Segundas oportunidades. El amor que no esperaba

Pre-boda

Constanza

La música sonaba bajito, casi como un suspiro entre las risas. Las luces colgantes iluminaban el parque de la quinta con un tono cálido, y entre copas, anécdotas y abrazos, yo no podía evitar mirar el celular cada tanto. No esperaba ningún mensaje… pero igual lo hacía.

Julieta, con una copa en la mano, golpeó la cuchara y dijo en voz alta:

—Bueno, chicas… no estamos acá para despedir la soltería de Coni, porque lo tuyo con Gonzalo es mucho más que casarse. Estamos para celebrar que, después de tanto dolor, te animaste a volver a amar.

Sentí cómo el aire se me quedaba en el pecho. No pude contener las lágrimas. Me abracé fuerte a Juli, con esa gratitud que no entra en palabras.

Más tarde, entre carcajadas y tragos, ella se me acercó con un sobre.
—Lo dejó Gonzalo para vos. Dijo que lo leas sola… si te animás.

Me aparté unos pasos. La guirnalda de luces caía sobre mi cabeza, y el sonido de las risas se volvió un eco lejano. Abrí el sobre con cuidado, y sus letras me envolvieron.

"Amor mío:"

"Sé que esta noche estás rodeada de personas que te quieren, riéndote con tu amiga del alma, probablemente tomando algún trago de más y contando historias que después me vas a negar. Y me encanta imaginarte así. Feliz. Brillando."

"Pero antes de verte caminar hacia mí, vestida de blanco, quería dejarte esto. Una carta sin anillos, sin testigos, sin protocolo. Solo yo. Hablándote a vos."

"Gracias por elegirme. Por dejarme entrar a tu vida, a tu historia, a tus hijos, a tu casa. Por mirarme de esa forma que me hace sentir en paz. Gracias por enseñarme que el amor no siempre grita: a veces cura. A veces espera. A veces llega cuando uno ya no lo buscaba."

"En unos días vas a ser mi esposa. Pero desde hace mucho sos mi compañera. Mi lugar en el mundo."

"Te amo, Constanza. Con todo lo que soy, y con lo que me faltaba ser hasta conocerte."

"Nos vemos en el altar. Donde empieza lo mejor."

"G."

Me quedé mirando esas líneas como si pudiera oír su voz leyéndolas. Una lágrima feliz cayó sobre el papel. Me llevé la mano al pecho, respiré hondo y sonreí. No había dudas. No había miedo. Solo amor.

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Parrilla – Mismo horario

Gonzalo

El humo de la carne y el olor del vino mezclado con la madera del asado me traían una paz extraña. Había risas, gritos, chistes… Diego y los hermanos de Constanza eran un show.

Después del postre, Diego se levantó con su copa.
—A ver, escuchen un toque. Nunca pensé que te iba a ver tan enamorado, hermano. Pero lo estás. Y te juro que si la hacés llorar, yo me encargo.

Todos estallaron en carcajadas. Yo levanté la copa.
—Gracias. A todos. No me imaginaba volver a encontrar algo así. Y menos en medio de tanto quilombo.

Miré a David, que estaba en la punta de la mesa, con esa cara de querer hacerse el duro.
—Gracias por dejarme ser parte de tu familia, hijo.

Me devolvió una media sonrisa.
—No la arruines, viejo.

Reí, y sentí algo que hacía tiempo no me pasaba: calma.
A veces no hace falta decir más. Hay miradas que lo dicen todo.

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Elección del vestido de novia y traje 👰🏻🕴🏻

Mariana

Yo la veía salir del probador y no podía creerlo. ¡Mi hermana menor probándose vestidos de novia! Si mamá estuviera acá, lloraría a mares.

—Ese no, ese parece un mantel —bromeó Julieta, y todas reímos.

Pero cuando la vendedora trajo el siguiente, todo cambió. Era simple, delicado, con un encaje suave en el escote y la espalda descubierta. Cuando Constanza salió, nos quedamos mudas.

—Es ese —dijimos al mismo tiempo.

Le busqué la mirada, y en ese instante vi a la Coni que conocí de chica: sensible, fuerte, con esa mezcla de risa y temblor que siempre la hacía única.

Saqué de mi cartera un pañuelito blanco, bordado a mano.
—Lo dejó mamá para vos —le dije, con la voz temblando—. Dijo que era “para el día que te animes otra vez a amar”.

Ella lo acarició despacio. Se lo ató en la muñeca y sonrió frente al espejo.
Yo no pude evitar llorar.
Porque más allá del vestido, lo que estaba viendo era a mi hermana renaciendo.

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Sastrería del centro – Misma tarde… 👔

Luis

La sastrería olía a madera, a historia. Lo miré en el espejo y sentí el orgullo mordiéndome la garganta. Mi hijo. A punto de casarse.

—Ese azul noche te queda impecable —le dije, tratando de que no se me note la emoción.

Diego, siempre tan pícaro, se acomodó la corbata.
—Nunca te vi tan nervioso. ¿Te vas a desmayar?

Gonzalo sonrió.
—Capaz sí. Pero si me caigo, me agarrás vos, ¿no?

Reímos los tres. Me acerqué y le apoyé una mano en el hombro.
—Tu madre y yo no podríamos estar más felices, hijo. Ella siempre dijo que ibas a amar de verdad cuando te sintieras libre.

Él bajó la mirada un segundo y asintió.
Y yo, mientras lo veía frente al espejo, supe que ese traje no solo le quedaba bien: le quedaba la vida entera por delante.

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Narrador omnisciente

El salón estaba desordenado, con bancos movidos, pétalos de plástico y nervios flotando por el aire. Pero tenía algo que ninguna ceremonia ensayada puede fingir: emoción verdadera.

Abigail caminaba con sus pétalos como si fueran tesoros. David se hacía el distraído mientras repasaba en voz baja el discurso que juraba que no iba a dar. Julieta trataba de poner orden, y Diego, como siempre, desacomodaba más de lo que ayudaba.

—¡Diego! ¡Dejá los centros de mesa! —gritó ella, medio riendo, medio desesperada.

Gonzalo y Constanza estaban frente a la mesa donde al día siguiente firmarían su historia. Se tomaron de la mano.
—Ahora sí… no hay vuelta atrás —susurró ella, con una sonrisa nerviosa.

—Ni quiero que la haya —respondió él, guiñándole un ojo.

Y entre el murmullo, los errores del ensayo y las risas, todos lo sintieron:
eso era amor.
Del que se construye a pulso, con coraje, con historia.
De esos que no se buscan… pero cuando llegan, cambian la vida para siempre.




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