Con el tiempo pisándonos los talones, volvimos a la habitación. El único rastro de nuestra huida era el dibujo que habíamos hecho en la pared del sótano. Como el elevador no estaba en condiciones óptimas, tuve que empujar la silla de Myers hasta el dormitorio, lo que causó que ambos llegáramos con las respiraciones entrecortadas y el pulso hasta las nubes.
—¿Cómo está? —me preguntó, aun sonriendo—. No debe hacer ese tipo de esfuerzos, Catherine.
Negué con la cabeza y elevé el pulgar, dándole a entender que estaba bien. Mejor dicho, más que bien. Ver su sonrisa me hacía sentir viva, olvidándome de mis limitaciones y complejos.
Con cuidado lo ayudé a pararse y a subir a la camilla; gimió un poco cuando le acomodé la almohada debido a la herida de la cirugía y traté de ser más lenta para no lastimarlo. Una vez hecho, guardé la silla, su sudadera y tiré la envoltura de las galletas junto con la caja de las tizas. Mientras terminaba de arreglar la habitación, sentí su mirada y un leve murmullo inundó mis oídos.
—Gracias por todo, señorita.
Giré para mirarlo y contestarle, sin embargo, Fred ya se encontraba sumido en un sueño profundo. Me acerqué y bese suavemente sus labios.
En medio del silencio, observé las gotas de lluvia que se deslizaban por el cristal y me quedé perdida en ellas. Era la primera vez que llovía desde mi llegada al hospital. Mi cuerpo estaba ahí, frente a Ángeles, pero mis pensamientos volaban hasta Fred, de quien no tenía noticias desde hacía ya dos noches.
Me decía a mí misma que todo estaba bien, que si le hubiera pasado algo ya me lo hubiesen informado. Sin embargo, no podía esquivar mi preocupación.
Desvié mi vista de la ventana y la centre en la chica que tenía enfrente. Ella me sonrió y me apretó el hombro en muestra de su apoyo.
—Estará bien —me alentó—. Ambos lo estarán.
—Me siento mal, Angie —sollocé—. No sé lo que está pasando. Lo conozco y a la vez no lo conozco… Quiero ayudarlo, pero no sé cómo.
Ella notó la preocupación en mi rostro y me preguntó:
—¿Quieres ir con él?
Asentí sin pensarlo.
Ángeles me ayudó a ponerme de pie y a cambiar mi bata por un pants y una camiseta de lana, ya lista, ambas salimos de mi habitación sin ser vistas. Respiré profundo, caminamos hasta el elevador y apreté el botón.
—¿Cómo te sientes? —me cuestionó cuando subíamos.
No respondí.
A medida que nos acercábamos a la habitación, mis manos comenzaban a sudar y mi corazón a aumentar sus palpitaciones. Ángeles me tomó del brazo, dando un pequeño apretón en él y susurrando que todo iba a estar bien.
A pasos lentos doblamos la esquina para entrar al pasillo que daba a su ala, solo éramos nosotras y unas cuantas personas las que merodeábamos el área. La respiración se me alteró y mi pecho se oprimió. Nuestro recorrido no fue concluido cuando las puertas del dormitorio se abrieron. De ellas salieron tres enfermeros empujando la camilla de Myers y detrás venían la señora Sandra y Vanessa, quienes parecían el vivo retrato del terror.
El alma se me cayó a los pies.
—Urgencia. Abran paso…
Me solté del agarre de Ángeles y fui hacia ellos.
—Tenemos que apresurarnos…
Escuché que gritaba uno de los enfermeros y fue como si todo el peso del mundo se me viniera encima.
No. No. No. No.
Corrí lo más rápido que pude. Mi pecho ardía, dolía. Todo me daba vueltas mientras intentaba alcanzar a Vanessa y la detenía para preguntarle qué diablos estaba sucediendo. Ángeles me seguía desesperada, preocupada de que me pasara algo.
—Una hemorragia intracraneal… se está rindiendo, Cath —Fue la respuesta que recibí de su hermana.
Tuve que sostenerme de Ángeles para no desfallecer.
En ese instante todo pasó como un flashback frente a mis ojos. Desde el primer día que lo encontré en mi habitación hasta la última tarde en el sótano. Su sonrisa, su risa, el color de sus ojos y hasta lo irritante que llegaba a ser con sus preguntas. Quería creer que todo esto era una pesadilla y que al despertar tendría una nota de él en mi bandeja diciendo que me esperaba en el jardín.
No podía rendirse. No tan fácilmente.
De nuevo me eché a correr, tropezando con todo aquel que se me pusiera enfrente. Los ojos me picaban y el alma me quemaba. Los pies se me enredaban conforme iba avanzando, pero no me importaba, yo solo quería verlo, decirle que no se rindiera, que luchara.
Que no se fuera.
Perdí la noción del tiempo y del espacio. Mi objetivo era llegar a él y cuando lo hice me derrumbé. Un montón de médicos y enfermeras lo rodeaban, colocándole máquinas, tubos y cosas que mi poco conocimiento en medicina no alcanzaba a comprender.
—Amor, por favor… resiste —grité a través del cristal que me apartaba de la puerta del quirófano.
Anna, quien era una de las enfermeras a cargo, me vio y rápidamente dio la orden de sacarme de ahí y llevarme a mi habitación.
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Editado: 20.11.2023