Segundas oportunidades. El amor que no esperaba

3 meses después

🌸 —“Hola, papá… vengo en camino”

Ya habían pasado tres meses desde el cumple de Cony.
La casa nueva —esa que tanto les costó pero que armaron con amor— ya tenía alma propia: risas que se escapaban por las ventanas, tareas tiradas por la mesa del comedor, olor a tostadas con manteca a la tarde, y los domingos de asado en el quincho, con el humo mezclándose entre las plantas y los chicos corriendo descalzos por el pasto.

Pero algo empezó a cambiar en Constanza.
Al principio, fue apenas una molestia mañanera, un revoltijo en la panza que no sabía si era hambre, sueño o nervios. Después, el café —su adorado café de todas las mañanas— empezó a caerle pésimo. Y ni hablar del perfume de algunas comidas, que ya no toleraba ni de lejos.

Una de esas tardes, Abi, con su dulzura de siempre, la miró desde la mesada mientras olía la salsa.

—Mami, ¿por qué hacés esa cara? —le preguntó, entre divertida y curiosa.

—No sé, amor… debe estar fuerte el condimento —le contestó Cony, como queriendo quitarle importancia. Pero por dentro, algo le hacía ruido.

La señal más clara llegó un día en el living, cuando charlaba con Julieta entre mates y risas tranquilas. Juli la observó fijo, frunciendo el ceño.

—Che, Connie… ¿hace cuánto no te viene?

Constanza se quedó dura. Hizo la cuenta mentalmente, y los ojos se le abrieron como dos platos.

—Un mes… o más —murmuró, más para adentro que para afuera.

Julieta dejó el mate sobre la mesa, seria.

—Listo. Nos vamos a comprar un test. ¡Ya!

—¡¿Qué?! No, pará… ¿no será mucho?

—No sé vos, pero tu cara, tus arcadas y el odio repentino al café me están diciendo todo. Dale, agarrá las llaves.

Y allá fueron. Como dos adolescentes con una sospecha que les daba risa y nervios al mismo tiempo, riéndose bajito en la farmacia mientras intentaban disimular.

Una hora después, Cony estaba en el baño de la planta alta, sola, con la tirita sobre la mesada. Le temblaban las manos, el corazón le latía en la garganta. Julieta esperaba del otro lado de la puerta, sin decir una palabra.

Pasaron los minutos, y Cony se animó a mirar.

Dos líneas. Claras. Rojas.

—Juli… —susurró, con la voz entrecortada.

Julieta entró de golpe y la encontró con los ojos llenos de lágrimas.

—Dos. Son dos. Estoy… —no pudo terminar la frase. La emoción le ganó primero.

Juli la abrazó fuerte, como queriendo sostenerle el alma.

—¡Estás embarazada, amiga! —le dijo entre risa y llanto, apretándola todavía más.

---

Esa noche, cuando los chicos ya dormían, Cony preparó una cajita chiquita de esas que había guardado de la boda. Adentro puso un par de escarpines blancos, diminutos.
También una fotito de la ecografía que se había hecho esa misma tarde —porque no se pudo aguantar— y, por último, una servilleta de tela donde escribió con marcador negro, de esos que se corren si llorás encima:

> “Hola, papá. Vengo en camino.”

Le hizo un moñito dorado y la dejó en el centro de la mesa del comedor, bajo la única luz cálida que quedaba prendida.

Cuando Gonzalo llegó, la casa estaba en silencio. Apenas el aroma a hogar, ese olor a familia y paz que tanto lo llenaba.

—¿Y esto? —preguntó, curioso, al ver la cajita.

—Un regalito… —respondió ella, tratando de sonar casual, aunque los nervios le hacían un nudo en la garganta.

Gonzalo sonrió, sin imaginar nada, y abrió despacio. Primero vio los escarpines. Después la servilleta.
Se quedó quieto. La miró, volvió a leer, y la volvió a mirar.

—¿Estás…? —preguntó, con la voz temblona.

Constanza asintió, con una sonrisa enorme y los ojos llenos de lágrimas.

Él dejó todo y la abrazó fuerte, como si tuviera miedo de que se le escapara esa felicidad. Bajó despacio, con cuidado, y apoyó un beso suave sobre su vientre.

—Hola, bebito… Soy tu papá. Te esperé toda mi vida —susurró.

Constanza le acarició el pelo. Lo miró desde arriba con ternura. Nunca lo había visto así: tan emocionado, tan vulnerable, tan feliz.

—Te amo, Gonzalo… Nos diste tanto amor, que la vida decidió regalarnos más —le dijo, quebrada de emoción.

Se quedaron abrazados largo rato, en silencio. Afuera, la noche tibia parecía abrazarlos también, como si supiera que en ese instante una nueva vida acababa de empezar a latir en el centro de su mundo.

Se viene un porotito/a

(En argentina le decimos asi a los bebitos)




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