El frío de la mañana me obligó a ponerme una gruesa campera negra sobre los hombros antes de salir de la casa.
La incesante lluvia del día anterior había aminorado cuando desperté, y se detuvo completamente cuando estuve lista para salir. El único indicio de la noche anterior siendo las calles húmedas, las plantas llenas de gotas de agua y el cielo cubierto de nubes grises.
Leí el último mensaje de Silas, que me había mandado un mensaje justo antes de salir de su casa asegurándome de que está en camino para recogerme. Revisé el resto de mensajes, y sonreí al leer todos los que me había dejado Ro en la madrugada, algo borracha ya que salió con algunos de sus amigos.
Mientras pensaba una respuesta, el sonido suave pero evidente de la reja de mi casa al ser abierta me sobresaltó. Desde mi lugar a un lado de la puerta, detrás de un arbusto grande, no veo la reja. Me acerqué un poco para poder ver lo que sucedía, guardando el teléfono en mi bolsillo, cuando mi hermano tropezó con el escalón de la entrada y casi se cae de rodillas. Llegué a sujetarlo del brazo mientras él maldice y vuelve a incorporarse.
Cuando levantó la mirada y me vió, se sobresaltó por un segundo antes de llevarse la mano a la cara y alejarse tambaleándose.
—¿¡Qué carajos haces ahí?!¡Me asustaste!
Me crucé de brazos. —¡¿Yo te asusté a vos?!¡Creí que estabas en casa, te abrí la puerta ayer a la una de la mañana cuando llegaste!
Me miró serio por algunos segundos antes de que se le escapara la sonrisa y se riera. —Me salí por la ventana.
—¡¿Y eso por qué?!
Se encogió de hombros, y antes de que pudiera decirle algo más, comenzó a revolver sus bolsillos en busca de sus llaves. Llegó a sacar un preservativo que volvió a guardar con demasiada rapidez antes de que lo tomara del brazo y lo obligara a mirarme.
Tomé mi propia llave y abrí la puerta. —Enserio, ¿En dónde estabas?
—Uno de los amigos de Lea hizo una fiesta, ¿Sí? Terminó recién. Yo tuve que irme temprano por eso de volver no tan tarde...
—¿A la una de la mañana le llamas no volver tarde?
Me ignoró. —... Así que volví, pero luego me siguieron mandando mendajes y decidí volver a la fiesta.
No dijo nada más, en su lugar, se quedó mirando fijamente un punto en la pared a mis espaldas. Sus pupilas están dilatadas, y estoy bastante segura de que tiene marcas en su cuello. Suspiré con resignación y empujé la puerta, incitándolo a entrar.
Recordando cómo se tambaleó hace algunos minutos, estaba a punto de acompañarlo adentro cuando el auto de Silas se estacionó en la calle frente a la casa. Lo miré a Lucas, que apenas y había traspasado la puerta.
—Tenés suerte de que papá duerma hasta tarde los Domingos, son las nueve y media. No hagas ruido, sube las escaleras con cuidado y lávate los dientes antes de irte a dormir.
Mi única respuesta fue un suave e imperceptible ajá antes de que se alejara. Chocó su pié con el pie del sofá, pero llegó hasta la escalera sin otro incidente. Cerré la puerta con llave sin más y salí hacia la calle.
Silas me espera a un lado de su auto y sonríe al verme. —Buen día.
Le sonreí mientras me metía directamente al asiento del acompañante y me abrochaba el cinturón, él me imitó y puso el auto en marcha entonces.
—No quiero sonar entrometido, pero... ¿Cómo está tu hermano? Lo vi medio raro...
Me reí con sequedad mientras miro por la ventana. —Está borracho, o con resaca, no sé. Acaba de volver a casa de una fiesta y apenas tenía energía para llegar hasta su habitación. Tiene suerte de que nuestros padres duermen hasta tarde el fin de semana...
Silas rió a mi lado, sin voltearse a verme. Me animé a mirar hacia el frente entonces, pero él me miró por un segundo y me sonrió, haciéndome sonrojar.
—Creí que estaba castigado.
—Y lo está — me reí, negando con la cabeza. —, pero para él eso no significa mucho. Lo único que sí le afecta es no tener el auto y depender de mi para que lo lleve a lugares cuando puedo.
—... Pero vos no podes nunca. — Silas señaló frunciendo el ceño.
—Exacto.
Miré otra vez por la ventana y reconocí algunos negocios, varios están abiertos y otros todavía están cerrados. Reconocí entonces que estamos cerca del centro de la ciudad. Ninguno de los dos dice nada por un largo rato.
—¿Ya está tu jefe allá o llegamos nosotros primero? — pregunté
—Ah, no, ya están allá. Pasé por allí primero antes de irte a buscar.
—Si me decías venía yo misma con la motocicleta, no hacía falta que te desvíes para irme a buscar... — me quejé.
Él se encogió de hombros. —Es cierto, pero quería hacerlo, ¿Te molestó? Lo siento...
Negué con la cabeza, estaba a punto de hablar otra vez cuando noté que el auto bajaba la velocidad y se estacionaba en el cordón de la calle frente a un edificio de dos pisos que reconocí de inmediato. Caminé por enfrente del lugar incontables veces, pero nunca me paré a prestarle atención.