Segundas oportunidades. El amor que no esperaba

Sentir..

DAVID Y ABIGAIL – Perspectiva de Gonzalo

El aire del atardecer olía a asado y pasto recién cortado. Me quedé solo en el jardín, sentado en el viejo banco de madera bajo el limonero, intentando ordenar mis pensamientos. Tenía los codos apoyados sobre las rodillas y la mirada clavada en algún punto indefinido del césped. El pecho todavía me latía con la adrenalina de lo que había dicho ayer. La confesión que me había dejado desnudo, vulnerable… vivo.

Sentí pasos detrás de mí. No me giré. Solo escuché la voz de David:

—¿La lastimaste de nuevo?

Alcé la cabeza. No era el adolescente retador de siempre. Ya no. Veía en sus ojos la sombra de la adultez, la seriedad de un chico que entiende más de lo que dice.

—No —respondí, con la voz clara—. Esta vez vine a decirle la verdad. Que la amo. Que quiero estar con ella. Y con ustedes, si me dejan.

David me estudió unos segundos, como con un lente de lupa. Giró la cabeza hacia la casa. Por la ventana del comedor, Abigail nos espiaba, apretando su peluche contra el pecho.

—Abi todavía no te habla —dijo David—. Pero me dijo que te quiere… que le gustás como “el señor de la sonrisa triste”.

Reí por lo bajo. Por primera vez en mucho tiempo, sentí un alivio que se filtraba en mi pecho.

—¿Eso dijo?

David asintió, apenas sonriendo.

—Yo también te creo… un poco. Pero si volvés a lastimarla —me miró fijo, sin temblar—, te vas a tener que ver conmigo.

—Justo como lo haría tu papá, ¿no?

El silencio que siguió pesó como nunca. David bajó la vista, tragando saliva. Por un instante, sentí la presencia de Nicolás junto a nosotros.

—Mi viejo te habría hecho correr unas vueltas por el barrio —dijo—. Pero después… si te veía con mamá como te vi yo ayer, te invitaba a tomar una cerveza.

Le puse una mano en el hombro. No hacía falta decir nada.

Y entonces Abi salió corriendo por la puerta del jardín, con un dibujo arrugado en la mano. Era simple: ella y yo tomados de la mano, un corazón rojo entre nosotros y un sol sonriente en lo alto.

—Para vos —dijo, su voz suave y apenas audible.

Lo tomé como si fuera un tesoro. Antes de que pudiera agradecerle, me abrazó. Fuerte, instintivo, verdadero.

Cerré los ojos. Los brazos me temblaron mientras devolvía el abrazo. Por un instante, se me humedecieron los ojos. No había vuelta atrás.

🧉🧉🧉🧉

CONSTANZA..

La casa estaba en penumbras. La cena fue ligera y los chicos ya dormían. El dibujo de Abigail sigue pegado en la heladera con un imán de vaquita: ella y Gonzalo tomados de la mano, un corazón rojo y un sol sonriente. Me hace sonreír… y al mismo tiempo me hace temblar.

Estoy sentada en el sillón del living, las piernas recogidas, un almohadón contra el pecho. El té humea sobre la mesa, intacto. Y yo… siento que mi corazón no deja de dar vueltas por dentro.

Todo cambió en un instante. Gonzalo me dijo la verdad, sin rodeos, sin estrategias. Me confesó lo que siente. Y yo lo escuché. Lo escuché y me duele admitir que algo dentro mío quiere corresponderle.

Toco el collar que llevo desde hace años, una piedra verde en forma de hoja. Es el último regalo de Nicolás. Mi ancla. Mi recuerdo de que el amor fue posible una vez… y quizá pueda volver a serlo.

Cierro los ojos y murmuro, casi sin darme cuenta:

—Perdóname por esto… pero creo que estoy empezando a sentir otra vez.

Siento que una lágrima solitaria se escapa. No es fácil. El miedo está ahí, clavado en las costillas, punzante. Pero también hay algo nuevo: un deseo tibio, una luz que no puedo ignorar. Sus palabras vuelven como un eco suave dentro mío:

"Tengo miedo, pero quiero tenerlo con vos."

Apoyo la cabeza en el respaldo del sillón. Respiro profundo. Como si inhalar aire fuera insuficiente para llenar lo que siento… para llenar el vacío que, hasta ahora, he cargado sola.

—¿Y si esta vez… sí me cuidan? —susurro, más a mí misma que a nadie.

No hay respuesta. Pero, por primera vez en mucho tiempo, el silencio no me parece tan solitario.

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