Gonzalo
El sol de marzo caía justo como a ella le gusta: tibio, sin apuro, pintando todo de dorado. El patio olía a humo de asado, a pan casero y a familia. Luis me daba indicaciones, como si yo no hubiera hecho asados en mi vida.
—No le metas tanto fuego, mirá que el secreto está en el tiempo —me decía, cerveza en mano.
—Dale, viejo, que hoy el asador soy yo —le contesté entre risas.
Idalia lo interrumpió enseguida:
—¡Dejalo, Luis! Que el “hijo estrella” se tiene fe —y todos rieron.
Las mesas estaban repletas, con manteles de colores y ensaladas que Julieta y Mariana acomodaban al detalle. Los chicos corrían por el pasto: David, que ya tiene 17, se lucía canchero con la pelota; Abi, con su vestido floreado, se reía a carcajadas mientras hacía trampa en el UNO y Soledad la delataba a los gritos.
Era uno de esos días que te quedan grabados, donde nadie discute, donde todo está bien.
Y ahí apareció ella.
Constanza, con una corona de flores que Julieta le había hecho y un vestido mostaza que parecía inventado para su piel. Sonriente, serena, con esa luz que solo ella tiene.
Diego fue el primero en gritar:
—¡Paren todo, que llega la cumpleañera! ¡Regalos, gente!
Y vinieron uno tras otro: el álbum que le dieron Patricia y Horacio con fotos de Nicolás, el mate grabado de Ezequiel, las cartas que le hizo Abi, el parlante con la playlist “para la reina del barrio”.
Yo los miraba y pensaba que pocas personas merecen tanto amor como ella.
Cuando me tocó a mí, le di mi regalo envuelto en papel madera. Le dije bajito al oído:
—Este es uno solo… el otro viene después.
Lo abrió con cuidado, y cuando vio la acuarela —esa donde estamos los cuatro abrazados frente a la casa— se le llenaron los ojos de lágrimas. En el borde, la frase que escribí con miedo y ternura:
“Mi lugar favorito es donde estamos los cuatro.”
Me besó sin decir nada, ahí mismo, entre aplausos y chiflidos.
Y yo supe, sin dudas, que no había forma de ser más feliz que eso.
El resto del día fue una postal: empanadas, asado, flan con dulce de leche, torta, brindis y risas. En un momento, levanté la copa y dije lo que me salía del alma:
—Hace un año empezábamos esta etapa. Hoy celebro la vida de la mujer que me enseñó a amar de verdad. Te amo, Cony.
—¡Salud por eso! —gritaron todos.
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🌙 Esa noche –
La casa quedó en silencio. Los chicos dormían y el perfume del asado todavía flotaba en el aire.
Ella se estaba sacando los aros frente al espejo cuando la abracé por la espalda.
—Hoy estuviste radiante —le dije, apoyando la frente en su hombro.
—Fue un día hermoso —respondió—. ¿Viste cómo disfrutaron todos?
—Sí. Pero yo estuve todo el día esperando este momento.
—¿Ah, sí? —me miró sonriendo.
—Sí. Porque mi regalo más importante todavía no te lo di.
La llevé a la habitación y le di una cajita chiquita, envuelta en tela. La abrió, y adentro estaba la pulsera de oro blanco con tres dijes: una “A”, una “D” y un corazón.
—Por Abi, por David… y por lo que venga —le dije, sin poder dejar de mirarla.
Se me lanzó encima, me besó como si el tiempo se detuviera.
—Te amo —susurró.
—Y yo a vos, amor. Feliz cumpleaños.
Después, no hubo palabras. Solo nuestras respiraciones, el roce, la calma.
Nos amamos despacio, con ternura, con esa certeza de haber llegado al lugar correcto.
Y sin que ninguno lo supiera, mientras dormíamos abrazados, empezó a escribirse otra historia.
Una vida diminuta, un corazón nuevo.
Keyla.
El regalo más perfecto que la vida podía darnos.
✍️ Nota de la autora:
Hola 👋🏻 quería explicar algo importante para mí:
Yo no escribo escenas sexuales explícitas.
Siento que eso pertenece a la intimidad de cada pareja, tanto en la vida como en la historia.
Cada uno vive esos momentos de una manera única, especial, imposible de poner en palabras.
Por eso, ni en esta historia, ni en otra habrá algo específico sobre la intimidad.
Con esto no quiere decir que estoy en contra de las autora que escriben escenas así... Solo es mí forma de pensar y escribir... Espero que se me entienda... Gracias 😊
Continuará