olvides.

—Yo también te amo.

Volví a quedarme en la habitación, sola. Mamá se marchó para regresar por la tarde. Necesitaba organizar unas cosas que dejó pendientes en la tienda y que solo ella podía arreglarlas.

Me recosté en la cama y saqué el IPod. Suspiré con lentitud e impaciente miré hacia la pantalla en espera de su mensaje el cual aún no llegaba. Tras unos minutos de espera, cerré los ojos y me dejé llevar por la tranquilidad del momento. Nunca me había permitido experimentar aquella sensación. Tranquilidad.

Una pequeña yo corría al mil por hora dentro de mi cabeza, la misma que se detuvo al escuchar pasos a la lejanía. Mis latidos incrementaron y en mi rostro se vio reflejada una sonrisa.

La puerta se abrió y mi vista se dirigió hacia ella, haciendo que toda esperanza se viniera abajo al darme cuenta de que no.

No era él.

No era Myers.

La figura frente a mí no era a quien yo quería ver, sin embargo, lo saludé en un gesto de amabilidad.

—Doctor... —tartamudeé, escondiendo el aparato electrónico en uno de mis bolsillos—. ¿Qué tal? —dije con timidez a la vez que cerraba la puerta.

—Hola —dijo, sorprendiéndome con su seriedad—. ¿Puedo? —Señaló el sofá a mi costado.

Asentí.

Algo en su rostro me gritaba que fuera lo que fuese el motivo de su presencia no me iba a gustar, para nada.

Sentí un retorcijón en el estómago cuando lo vi abrir su expediente y remover un sinfín de hojas hasta dar con una en específico. Se colocó los anteojos y exhaló.

—¿Y qué?... —titubeé—. ¿Qué lo trae por aquí, Walter?

Sus ojos se encontraron con los míos en un intento de comunicación muda.

—Catherine, no me voy a ir con rodeos.

Tragué saliva con dificultad.

—Así que voy a hablar con toda la sinceridad posible —añadió.

Sentí un miedo inexplicable.

—Bien —dije.

Él afirmó.

—No son buenas noticias, Cath —Hizo una pausa, como si dudara en mencionar lo siguiente. Segundos más tarde, continuó—. Nuestra última esperanza, el único donador que teníamos en la lista no ha sido compatible.

Y ahí fue cuando mi mente colapsó.

Sus palabras quedaron flotando como papelitos en el aire. Jamás me habían mencionado nada al respecto, ni siquiera sabía que ya había entrado a la lista de trasplantes. ¿Qué carajo estaba pasando? ¿Por qué nadie me tenía informada?

«Última esperanza». Dos palabras. Un significado. Un destino.

Pero yo no quería ese destino. Ya no.

Un par de lágrimas escaparon de mis ojos y llevé las manos a mi rostro para limpiarlas, sin embargo, gota tras gota fueron cayendo hasta formar un torrente imparable de lágrimas. Me tallé la cara y sollocé en voz baja.

—Lo siento mucho —mencionó el hombre.

—No hay nada de que lamentarse, doctor —contesté en un murmullo—. Desde un inicio sabíamos que esto iba a pasar tarde o temprano.

Y tenía razón porque él no dijo nada en respuesta. Lo peor que podía pasarme era eso, despertar de un solo golpe, comprender que todo lo que había vivido en tan pocas semanas no era más que solo una pizca de falsa felicidad y que pronto tendría que afrontar la amarga realidad.

—Estoy sobreviviendo... —susurré.




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