Segundas oportunidades. El amor que no esperaba

Parte 2

constanza

Las nubes pesaban sobre el cielo como si reflejaran el peso que todavía, a veces, me aplastaba el pecho. Habían pasado más de dos años y medio desde aquel fallo. Desde que el juez puso en palabras lo que yo siempre había sabido: Nicolás no murió por un azar cruel, sino por la negligencia de quienes eligieron mirar para otro lado.
La indemnización había sido significativa, sí. Pero ¿qué importaba? Ninguna cifra iba a traerme su risa de vuelta, su mirada tranquila, la forma en que me tomaba la mano cuando todo parecía derrumbarse.

Y, sin embargo, apenas supe del fallo, tuve claro lo que iba a hacer. No gasté un peso.
No porque el dinero no me sirviera. Lo necesitábamos, claro que sí. Pero había algo más grande en juego: quería transformar ese dolor en algo útil. No permitir que la muerte de Nico quedara como una sombra eterna. Quería que mis hijos vieran que sí se podía empezar de nuevo.

Esa tarde, estaba en el balcón, repasando balances y proyecciones que ya había leído mil veces. Tenía la carpeta abierta sobre mis piernas y una birome entre los dedos. Entonces, escuché pasos y ahí apareció David, más alto que yo, con esos rasgos de hombre que se me escapaban entre los recuerdos de su niñez. Traía un mate en la mano y se dejó caer a mi lado, con ese aire de adulto que a veces me dolía.

—Mamá… —dijo de golpe, mirando la carpeta—. ¿Por qué invertiste en la empresa y nunca lo dijiste?

Levanté la vista hacia él. Sus ojos eran los de su padre, aunque con una intensidad distinta. Sonreí suavemente, tratando de poner en palabras algo que llevaba guardado mucho tiempo.

—Porque quería que la ayuda fuera real. No un cartel. No un favor. Solo quería que Silva&CIA siguiera existiendo… y que nadie sintiera que me debía nada.

Él bajó la mirada, como si mis palabras lo atravesaran. Me conmovió ver sus manos grandes sosteniendo el mate, tan serias, tan de hombre cuando todavía era mi hijo.

—Sos la mujer más valiente que conozco —murmuró, con una sinceridad que me apretó la garganta.

Lo acaricié en la nuca, con ternura.

—No, mi amor. No soy valiente. Solo aprendí que con amor… hasta el dolor más grande puede echar raíces.

Y así nos quedamos. Él cebándome otro mate, yo repasando mentalmente todo lo que había hecho. Invertir ese dinero no había sido una decisión de números, sino de vida. Era mi forma de honrar a Nico, de mostrarle a David y a Abi que la justicia no solo castiga: también puede sembrar.

El viento frío se coló en el balcón, pero el calor estaba ahí, entre nosotros dos. Y en silencio, supe que, aunque la herida nunca iba a cerrarse, estábamos floreciendo.

---




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.