El día está nublado y las nubes grises en el cielo me agradarían más si no tuviera que salir de casa.
Suspiré con resignación y me alejé de la ventana del pasillo rumbo a mi habitación, tomé la campera más abrigada e impermeable que encontré y alcé la mochila vacía del suelo junto a la cama. Cuando cerraba la puerta de la habitación, mamá salió de la suya con una bolsa en brazos. Me inspeccionó en silencio por algunos segundos.
—¿Vas a salir? —preguntó —¿Con este día?
Me reacomodé la correa de la mochila mientras comenzábamos a caminar por el pequeño pasillo.
— Sí, encargué un libro hace varias semanas y quedé en retirarlo hoy, si no voy lo pondrán para que alguien más lo compre.
Me adelanté y bajé las escaleras con rapidez, escuché sus pasos sobre la madera mientras ella luchó por seguirme el paso.
— ¿Por qué no le pedís a Lucas que te lleve? — sugirió.
— ¿Y aguantar sus quejas todo el camino? No, gracias.
— ¡Eva! — me regañó —¿Cuándo vas a aprender a conducir, entonces? Si supieras podrías llevarte el auto.
— ¡Eso jamás!
— Pero...
— ¡No! Soy un peligro para mi misma con lo torpe que soy, ya intenté aprender varias veces con papá y me estrellé con tres postes de luz y un árbol. Creo que es más seguro para el resto del mundo si yo me mantengo lejos del volante.
Frunció el ceño mientras me observaba desde el pie de las escaleras revolver la mesa del comedor en busca de mis llaves.
— Siempre tan testaruda... — murmuró.
— No podés quejarte, lo heredé de vos.
— ¡Eva!
Encontré mis llaves y corrí a la puerta. — ¡Vuelvo en un rato, no me extrañes!
La puerta se cerró a mis espaldas, no me molesté en cerrarla con llave. Cuando papá está en casa tenemos la costumbre de dejarla abierta, ya que él sale constantemente afuera al jardín a fumar. Me acerqué a la reja y la abrí con un chirrido para poder salir a la vereda.
La librería está a unas diez cuadras, no es tan lejos... Pero tengo que recorrerlas ida y vuelta, y sólo para estar allí no más de cinco minutos como máximo. El libro ya está pagado, solo debo ir y llevármelo... La verdad es que le mentí a mamá, podría ir otro dia, pero quería salir un poco a pesar del tiempo. No me gusta estar demasiado tiempo encerrada en casa.
Camino por una vereda estrecha mirando el cielo, intentando decidir si vale la pena ir un rato a la plaza una vez tenga el libro o si el clima es demasiado inestable como para hacerlo, cuando escuché un auto acercándose por la calle a mis espaldas. Me volteé a ver justo a tiempo para ver un auto negro y brillante, con las ventanas polarizadas, que se acercaba al cordón de la calle en donde estoy parada. Se acercó a mi y bajó la velocidad.
Se me aceleró el corazón y me preparé para chillar y salir corriendo, pero entonces la ventanilla del conductor se bajó. Tardé algunos segundos en reconocer el rostro sonriente del chico, pero me relajé de inmediato en cuanto lo hice.
— Ah, hola, Silas, ¿No? — Lo saludé dubitativa, su sonrisa no flaqueó. — Me asustaste...
— Sí, hola — asintió con la cabeza. —. ¡Lo siento! No quería... He estado yendo al parque estos días con Leo, pero no te vimos. Quería darte algo por lo que hiciste...
Negué con la cabeza mientras sonreía. — No, no hace falta que me des nada, ya te lo dije, de verdad...
— No voy a aceptar que lo rechaces — me interrumpió, sorprendiéndome. —, me costó bastante pensar en algo para darte ya que no pediste nada. No lo tengo ahora conmigo, pero te vi ahora y creí que quizás podía ofrecerte un viaje a donde sea que vayas, si quieres.
En el instante en que escuché sus palabras mi primer instinto fue el de aceptar con entusiasmo, pero entonces mi lado racional entró en acción y recordé que, a pesar de que Silas parece inofensivo, sigue siendo un extraño.
Un extraño atractivo y con un perrito adorable, pero un extraño al fin.
Sujeté la correa de mi mochila, reacomodándola en mi hombro, y le sonreí. — No, lo siento, pero no puedo aceptar...
— ¿Por qué?¿Hay algún problema? — cuestionó.
— Pareces simpático — le dije con sinceridad. —, pero la verdad es que no te conozco de nada y no sería muy sensato de mi parte subirme al auto de un desconocido.
Apoyó su brazo sobre la ventanilla del auto y se revolvió el pelo distraído mientras miraba al frente. — Ah, es cierto... — Concordó.
Su reacción es tan sincera que no pude evitar reirme suavemente.
— Pero... — Continué —, me aseguraré de ir al parque mañana en la tarde, por si querés pasarte. Leí que el día estará soleado, y cuando es así suelo sentarme en el prado que hay en el parque, ese en donde hay flores amarillas todos los años en esta época... Ahí fue en donde encontré a Leo el otro día, de hecho. Pueden encontrarme ahí mañana.
—No me sorprende que lo hayas encontrado ahí... Siempre quiere ir allí pero nunca lo dejo, el pasto es muy alto...