Segunda oportunidad

El paraíso de la desilusión

Cansancio.

Eso era lo que sentía al estar escuchando cómo Walter les explicaba mi caso a los médicos pasantes, en ese momento me sentía como un ratón de laboratorio.

No pude evitar demostrar mi desagrado.

Mi madre no estaba conmigo porque tenía que arreglar unos asuntos. Al parecer, ya había noticias sobre alguien que podía ser un posible donante, pues tanto ella como el doctor Walter habían estado muy ausentes en días pasados haciendo trámites e investigaciones al respecto; no me daban muchos detalles porque, según sus palabras, no era nada seguro y no querían darme falsas esperanzas.

Sobre la última vez que vi a Fred, había trascurrido días desde la tarde en que me dijo que me amaba y yo todavía no era capaz de decir lo mismo. No porque no lo sintiera, sino porque no me atrevía a ser tan directa. Luego de esa ocasión, no lo vi, ambos nos recluimos en nuestras habitaciones y en los laboratorios para estudios de rutina, casi no tuvimos tiempo para vernos; él no asistió las últimas cuatro tardes a la hora del almuerzo y yo no tuve respuesta a los mensajes que le envié. Me preocupaba su silencio.

Mi habitación estaba llena de estudiantes, unos hablaban entre si mientras otros apuntaban en sus libretas. Era algo estresante, ya que me ponía nerviosa cada vez que alguno de ellos se acercaba para preguntar cosas obvias de mi diagnóstico.

Anna, notando mi situación, se sentó a mi lado. Observó como el grupo de personas se alejaba hacia la puerta y comentó:

—Que fastidio.

—Estoy de acuerdo —dije sin mirarla.

—Siempre he dicho que esto no es buena idea para los pacientes. Al menos, no en grandes grupos de personas. En lugar de ayudar, solo los estresan.

Y cuánta razón tenía.

—¿A qué hora se irán? —pregunté, levantando el rostro para observarla.

Ella sonrió.

—No tardarán mucho. Solo les faltan dos habitaciones más y listo.

—¿Y Walter también se irá?

Anna frunció el entrecejo.

—Supongo —Se encogió de hombros—. Además de que hoy toca un solo turno, tiene una conferencia en la Universidad de Medicina —susurró regresando la mirada a los médicos—. Pero, ¿por qué tanto interés en esto?

Me mordí la lengua al entender que mis preguntas habían rebasado la línea de la curiosidad, aunque la verdad si me interesaba continuar con la conversación.

Después de varios segundos en silencio, Anna se levantó y cuando el grupo de jóvenes encabezado por el doctor Walter salió tuve que armarme de valor para contestar la pregunta que dejé inconclusa.

—Es que con ellos aquí no puedo hacer lo que tengo planeado —dije en un susurro.

Anna me divisó, divertida y dubitativa.

—¿Y qué es lo que quieres hacer? —demandó.

—Bueno, digamos que quiero visitar a alguien…

Al momento de decir aquello la enfermera sonrió amargamente y la miré extrañada.

—¿A quién?

—A Myers.

Ella suspiró y, acomodando un par de frascos, mencionó:

—Lo siento, hoy no podrás verlo.

¿Qué?

—Pero si…

—Catherine, no es día de visitas. Ya los he ayudado muchas veces y no puedo hacerlo más.

Transportó con cuidado el carro con mis medicinas y comida hasta la salida. Antes de que lograra salir, la llamé:

—Anna.

Me miró.

—¿Si?

—No es eso.

—Cath…

—Si no tengo razón, me dejaras verlo. Aunque sea unos minutos —Mi voz se fue desvaneciendo—. Solo quiero saber si está bien, por favor.

Anna respiró profundo. Segundos después asintió, pensativa.

—Prepárate. En media hora vendré por ti.

Estaba tratando de controlar mi respiración y no entrar en una crisis de ansiedad. Era la primera vez que lo vería después de varios días y estaba muy nerviosa. Nunca creería si me dijeran que me pondría así por un chico.

Atravesamos el pasillo principal para dirigirnos hacia el ala oeste. En el camino fui verificando que todo estuviera bien con mi vestimenta; un pantalón chándal, una camiseta azul cielo y pantuflas de oso panda. Correcto, un desastre, pero era eso o la bata de hospital.

Al llegar a la habitación de Myers, escuché un par de voces y fruncí mis cejas. No estaba solo.

—Escucha, Fred tiene visita, por lo que no podrás estar mucho tiempo con él —me comentó Anna, causando más mi confusión.

—Pero si hace un rato dijo que no…

No pude continuar porque tomó el pomo y abrió la puerta. Entramos y Anna cerró la puerta detrás de nosotras. Todo se quedó en silencio. En el dormitorio se hallaban Fred, su hermana y otra mujer que por el parecido con ambos deduje que era su familiar.




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