Con cada paso que daban dentro de la mansión, Clara y sus amigos sentían el peso de los ecos del pasado, como si cada habitación los observara y evaluara. La mansión, ahora un laberinto de corredores infinitos y puertas que llevaban a habitaciones desconocidas, parecía viva y consciente. Era como si la casa misma quisiera jugar con ellos, haciéndoles perderse en su oscuro y retorcido interior.
Clara encabezaba el grupo, sujeta a una sensación extraña, como si una fuerza invisible la guiara hacia lo más profundo de la mansión. A pesar de que todo en su cuerpo le gritaba que se detuviera, algo en su interior le decía que debía continuar. Al pasar junto a una enorme pintura colgada en el pasillo, sintió un escalofrío: en la pintura, una mujer de rostro severo, con ojos oscuros y penetrantes, la miraba fijamente. Había una expresión de tristeza en su rostro, pero también de familiaridad inquietante.
Encuentro con los Guardianes
A medida que avanzaban, comenzaron a oír susurros, voces de lamentos y promesas de liberación que parecían acercarse y alejarse en el mismo instante. Finalmente, llegaron a un gran salón decorado con muebles antiguos y una lámpara de araña colgando del techo. Pero lo que les heló la sangre fue la presencia de tres figuras envueltas en sombras, los Guardianes de la mansión. Eran altos y esbeltos, con rostros indistinguibles cubiertos por velos negros, y cada uno sostenía un objeto que parecía tener un significado especial.
Uno de los Guardianes se adelantó y habló en un tono frío y resonante.
—Heredera, has regresado como se esperaba. Pero para tomar el control de la mansión, debes pasar la Prueba del Laberinto y enfrentarte a tus propios miedos.
Clara tragó saliva, sabiendo que no tenía otra opción. —¿Y qué pasa si fallo?
—Entonces quedarás atrapada aquí, junto con aquellos que hayas arrastrado contigo —respondió el Guardián, sin una pizca de compasión en su voz—. Tu destino y el de tus amigos quedarán sellados para siempre.
La Separación
Sin previo aviso, una fuerza invisible arrastró a cada uno de sus amigos en direcciones opuestas. Clara intentó sujetarlos, pero fue inútil; la mansión los separó rápidamente. La última mirada de Lucas, con expresión de terror, se desvaneció en un pasillo oscuro. Clara estaba sola, con el eco de sus pasos como única compañía y la certeza de que tendría que enfrentarse a la Prueba del Laberinto completamente sola.
El pasillo por el que caminaba parecía estrecharse a cada paso, y las paredes se ondulaban como si fueran de carne viva. Las luces de las velas parpadeaban en un ritmo irregular, proyectando sombras que parecían figuras con las que se cruzaba. La mansión la estaba desafiando, y Clara comprendió que cada giro y cada puerta llevaban a sus recuerdos y miedos más profundos.
La Primera Visión: El Rostro en el Espejo
Al abrir una puerta al final del pasillo, Clara se encontró en una habitación familiar: era su antiguo cuarto de niña, tal como lo recordaba. Los juguetes que ya no tenía estaban dispuestos en el suelo, y una cama pequeña estaba cubierta con su colcha favorita de estrellas. Al otro lado de la habitación, un espejo reflejaba su imagen, pero algo estaba mal. La Clara en el espejo tenía una expresión oscura, sus ojos parecían vacíos y su piel pálida y desgastada.
Mientras la observaba, la figura en el espejo comenzó a moverse por su cuenta, acercándose lentamente a ella. El reflejo levantó una mano hacia el vidrio y susurró:
—¿Por qué volviste? No puedes escapar de nosotros.
Clara sintió un miedo abrumador, pero se obligó a acercarse al espejo, como si supiera que debía enfrentar esa parte de sí misma para avanzar. El reflejo, con una sonrisa torcida, la miró con desdén y susurró una frase enigmática antes de desvanecerse: "La Heredera debe decidir entre su vida y la de sus amigos… nadie puede salvarlos a todos."
Las Decisiones del Laberinto
Cada puerta que Clara abría la llevaba a una nueva prueba, cada una diseñada para enfrentar sus mayores miedos y recuerdos dolorosos. En una habitación, vio a sus amigos atrapados en visiones de sus propios temores: Lucas estaba rodeado de sombras que le susurraban secretos oscuros de su pasado; Sara enfrentaba una visión en la que todos los que amaba la abandonaban; y Tomás se encontraba en un cuarto cubierto de agua, reviviendo un accidente de infancia en el que casi se ahogó.
Clara quería ayudarlos, pero cada vez que intentaba acercarse, una barrera invisible la detenía. Comprendió que, aunque estaba viendo sus miedos, sus amigos debían enfrentarlos por sí mismos. La mansión les daba una elección: enfrentar sus propios demonios o quedar atrapados en ellos para siempre.
La Elección Final
Después de lo que parecieron horas, Clara llegó a una última puerta, adornada con símbolos antiguos que reconoció de los grabados del sótano. Detrás de esa puerta, lo sabía, la esperaban los Guardianes y la prueba final.
Al abrirla, se encontró nuevamente en el gran salón, y los Guardianes estaban allí, observándola con atención. Uno de ellos, el que había hablado antes, extendió una mano hacia ella, y en su palma apareció una pequeña llama azul, pulsante y frágil.
—Este es el alma de tus amigos, Heredera. Para liberarlos, debes entregarte y unirte a nosotros como Guardiana de la mansión.
Clara sintió el peso de su decisión. Sabía que si aceptaba, quedaría atrapada para siempre, destinada a cuidar los secretos de la mansión. Pero si se negaba, sus amigos jamás escaparían.
Tomando una respiración profunda, miró a los Guardianes con determinación y habló, aceptando el destino que la mansión había forjado para ella. Sabía que sacrificarse era la única forma de liberarlos.
Con un último susurro de despedida, la llama azul en la mano del Guardián se apagó, y Clara supo que sus amigos estaban a salvo, mientras las sombras comenzaban a envolverla, transformándola en una nueva Guardiana de la mansión, en una figura velada, destinada a proteger los secretos oscuros de la casa por toda la eternidad.