Segundas oportunidades. El amor que no esperaba

La verdad...

Gonzalo

Gonzalo avanzaba por los pasillos del edificio con paso firme, la carpeta apretada bajo el brazo, pensando en los balances recién revisados y en la reunión que le esperaba en minutos. Pero algo lo hizo frenar. La puerta de la oficina de su madre estaba entreabierta y, de repente, se escuchó su nombre.

—…Gonzalo ya empezó a sospechar —decía Idalia, en voz baja pero tensa.

El corazón de Gonzalo dio un vuelco. No tenía intención de espiar, pero algo en el tono de su madre lo paralizó.

—Tiene el carácter del padre… si se entera de golpe, va a ser un escándalo.

La voz de Luis le respondió de inmediato, casi en un susurro.

—No va a enterarse de golpe. Confío en que Constanza va a hablar a tiempo. Esto es algo que solo le corresponde a ella.

Constanza. El nombre le quemó los labios en silencio.

—Pero ¿y si Rocío descubre algo? —insistió Idalia—. ¿Y si lo usa para dañar a Constanza?

Un pinchazo agudo le recorrió el pecho. Todo en la misma conversación: su nombre, Rocío, Constanza. Todo secreto.

—Entonces va a saber la verdad —dijo Luis con firmeza—. Que Constanza es quien salvó esta empresa cuando nadie más podía. Que ella es mucho más de lo que aparenta.

Gonzalo retrocedió un paso. Las palabras reverberaban en su cabeza, y la fuerza de ese nombre latía con un peso inesperado.

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EL VENENO EN LA COPA

Bar exclusivo en Palermo – Perspectiva de Gonzalo

El lugar olía a sofisticación y falsa calma. Luz tenue, música de fondo, copas de cristal. Rocío se acomodó con naturalidad, como si controlara cada detalle del ambiente. Gonzalo se mantuvo rígido, la mandíbula apretada, el ceño fruncido.

—¿Para qué me citaste, Rocío?

—Para hablar… como dos adultos. Como dos personas que compartieron mucho.

—Vos no querés hablar. Querés manipular —le espetó, sin filtro.

Rocío sonrió suavemente, pero sus ojos eran agudos. De su cartera dejó caer un papel doblado: un documento legal. Gonzalo lo abrió y el mundo se le detuvo.

El nombre de Constanza, el logo de una empresa vinculada a la muerte de Nicolás Loto, y luego… la cifra. Millones.

—La dulce secretaria tiene secretos —dijo Rocío como si comentara el clima—. Demandó por millones y ahora vive bien… y nadie sabe de dónde salió el dinero.

Gonzalo sintió un golpe en el estómago. Lo que lo hizo hervir fue la última parte.

—¿Estás investigándola?

—Estoy protegiéndote —respondió Rocío con tranquilidad—. Porque sé cómo sos. Te estás encariñando. Y ella no es lo que creés. ¿O acaso no te contó que es la verdadera accionista de Silva&Cía?

Las manos de Gonzalo temblaron. No por miedo, sino por el torbellino que empezaba a formarse dentro de él.

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CHOQUE DE MIRADAS Y VERDADES

Oficina de Constanza – Perspectiva de Constanza

El sol de la tarde caía tímido sobre los papeles desordenados de su escritorio. Constanza trabajaba con concentración, pero el cansancio y las ojeras delataban las noches mal dormidas. Miró un instante la foto de sus hijos y, por un segundo, esbozó una sonrisa que no llegó a completarse.

La puerta se abrió de golpe. Gonzalo irrumpió como una tormenta. Constanza lo miró, inmóvil, conteniendo la reacción.

—¿Necesitás algo, licenciado Silva? —preguntó, con la frialdad que la ayudaba a protegerse.

Él dio un paso, tragando saliva.

—Quiero saber algo. Y quiero que me digas la verdad.

Constanza lo miró con calma. Cada palabra que salía de su boca era medida, precisa.

—¿Vos querés que yo te diga la verdad? ¿Vos, que no sabés distinguir un rumor de una realidad?

El rostro de Gonzalo se endureció. Había algo más que ira en él: miedo, duda, un dolor que no quería reconocer.

—¿Demandaste a la empresa donde trabajaba Nicolás?

El silencio fue absoluto.

—Sí.

—¿Y ganaste?

—Sí.

—¿Y sos la socia mayoritaria de Silva&Cía?

Constanza lo miró a los ojos, parecía que iba a hablar, pero su silencio respondió mejor que cualquier palabra: no tenía que dar explicaciones. No a él.

—Claro —dijo él con amargura—. Siempre tenés una respuesta para todo. Pero no sabés lo que es confiar. Siempre escondiéndote detrás de tu máscara de víctima perfecta.

Constanza se levantó. La calma de su voz cortaba como acero.

—¿Y vos, Gonzalo? ¿Vos sabés lo que es confiar? ¿Después de lo que hizo tu ex? ¿Después de humillarme, sospechar de mí, mirarme siempre con desprecio?

Un paso la acercó. Podían sentir la tensión física y emocional.

—Vos no me querés conocer —susurró—. Vos querés tener razón. Porque si me conocés, vas a tener que admitir que te equivocaste. Y eso… eso no lo soportás.

Se retiró, dejándolo con el peso de sus palabras y la certeza de que algo importante se le escapaba.

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JULIETA VS. ROCÍO – Perspectiva de Julieta

Cafetería cerca de la empresa

Julieta entró como un torbellino, sin mirar alrededor. La vio a Rocío sentada, tranquila, casi ensayada. Sin dudar, se plantó frente a ella.

—¿Querés decirme qué estás haciendo, Rocío?

Rocío levantó la vista con parsimonia.

—Tomando un té. ¿Querés uno?

—Sabés perfectamente a qué me refiero —replicó Julieta—. Estás esparciendo información personal de Constanza. Estás manipulando a mi hermano con datos sacados del pasado. ¿Qué pretendés?

Rocío sonrió, segura de sí misma.

—Pretendo abrirle los ojos. Porque tu amiga la viuda no es tan santa como todos creen.

Julieta no dudó. Su voz se cargó de firmeza y advertencia:

—Mirá quién habla. Vos mentiste, lo usaste y ahora volvés porque ves que él está sanando con alguien que tiene valores.

Rocío intentó replicar, pero Julieta la cortó:

—Ocultar para no ser juzgada —dijo—. Para proteger a sus hijos. Para caminar en paz. Algo que vos no vas a entender, porque vivís para manipular.

Por primera vez, Julieta vio una grieta en la máscara de Rocío. Pero no era suficiente.




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