Segundas oportunidades. El amor que no esperaba

2 meses después..

Gonzalo..

El aroma del café recién hecho llenaba la cocina, mezclándose con ese silencio sereno de las tardes en casa de mamá. Idalia repasaba fotos viejas, con los lentes al borde de la nariz y ese gesto concentrado que la volvía todavía más tierna.

Yo estaba ahí, sentado frente a ella, con las manos sudadas como un nene que está por confesar una travesura. No era fácil poner en palabras lo que sentía.

—Mamá… —empecé, apenas un susurro—. Necesito pedirte algo.

Le tomé la mano, y ella me miró sorprendida. Sus ojos, tan llenos de vida y de historia, me desarmaron como siempre.

—Quiero que seas vos la que me lleve al altar.

El silencio fue total. Solo se escuchaba el reloj de pared, y el golpe fuerte de mi propio corazón. Vi cómo se le llenaban los ojos de lágrimas en un segundo.

—¿Estás seguro? —balbuceó, temblando.

Asentí.

—Vos fuiste mi sostén. Me enseñaste a amar, a no rendirme. Si hoy tengo una familia, es porque vos nunca me soltaste. Y quiero que seas la que me entregue… como cuando me diste al mundo. Solo que esta vez me das otra oportunidad de empezar.

Ella se tapó la boca con la mano, ahogando un sollozo, y después me abrazó con una fuerza que me dejó sin aire. En ese abrazo estaba todo: la infancia, las cicatrices, las luchas y también este presente nuevo.

Sentí que en ese instante mamá se convirtió en parte de mi boda, no solo como espectadora, sino como protagonista.

---Constanza

La noche estaba tibia, con olor a jazmín y a vino recién servido. Ezequiel estaba sentado en la reposera, con la mirada fija en el cielo estrellado. Yo me acerqué despacio y me senté a su lado. Durante un rato, compartimos el silencio.

—¿Te acordás cuando papá nos hacía formar fila para entrar a la escuela? —dije con una sonrisa—. Y vos siempre te ponías adelante para que no me empujaran.

Se rió bajito.

—Sí, y después te quejabas igual porque decías que no te dejaba ver.

Nos reímos los dos, pero después la risa se apagó. Yo lo miré, con el corazón apretado.

—Zeki… quiero que seas vos el que me lleve al altar.

Él giró la cabeza bruscamente, sorprendido.

—¿Yo?

Asentí, con los ojos brillantes.

—Papá no está… y vos siempre fuiste mi refugio. El que me cuidó, el que se puso adelante cuando el mundo me empujaba. Quiero que seas vos. Porque siempre fuiste la figura más fuerte de mi vida.

Ezequiel me tomó la mano y la apretó como cuando éramos chicos. Sus ojos estaban llenos de lágrimas que no quiso disimular.

—Va a ser el honor más grande de mi vida, Coni. Y te juro que papá va a estar ahí con nosotros, viéndote brillar.

Lo abracé con todas mis fuerzas. Ese abrazo no fue de hermanos solamente; fue de historia compartida, de orfandad sanada, de amor que sostiene.

En esa noche, entendí que mi boda no solo iba a unir mi vida con la de Gonzalo. También iba a honrar la vida que me formó, y a quienes me sostuvieron para llegar hasta acá.

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