Segunda oportunidad

Dias mejores... O no tanto

—La vida siempre es una metáfora, Catherine —afirmó Fred mientras de fondo sonaba The Night We Met y comíamos un par de panecillos con mermelada que Anna nos había hecho el favor de traer. Estábamos en mi habitación, ya que, por alguna razón ninguno de los dos tenía ánimos de salir al jardín como acostumbrábamos—. Y depende de cada uno darle un significado propio.

—Si, como el de morir. Por ejemplo.

—Pero es tuyo y de nadie más. Lo que lo hace único.

—De acuerdo, pero creo que eso en lugar de ayudar solo perjudica.

Clavé mi mirada en su rostro y noté como el vello en su rostro comenzaba a crear una pequeña barba en forma desigual. Le sonreí antes de volver la cabeza hacia atrás y suspirar, él a su vez soltó una leve risilla mientras que con su mano izquierda cambiaba el reproductor a modo aleatorio.

De pronto Love Like This inundó mis oídos.

—A veces me pregunto qué pasaría si todo fuera diferente. Si yo no hubiera enfermado, si papá no nos hubiera abandonado, si mamá no tuviera que sufrir durante años una profunda depresión debido al trauma que le generó la traición de papá… —Tomé un respiro y seguí—. Si yo no hubiera recaído y jamás te hubiera conocido. 

Contrario a lo que pensé, Fred sonrió. Una sonrisa real y magnifica.

—¿Y no cree que ese hubiera está de más? —me cuestionó retador—. Yo opino que cada experiencia es una lección que tenemos aprender.

—¿La de ser moribundos?¿Que lección nos dejaría? 

—No lo sé, dígame usted. ¿Qué lección le ha dejado?

De inmediato en mi mente se plasmó la relación con mi madre, mis amigos y hasta conmigo misma. El cómo había trasformado mi forma de ver la vida desde que ingresé en aquel hospital y cómo poco a poco mis días se fueron transformando. Dejé de ser la Catherine que refunfuñaba por cualquier detalle a ser una chica que disfrutaba del sol al lado del chico que le gustaba. Y estaba orgullosa de ello.

—Amar lo que tengo —respondí minutos después.

—¿Y por qué sigue cargando con cosas del pasado? ¿Por qué aun no suelta los errores de sus padres? Errores que no le corresponden.

Quería a Fred, pero su crudeza era algo con lo que no me acostumbraba a lidiar.

—Tal vez debería ir dejando de preocuparse por los demás y preocuparse por usted, Catherine —susurró Myers y entrelazó nuestras manos—. Perdonarse y luego perdonar a los que la rodean.

—Entiendo.

Pero la verdad es que llevaba años queriéndolo entender.

Todos los años desde el rompimiento de mis padres había intentado comprenderlo. ¿El engaño de papá hacia mamá fue porque era insuficiente? ¿Nos abandonó por que no era feliz con nosotras? ¿Enfermé como castigo a sus errores? La culpa y la duda me acompañaron durante parte de mi infancia y adolescencia. Aquello que al inicio parecía insignificante se convirtió en un trauma que hasta la fecha me seguía impactando día con día.

¿El perdón? Quizá algún día llegaría, cercano o lejano, pero llegaría. No me sentía preparada, no en ese momento. Si deseaba hacerlo sería en un futuro y con ayuda de un profesional, a lo mejor.

—No tiene que obligarse, en verdad. Todo a su tiempo —añadió sonriente.

Yo lo miré, imitando su gesto.

—¿Cómo es que tienes frases para cada situación?

—Cuando no estoy en la difícil tarea de ganarme su corazón, también me gusta leer.

Ignorando lo mucho que me hizo sentir su confesión, aludí:

—Y yo pensando que solo te gustaba ver tonterías en internet.

Fred empezó a caminar en dirección a las escaleras y, siendo sigilosa, lo seguí con velocidad.

—¿A dónde me llevas? —pregunté cuando me di cuenta de que íbamos hacia la parte subterránea del hospital.

Esto no podía estar pasando.

—Tranquila, señorita. Confíe en mí —dijo y sujetó con más fuerza mi mano.

—¿Acaso eso de enamorarme era un plan para secuestrarme y vender mis órganos? Porque si es así, te ha salido a la perfección.

No quería ser tan sincera, pero tuve que serlo.

Él dio una risa y buscó en el bolsillo de su sudadera lo que al parecer era un juego de llaves.

—Mi intención no es secuestrarla —mencionó abriendo un cancel oxidado y lo empujó sin dejar de mirarme—. Pero me alegra saber que la he enamorado.

—Mucho blah blah y poca acción —dije en un intento por cambiar de conversación—. No me has dicho a donde vamos ni para que me has traído.

—Prometo que pronto lo sabrá —Alzó su mano libre y reí.

—Bien, entonces te creeré.

Luego nos dirigimos a lo que parecía un viejo sótano, le di una mirada de desconfianza al chico, quien rápidamente me hizo cambiar de opinión al sonreírme. Iluminados por tenues luces, nos adentramos al espacio; en el lugar no había más que un par de sofás, un escritorio de algún consultorio y un locker, todo lo demás se encontraba vacío.




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