Mi primer semana de trabajo había ido bien, demasiado bien.
Siempre fui el tipo de persona a la que le gusta salir, ver lugares nuevos, viajar, y es algo que hago ni bien tengo la oportunidad.
Nunca antes me había dado cuenta de que es precisamente por eso que trabajar como repartidora era perfecto para mí.
Pasar toda la semama yendo de un lugar a otro en la motocicleta, escuchando música y haciendo entregas, difícilmente se sintió como un trabajo u obligación. De verdad que agradecí en silencio el que mi padre haya insistido tanto por enseñarme a manejar una motocicleta y que haya tenido tanta paciencia, aunque sigo rehacia a sentarme frente al volante de un automóvil.
El trabajo me ha dejado casi nada de tiempo. Voy al colegio en la mañana, trabajo desde la una hasta las siete haciendo entregas, y luego a casa a hacer las tareas y estudiar para los exámenes. No podía quejarme, incluso los viajes con Lucas a casa luego del trabajo cuando pasa a recogerme son relajantes.
El único lado negativo es que no he tenido tiempo de ir a la plaza, ni de ver a Silas. Fue en el medio de todo que me di cuenta de que no tengo su número, pero me desconcertó más el hecho de realmente querer ir al parque para ver si podía encontrarlo.
Para cuando llegó el fin de semana, pasé todo el sábado haciendo entregas, con una corta pausa al mediodía para almorzar en el pequeño local junto a María, mi jefa, y Roxana, la cajera.
— ¿Terminaste con la última entrega? — María me preguntó cuando abrí la puerta, sacándome el casco.
La pequeña pastelería consiste de la parte frontal, que da a la calle, en donde Roxana atiende a los clientes y prepara pedidos sencillos de macitas y galletas que se exponen allí mismo, y la parte de atrás, separada por una puerta de madera, en donde María prepara toda la tarde y a veces la noche los pedidos más pesados, como pasteles de cumpleaños o de bodas. Hace el trabajo ella sola, aunque me había confesado que podría costear un ayudante perfectamente, ella prefería hacer todo sola porque, sencillamente, le gustaba hacerlo.
— Sí, ya lo recibieron. — confirmé pasando a su lado hasta la nevera, sirviéndome agua fría en un vaso.
Roxana entró en ese momento, con una bandeja vacía en cada mano.
— Los alfajores y las galletas de chocolate se terminaron — anunció dejandolas sobre una mesada al fondo de la habitación.
Se fue, no sin antes sonreírme, para seguir atendiendo el frente. María oye todo lo que le decimos, pero la mayor parte del tiempo está demasiado encimismada como para contestarnos.
Me dirigí a la lista de papel rosado que cuelga de un cuadro de corcho a un lado de la puerta trasera por la que entré, llena de los siguientes pedidos que deberé entregar luego de mi pequeña pausa para almorzar. No son muchos, pero dos de ellos son un poco lejos.
María apagó la máquina que estaba usando para hacer una crema, sacó el exeso del batidor y llevó el bowl a la heladera.
Roxana volvió a entrar, llaves del local en mano, y ambas nos pusimos a ordenar la isla en medio de la habitación para hacer espacio. María dejó en medio una bandeja con sandwiches mientras Roxana traía vasos y yo llevaba al lavadero todo lo que María había estado usando para lo que fuere que estaba preparando.
Al ver la pila, me sentí mal por el desastre que se encontraría el chico que limpia todo de noche.
— ¿Cómo está el día afuera sin el aire acondicionado? — bromeó Roxana tomando un sandwich y sentándose.
Me dejé caer sobre la silla con dramatismo. — Ugh, horrible, hace cada vez más calor, pero por lo menos el viento mientras viajo lo alivia un poco.
El calor es el único lado malo del trabajo. María rió mientras se servía jugo en un vaso.
— Ya aceptaste el trabajo, ahora te aguantas.
Puse los ojos en blanco mientras alcanzaba un sandwich.
— ¿Qué preparabas ahora? — le pregunté con curiocidad.
— Oh, una torta sencilla de cumpleaños, es la última que entregarás hoy porque es para una fiesta en la noche, ya está paga.
A veces los clientes llaman por teléfono para hacer los pedidos y pagan al recibirlos, pero no es muy seguido.
— Mañana te esperaré yo para que recojas la torta de bautismo al mediodía, por cierto, y te pagaré extra porque es tu día libre.
Asenti mientras comía.
— No pasa nada igual, no tengo nada mejor que hacer.
— ¿No? — preguntó Roxana a mi lado. — ¿No salis con amigos, con tu novio?
Me llevé mi vaso de agua a la boca antes de contestar. — No tengo novio...
— Oh, ¿Enserio? Qué raro.
— ¿Cómo que qué raro? — cuestioné bajando el vaso.
Roxana se encogió de hombros. — Sos bonita, es raro que no estés con nadie.
María escogió ese momento para unirse a la conversación.
— Que no te engañe — me señaló con diversión. —, mi sobrina Lara ya me dijo que se está viendo con alguien.