Segundas oportunidades. El amor que no esperaba

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Sala de reuniones – Silva&CIA

Rocio..

La sala estaba iluminada con luz fría y prolija, la pantalla al fondo mostrando una presentación impecable, moderna, casi artística. Todo estaba listo para que mi estrategia brillara, para que mi propuesta dejara claro que yo era quien podía reposicionar Silva&CIA.

Caminé entre los jefes de área con pasos medidos, el vestido perfectamente elegido, la sonrisa estudiada. Todo en mí irradiaba seguridad, aunque por dentro sentía un ligero roce de irritación que no podía ignorar. Porque allí estaba ella.

Constanza. Sentada al fondo, con la birome en la mano, la espalda erguida, observando. No decía nada, solo miraba, pero su presencia era como un recordatorio de que siempre estaba un paso por delante, que sabía más de lo que aparentaba, que… simplemente estaba allí. Mi estómago se tensó. Intenté disimularlo, respirar hondo y no dejar que se notara, pero la molestia estaba ahí.

—Disculpá —dije, con un tono que intentaba sonar casual, mirando de reojo a Luis—. ¿Por qué está Constanza en la reunión?

Luis, siempre tranquilo, no perdió la compostura.
—Me pidió estar para tomar notas y asegurarse de que todo quede registrado. Es más fácil si alguien del equipo sigue cada detalle.

Asentí, sonriendo, pero por dentro me quemaba. Tomando notas, sí… como si eso la justificara. Claro. La discreción de siempre, su manera silenciosa de recordarme que no estaba allí solo como asistente. Aunque en realidad… yo sospechaba que había algo más. Siempre hay algo más con ella.

Tomé aire y me forcé a enfocarme en lo mío. La presentación estaba lista, cada diapositiva medida, cada argumento calculado. Caminé lentamente, mientras las imágenes de la estrategia europea aparecían en pantalla, mi voz firme y ensayada:

—Como recordarán, Gonzalo y yo estuvimos un tiempo trabajando con un enfoque europeo en imagen de marca —dije, desplazándome entre ellos—. Durante nuestra estadía en Barcelona, desarrollamos una estrategia para campañas multiculturales que podrían aplicarse perfectamente a la diversificación de Silva&CIA.

Cuando apareció la foto de la pasarela en Madrid, giré el rostro hacia Gonzalo y le dediqué una sonrisa cargada de recuerdos que yo sabía que él no podría ignorar.
—Lo recuerdo bien porque fue una de nuestras charlas favoritas en la terraza del departamento de Sarrià. ¿Te acordás, Gonza?

Sentí el silencio pesado, incómodo. Algunas miradas se desviaron hacia él. Gonzalo permanecía inmóvil, serio, los dedos entrelazados frente a la boca, como conteniéndose.

Mi mirada se cruzó con Constanza por un instante. Su pulso controlado, su birome apretada, la espalda recta. Maldita mujer. Allí, como siempre, recordándome que podía ser profesional y fría mientras yo tenía que fingir que todo estaba bajo control. Sentí cómo un filo de frustración recorría mi columna. Quise ignorarla, pero no podía. Estaba allí, y yo tenía que lidiar con ella, como siempre.

Horacio intervino, adulador.
—Interesante que ya tengas tanto contexto, Rocío. Es bueno tener a alguien que conozca a fondo al presidente…

Inspiré hondo y me obligué a sonreír. Pero cuando Gonzalo se incorporó, con frialdad, la voz firme y cortante, dejándome clara mi posición:

—Las decisiones de estrategia no se toman con recuerdos personales, sino con análisis de mercado. Sigamos con la presentación.

Mi sonrisa vaciló un instante. No dije nada. Solo asentí. Y por dentro, mientras miraba a Constanza, juré que iba a demostrar que nada podía arruinar esto. Ni ella.

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DAVID

Pasillo – Horas más tarde

Me senté en el banco del pasillo, tratando de concentrarme en la revista de fútbol, aunque mis ojos no podían ignorar la conversación que se filtraba desde la sala contigua. No esperaba escuchar nada interesante hoy; solo quería un rato tranquilo con mamá, pero las voces de Gonzalo y… Rocío hicieron que todo se desmoronara.

—¿Qué? ¿No puedo usar nuestras ideas? ¡Si todo lo que sabés de marca lo aprendiste mientras estabas conmigo! —la escuché decir, como si intentara provocarlo.

Mi mandíbula se tensó. Maldita mujer. La forma en que hablaba, como si todo lo que había pasado entre ellos justificara sus desplantes… me revolvía el estómago.

—No me pongas a prueba, Rocío —dijo Gonzalo, seco, firme.

—¿O qué? ¿Me vas a echar y admitir que todavía te dolés por mí? —su voz, desafiante, era como un cuchillo cortando el aire.

Cerré la revista con fuerza. El papel crujió bajo mis dedos, pero eso no calmó la tensión que sentía. No podía creer que ella tuviera la osadía de aparecer y hablarle así. No podía creer que mi viejo se quedara allí, aguantando, sin responder como debía.

Sentí rabia, puro enojo. No era solo por él; era por mamá, por cómo esa mujer parecía querer meterse en nuestras vidas otra vez, arruinando lo que ella y papá habían construido después de tanto esfuerzo. Cada palabra que salía de la boca de Rocío era una agresión, y aunque nadie la dijera en voz alta, yo podía leer la incomodidad en cada gesto de mi mamá, en la tensión de Gonzalo.

Quería gritar, decir algo, ponerla en su lugar, pero no era mi lugar. Solo podía quedarme allí, con el corazón latiéndome rápido, odiando cada segundo de esa escena que no quería ver.

Maldita Rocío. Maldito momento.

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Las nubes pesaban sobre el cielo como una amenaza muda. Papá se dirigía hacia su auto, el saco colgando del brazo, pero esta vez no pude quedarme callado. Lo esperaba al pie de la rampa, con la mirada fija en él.

—¿Te puedo preguntar algo? —solté, sin pensar demasiado en cómo sonarían mis palabras.

Lo vi fruncir el ceño, sorprendido.

—Claro, decime.

Di un paso adelante, intentando que entendiera lo que sentía. Mi enojo no era solo por él; era por mamá. Por cómo Rocío parecía entrar y tomar espacio que no le correspondía.

—¿Vos sos así siempre? ¿Dejar que cualquiera entre a tu vida como si nada? ¿O es solo porque esa mujer fue tu ex?




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