Resulta que el edificio donde vive Silas tiene un elevador diminuto. Cuando nos subimos, el elevador hizo un sonido y movimientos extraños que inmediatamente me hicieron aferrarme a su brazo, haciéndolo reír.
— Es por Leo, tranquila, no pasa nada.
Eso no me tranquilizó, pero por suerte solo tuvimos que subir un piso. Aparentemente, las escaleras son demasiado estrechas como para subir con Leo sin que termináramos cayéndonos.
Silas me llevó hacia el final del pasillo una vez salimos del elevador, y me dejó entrar primero una vez abrió la puerta. Cuando las luces se encendieron, me apresuré en entrar para que él lo hiciera también.
La entrada al departamento es estrecha, pero una vez fuera de esta puedo ver la pared a mi derecha; dos puertas es lo único que resalta en ella. Luego, frente a mí, un salón diminuto con un sofá, una televisión, una mesa de café y algunas decoraciones en las esquinas, como plantas o rinconeros vacíos. Separado de todo eso por una mesada larga, se ve la cocina, estrecha pero ordenada. Todo su departamento parece ordenado, en realidad.
Leo enseguida corrió, dejándome atrás y yendo directamente hacia la puerta corrediza que da al balcón. Frente a mis ojos, el perro bajó una manija con su pata y luego mordió una cuerda grusa, tiró de ella y abrió la puerta.
Silas se rió a mi lado al ver mi cara. — Te dije que le enseñé a abrir la puerta del balcón, ¿No me creíste?
— ¿La verdad? No — me acerqué al balcón y miré hacia la calle. — ¿Cómo le enseñaste?
— Por empezar, él aprendió a bajar o subir manijas por si solo — me dijo mientras se acercaba, se paró en el marco de la puerta del balcón. —, yo sólo aflojé un poco la manija para que le sea más fácil, até una cuerda a la manija y le enseñé a tirar de ella para abrirla.
Me reí mientras acariciaba a Leo, que le ladraba a otro perro en un balcón adyacente. — Si un día adopto un perro, te llamaré para que me ayudes a entrenarlo.
— Ah, no — se negó, dándose la vuelta. —, entrenar a este fue suficiente por el resto de mi vida, gracias, me destrozó un sofá mientras lo hacía.
Le seguí devuelta dentro del departamento mientras reía, sin decirle nada más, dejando a Leo en el balcón. Él se llevó la mano al cabello, pero la bajó al recordar que esa mano en específico está sucia.
— Bueno, voy a darme una ducha rápida para sacarme esta ropa y el olor nauseaundo — me dijo mirando a la cocina. —, podés hacer lo que quieras; mirar televisión, mirar alrededor, cocinarte algo... Todo lo que necesites está en la cocina.
Asentí. — Tranquilo, vé a bañarte.
Me sonrió antes de ir hacia la segunda puerta que vi cuando entré. Salió un minuto después con una toalla y algo de ropa que llevó a la siguiente puerta, que de seguro es el baño. Leo y yo nos miramos, él desde el balcón y yo desde el medio del pequeño salón.
No tardé en escuchar el ruido de la ducha, así que volví a salir al balcón e inspeccioné con curiocidad las plantas que vi que hay allí. Leo enseguida se acercó a ver lo que hacía. Una de las plantas parece ser una enredadera que se enrieda contra una especie de escalerita de maderos bastante inestable, pero que parece ser suficiente para aguantar la planta. Luego de verla a detalle, me di cuenta de que tiene algunos tomates entre las hojas. Detallé las demás; albahaca, romero... Silas tiene una huerta improvisada en su balcón.
No sé por qué, pero no me sorprende.
Volví adentro, pero no supe qué hacer, así que encendí la televisión y me senté en el sofá. Me cuesta descifrar cómo funciona exactamente su control remoto, pero el final consigo comenzar a cambiar los canales. Leo se subió al sofá conmigo y comenzó a ver la pantalla también. No le dije nada, ya que no sé si se supone que pueda o no subirse al sofá.
...
Me incorporé en mi lugar al escuchar a Silas saliendo de la ducha, cuando abrió la puerta tenía otra musculosa puesta. Las mangas parecen haber sido arrancadas y dejan al descubierto sus brazos y parte de sus hombros. Está secándose el cabello con la toalla.
Se detuvo en cuanto me vió a mi sentada en el sofá con Leo completamente recostado sobre mi regazo y también mirándolo. Cuando comenzó a reír, Leo le ladró, haciéndome reír a mi también.
— ¿No te hiciste nada para comer? — Me preguntó acercándose a la cocina.
Leo se bajó de mi regazo y corrió detrás de su dueño, me acerqué a la cocina también. — No, ya sabes que no soy la mejor cocinando — le recordé.
Se agachó frente a la mesada sobre la cual estoy apoyada y volvió a levantarse con un bowl rojo en la mano. Al prestarle atención, leí 'Leo' en letras blancas en un costado. — ¿Leo no comió hoy?
— Sí lo hizo — le escuché decir mientras revolvía una alacena cerca del suelo. —, pero Leo come tres veces al día. Es un perro grande, así que porciones no muy grandes y repartidas a lo largo del día. Esta es la última.
Miré a Leo, que esperaba sentado a mi lado y sin despegar la vista del bowl. Cuando Silas llenó su plato y lo dejó en el suelo para que comiera, se lanzó sobre él. Su dueño se incorporó y se cruzó de brazos en silencio, mirándome. Enderecé la espalda y le imité, haciéndolo sonreír.
— Considerando que vas a estar acá hasta tarde, hay dos opciones; o cocinamos algo, o pedimos delivery.