Segundas oportunidades. El amor que no esperaba

Charlas... necesarias

Julieta..

La noche envolvía la ciudad con su manto de luces titilantes y aire cálido, mezclado con un olor a jazmín que se colaba por el balcón. Constanza estaba ahí, sentada en la reposera, con las piernas cruzadas y la mirada perdida en el horizonte. Pude verla suspirar antes de que siquiera dijera una palabra, y supe que algo se estaba moviendo dentro de ella.

Con dos copas de vino en la mano, me acerqué y se las tendí. Tomó la suya con una media sonrisa, esa que no alcanzaba a iluminar sus ojos.

—Sabía que ibas a venir —le dije, sentándome a su lado—. Cuando estás a punto de tomar una decisión importante, siempre terminás acá.

—Tenés memoria selectiva —respondió, sin apartar la vista del cielo.

No insistí. Dejé que bebiera un sorbo y apoyara la copa en la baranda, mientras la escuchaba suspirar.

—Patricia me dijo que Nicolás estaría feliz si yo volviera a amar —dijo al fin, sin mirarme—. Que me merezco eso. Que tengo derecho.

Observé cómo sus hombros se tensaban, cómo apretaba los labios. Su miedo estaba ahí, palpable, casi como un nudo que podía cortar el aire.

—¿Y qué sentiste cuando lo escuchaste? —pregunté suavemente.

—Que tenía razón —admitió, con la voz baja, sin apartar los ojos del horizonte—. Y eso me asustó más que cualquier otra cosa.

Tomé su mano, cálida y firme. —Escuchame bien, Connie. Vos te bancaste cosas que muchas no podrían. Criaste a tus hijos sola, enfrentaste la muerte con la frente en alto y nunca dejaste que nadie te viera caer. Siempre fuiste el sostén, la fuerte. Y aun así… ¿no creés que te merecés volver a amar?

Se mordió el labio, bajó la mirada. —No quiero que mis hijos sufran… —murmuró—. Que se ilusionen y que después alguien les falle.

—¿Y si esta vez no salís perdiendo? —susurré—. ¿Y si él no les falla?

Las lágrimas brillaron en sus ojos, y mi corazón se encogió. —Me está empezando a doler lo que siento por tu hermano —dijo—. Y eso es lo que más miedo me da.

Apreté su mano con más fuerza, con esa mezcla de ternura y certeza que solo una amiga puede dar. —Entonces duele porque es real. Porque por primera vez en años, algo te mueve de verdad. Y te juro, Connie… te juro que si hay alguien capaz de proteger ese amor como si fuera oro… es él. Gonzalo será todo lo cerrado, todo lo bruto que quieras, pero con vos… es otra persona.

Ella tragó saliva. Miró la copa, el cielo, me miró a mí. —No sé si puedo —dijo, pero ya no sonó tan temblorosa.

Sonreí despacio, convencida. —Sí podés. Solo que todavía no te diste permiso.

Y allí, en el balcón donde tantas veces se había refugiado, vi cómo algo dentro de ella se relajaba. Como si estuviera lista para abrir esa puerta que tanto miedo le daba.

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Pasillo de la empresa –

Gonzalo..

La vi doblar la esquina y mi corazón dio un vuelco. Ahí estaba ella: Constanza, con la carpeta en la mano, caminando con esa mezcla de firmeza y nerviosismo que siempre me volvía loco. Respiré hondo y me adelanté un paso.

—¿Podemos hablar un minuto? —dije, tratando de mantener la voz baja, casi contenida. Cada palabra parecía pesarme en el pecho.

La vi tensarse, fruncir un poco el ceño. —Si no es por algo de la empresa, no es el momento —respondió, con firmeza… aunque apenas podía ocultar el temblor de su voz.

Di un paso más cerca, lento, midiendo cada gesto. —No te voy a robar mucho tiempo. Solo necesito que me escuches. Un minuto… y si después querés, me alejás para siempre.

Ella dudó, bajó la mirada. Finalmente, asintió con un leve movimiento de cabeza. Eso me dio el coraje para soltar lo que llevaba adentro.

—No dejo de pensar en vos, Constanza. Ni un solo día. Y no solo en vos… en David, en Abi, en todo esto que no buscaba pero que me encontró. Sé que tenés miedo. Que no querés sufrir… que no querés que ellos sufran. Pero te juro… que yo también tengo miedo.

Sentí cómo sus ojos me estudiaban, evaluaban cada palabra, buscando la verdad en mi mirada.

—Tengo miedo porque es la primera vez que siento esto —continué, con la voz firme aunque me dolía—. Esto tan hondo, tan verdadero. No te estoy pidiendo que tengamos una relación ya. Solo quiero que me des una oportunidad. Aunque sea para empezar con una amistad. Para conocernos. Para que veas quién soy de verdad.

La vi bajar los ojos un instante… y luego mirarme de frente. —¿Y qué hay de Rocío? —preguntó, seca—. Porque hasta hace poco… ella seguía por acá.

Apreté los labios, tratando de que no se me quebrara la voz. —Ya no está. La eché. No quiero saber nada con ella. Lamento lo que pasó, el beso que me dio… no lo busqué, no lo correspondí. Pero por eso estoy acá. Por eso quiero que me des esta oportunidad… para demostrarte que lo que siento es real. Que no vengo a ocupar el lugar de nadie. Nicolás fue importante para vos, para ellos. Yo solo quiero sumar.

El silencio que siguió fue denso. Podía sentir su respiración, sus dudas, sus miedos. Y yo sabía que todo dependía de cada palabra, de cada gesto.

—Está bien —murmuró finalmente—. Pero con condiciones.

Asentí, intentando transmitirle toda la seguridad que sentía. —Las que necesites.

—No quiero que lastimes a Abi ni a David… —dijo, firme—. Y tampoco quiero volver a ver que alguien más te besa… o que vos no sabés poner el límite.

La miré con seriedad. —Te lo prometo. A ellos no los voy a defraudar. Y a vos… tampoco. Nunca más.

Sentí un alivio leve cuando finalmente sonrió, como si un peso invisible se hubiera soltado. —Entonces… podemos empezar por una amistad. Y ver hasta dónde nos lleva. Con tiempo. Con calma.

No pude evitar sonreír también. No de victoria, sino de tranquilidad. —Gracias… aunque suene egoísta… los necesito en mi vida, Connie. Quiero que algún día me dejes llevarlos a pasear, charlar… estar con ellos… y contigo también. Aunque sea en silencio.

La vi devolverme la sonrisa, suave, vulnerable, esperanzada. Y por un instante, todo el ruido del mundo desapareció. Solo estábamos nosotros, en el pasillo, con esa promesa silenciosa de empezar de nuevo.




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