Constanza
Nunca pensé que volvería a sentir esto… esa mezcla de paz, ilusión y cosquilleo en el estómago que se siente cuando uno sabe que está donde tiene que estar.
La camioneta negra se detuvo frente a la entrada, y por un momento me quedé mirando el jardín, los ventanales, las luces encendidas. Era nuestra casa. Nuestro hogar.
Abi fue la primera en bajar. Descalza, despeinada, feliz.
—¡Llegamos! —gritó, corriendo hacia adentro.
David la siguió con una sonrisa que me derretía.
—¡Es enorme! —dijo desde el living—. ¡Y mirá esa pileta!
Gonzalo bajó detrás, con esa calma suya que me sigue enamorando. Estaba cansado, pero su mirada tenía esa chispa que me puede.
—¿Te ayudo, reina? —me preguntó, cuando me vio con las bolsas al borde del desastre.
—Si no querés que me caiga encima del pasto, sí —le dije riendo.
Abi apareció otra vez, con los ojos encendidos.
—¡Mi cuarto tiene una ventana que da al árbol! —decía, como si acabara de descubrir un tesoro.
Y entonces Gonzalo entró con una caja enorme en brazos, con un moño rojo que brillaba.
—Sorpresa de Punta del Este —dijo, guiñando un ojo.
Las risas llenaron la casa. Abi abrazó su muñeca nueva, David su pelota firmada. Y cuando lo escuché decirle “Papá” por primera vez, sentí que el corazón se me detuvo un segundo.
Vi la cara de Gonzalo, la emoción en sus ojos, ese temblor de quien recibe algo que no esperaba pero deseó toda la vida.
Nos abrazamos los cuatro. Y fue como si el aire se volviera tibio.
Ese momento —ese abrazo— fue el verdadero estreno de nuestra casa.
Esa noche – Cena para dos 🍷
La casa dormía. Podía escuchar la respiración tranquila de Abi desde su cuarto y el leve murmullo del televisor en el de David. Todo estaba en calma.
En la mesa del comedor, la luz de las velas dibujaba sombras suaves sobre el mantel, y el olor a flan casero todavía flotaba en el aire.
Gonzalo y yo cenábamos tranquilos, con ese silencio que no incomoda, que abriga. Él, con la camisa abierta en el cuello, una copa de vino en la mano. Yo, con el corazón lleno.
—Te quedó espectacular el flan —me dijo, y antes de que pudiera responder, me limpió con el pulgar una gotita de dulce del labio.
—Gracias, chef Silva —le dije, riendo bajito.
Esa risa nuestra, tan de pareja, me sigue desarmando. Después de tanto dolor, tanto miedo, poder reír así, sin culpa, me parece un milagro.
De repente lo noté callado, con la mirada perdida en el mantel.
—¿Pasa algo? —le pregunté, apoyando la mano sobre la suya.
—No… bueno, sí —dijo, levantando la vista—. Estuve pensando en algo.
Me quedé en silencio, esperándolo. Él entrelazó sus dedos con los míos, despacio.
—Me siento tan pleno con vos… con los chicos, con esta casa, con todo lo que estamos construyendo… que pensé en si alguna vez te imaginás teniendo otro hijo.
No voy a mentir: me quedé muda. No porque no lo hubiera imaginado antes, sino porque escuchar que él también lo soñaba me hizo temblar.
—¿Vos querés tener un hijo conmigo? —le pregunté bajito, casi sin aire.
—Sí. No porque nos falte algo —dijo, acariciándome el dorso de la mano—, sino porque siento que un bebé con vos sería un milagro más. Una mezcla de nosotros dos. Me emociona imaginarlo.
Sentí un nudo en la garganta. Las lágrimas se me asomaron sin permiso.
—Yo también lo pensé —le confesé—. Pero me daba miedo que vos creyeras que con Abi y David ya era suficiente.
—Con ellos soy feliz. Completamente —dijo, mirándome con esos ojos que siempre me dicen la verdad—. Pero si alguna vez te nace… si lo soñás… yo quiero vivirlo con vos. Desde el primer latido.
No pude responder con palabras. Me levanté, rodeé la mesa y me senté sobre su regazo. Lo abracé fuerte, con el alma entera.
—Entonces lo soñamos juntos —le susurré al oído.
Él me besó la frente, con esa ternura que me derrite cada vez.
—No importa cuándo —dijo—. Pero saber que puede ser parte del camino… me llena el corazón.
Nos quedamos así, abrazados, escuchando el silencio tibio de nuestra casa nueva. Afuera, la luna iluminaba el pasto mojado, y adentro, todo parecía respirar amor.
Por primera vez en mucho tiempo, no pensé en el pasado ni en lo que dolió. Solo en lo que venía.
Y supe, sin ninguna duda, que todo lo vivido nos había traído hasta ahí.
A ese hogar. A ese amor.
A ese futuro que, sin decirlo, ya estábamos soñando juntos.
Continuará